Cuando Silvestre Revueltas visitó los murales de Orozco en el Hospicio Cabañas

Ricardo Lugo Viñas

Silvestre se encontró personalmente con Orozco, algunos días después, y le contó lo sucedido. El muralista de gruesos lentes, irritado, le contestó: “¡Qué idiotez! Cuando estuve en Roma me pasé horas y horas tendido bajo la cúpula de la Capilla Sixtina, observando los frescos de Miguel Ángel, y nadie me dijo nada”. Fiel a su nombre, el revoltoso Revueltas le aclaró: “Pero hay una diferencia: tú te acostaste boca arriba y yo boca abajo”. Orozco rompió en carcajadas.

 

1936. El enjuto y huraño muralista José Clemente Orozco (1883-1949), con 53 años a cuestas y una justipreciada trayectoria en México y el extranjero, retorna a su estado natal, Jalisco. El gobernador Everardo Topete, lo ha convocado para realizar algunos murales en la ciudad de Guadalajara.

Luego de pasar una larga temporada de arduo y prolífico trabajo en Europa y EUA, Orozco regresó a México en 1934 y ese mismo año, por invitación del escritor y crítico de arte Justino Fernández, pintó uno de sus más reconocidos frescos: Katharsis, que descansa sobre un bastidor en los muros del tercer piso del Palacio de Bellas Artes, en la Ciudad de México.

La invitación del gobernador Topete le venía como anillo al dedo pues, en aquel momento de su carrera, el muralista nacido en Ciudad Guzmán estaba más preocupado por pensar “las profundidades históricas y psicológicas” del pueblo de México, como diría Octavio Paz, y prefería alejarse del ruido panfletario, ideológico y politizado que permeaba en la capital del país.

A decir verdad, Orozco solía alejarse de todo aquello que despidiera un tufo a escuela o doctrina. Así pues, en Guadalajara encontró una posibilidad para la libertad. Primero trabajó en el Paraninfo de la Universidad y luego en el Palacio de Gobierno. Pero el destino le tenía preparado un icónico espacio, donde desplegaría a sus anchas las alas de la creación: el Hospicio Cabañas, obra del arquitecto Manuel Tolsá.

Durante cuatro años, entre 1936 y 1940, Orozco se volcó por entero a pintar los frescos en las bóvedas y los muros de la Capilla Mayor del Hospicio en los que narró, de manera crítica y audaz, la Conquista y otros pasajes de la historia de México. Aquello era su vida. Pero entre los espacios de la Capilla del Hospicio la cúpula representaba un reto mayúsculo. En ella, Orozco pintó una de sus más celebradas obras: El hombre en llamas, un ser prometeico y demoniaco que originalmente estuvo pensado para la cúpula del Monumento a la Revolución.

Un distinguido visitante

Poco antes de morir, en la primavera de 1940 el violinista, director de orquesta y volcánico compositor Silvestre Revueltas (1899-1940) viajó a Guadalajara para dirigir un concierto en el Teatro Degollado. Al terminar el recital quiso visitar los murales que su amigo, Orozco, había plasmado recientemente en el Hospicio Cabañas, a tan solo unos pasos del teatro.

Primero hizo una parada en la cantina La Fuente, una de sus favoritas. Tomó algunos tequilas para tonificar el espíritu y, finalmente, se dirigió al Hospicio. Logró que le permitieran la entrada, pues por aquellos años el Hospicio aún funcionaba como establecimiento benéfico. Al llegar a la Capilla Mayor, Silvestre se tiró al piso, bajo la cúpula. Entonces, casi de inmediato, un guardia lo levantó indignado y molesto.

 

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“Tendido bajo la cúpula”