¿Cuáles eran los remedios medicinales en la Nueva España? El lamentable caso de la madre Lorravaquio

Antonio Rubial García

 

Algunos brebajes medicinales, diuréticos, laxantes y otras sustancias podían resultar peor que la enfermedad. Tal era el caso del mercurio, que durante muchos años fue un remedio muy popular, pese a que su uso puede ser mortal.

 

 

La teoría médica de los humores, difundida por el sabio griego Galeno de Pérgamo en el siglo II de nuestra era, consideraba que en el cuerpo humano actuaban cuatro sustancias: la sangre, la bilis amarilla, la flema y la bilis negra. La enfermedad era producida por un desequilibrio interior de esos humores, el cual se eliminaría al restaurar la armonía corporal; purgas, vomitivos, sangrías, diuréticos, laxantes y ventosas eran los medios utilizados para expulsar el humor excedente que provocaba tal desequilibrio. En este tipo de prácticas se aplicaban también los conocimientos astrológicos, pues se creía que las estrellas podían ejercer cierta influencia en el cuerpo humano. Además, los médicos de la Antigüedad creían en la capacidad curadora de la naturaleza, por lo que empleaban para restablecer el equilibrio la ingestión abundante de agua, plantas medicinales, ejercicio y alimentación frugal.

 

La medicina occidental consideró a la medicina griega como su origen y no se puso en duda su poder curativo ni la teoría que lo sustentaba. Con la llegada de los españoles a América, la medicina galénica se introdujo para curar algunas enfermedades y sus prácticas convivieron con la terapéutica indígena. Galeno fue considerado autoridad indiscutible en las cátedras de la facultad de medicina creada unas décadas después de que se fundaran las universidades de México y Lima a mediados del siglo XVI.

 

Un caso que ejemplifica dichas prácticas fue el de la religiosa, escritora y mística sor María Magdalena de Lorravaquio (1576-1636).1 Nacida en Nueva España, esta monja enfermó de la garganta a los dos años de su ingreso al monasterio de San Jerónimo de Ciudad de México. La priora envió por el médico, quien al auscultar a la enferma observó unas úlceras purulentas en su garganta y le mandó “sudores”, con la aplicación de paños calientes en la parte afectada, y “unciones” con manteca de cerdo. Pero el remedio fracasó, por lo que fue llamado un cirujano. Este especialista le sangró los muslos “para que saliera el azogue” y quemó después las heridas con cuchillo ardiente; cosa semejante se le hizo después en los brazos. Tales remedios dejaban a la pobre enferma en un estado deplorable de debilidad, pero las úlceras en la garganta seguían presentes.

 

Como nada se lograba, el médico fue llamado de nuevo y optó por aplicarle lo que se conocía como “botón de fuego en la mollera”. Aplicó un círculo de hierro al rojo vivo en la parte alta de la cabeza y lo dejó ahí hasta que se enfrió, a pesar de los gritos de dolor de la paciente monja. El brutal remedio tampoco sirvió, pero la dejó inválida y en cama por el resto de su vida y con unos temblores en manos y pies que no podían contenerse. Para colmo, la priora consideró que los movimientos convulsivos que a veces le venían eran ocasionados por posesión demoníaca; para expulsar al Maligno la mandó azotar y, como la religiosa seguía convulsionándose, llamó a un sacerdote para que la exorcizara.

 

La madre Lorravaquio consideraba que todos sus sufrimientos eran una prueba que le enviaba Dios y a Él los ofrecía por la salvación de las almas. La monja murió a los cincuenta años en olor de santidad, pues con su vida de sufrimiento todos estaban convencidos de que había ganado el cielo.

 

En el caso de sor María quedaban de manifiesto los fuertes vínculos que existían entre la medicina y la religión, así como lo poco definidas que estaban las causas de las enfermedades. Estas podían ser producidas por un exceso en alguno de los humores del cuerpo, o bien ser causadas por espíritus malignos. El ser humano tendría que esperar ciento cincuenta años para descubrir que muchas de esas enfermedades eran ocasionadas por virus y bacterias, y otros tantos años más para encontrar la cura con antibióticos. El lamentable caso también nos muestra los prejuicios que había sobre el cuerpo femenino, el cual, por su condición, debía ser forzado a la sumisión; además, las mujeres eran más susceptibles que los hombres a la posesión demoníaca.