¿Cuál era la moda de las joyas en la Nueva España?

¿En dónde se obtenían las codiciadas perlas, quiénes las usaban y cómo lo hacían?

Monserrat Ugalde Bravo

La inmensa ondulante, blanca, perfumada, luminosa playa del Paraíso era un vasto cofre de arenas cuajadas con la maravillosa pedrería de las perlas: negras como azabache, leonadas, muy amarillas y resplandecientes como oro; cuajadasy espesas, casi azules, azogadas, otras tirando sobre color verde, otras declinando hacia diversos tonos de palidez, otras aumentando hacia incendiados matices, inmensas perlas de unión, margaritas menores, menudos aljófares; los brillos de todos los espejos del mundo. (Carlos Fuentes, Terra Nostra)

 

 

Las perlas, fruit de mer (fruta del mar), apreciadas tanto en el Viejo Continente como en el llamado Nuevo Mundo, han sido símbolo de la belleza, pureza, inmortalidad, paciencia, de lo femenino, del agua, la virginidad, el mar, la luna, la melancolía, entre otros. Aunque algunas culturas las asocian con lágrimas y tristeza, también les han atribuido poderes divinos, medicinales y afrodisiacos.

 

Su forma circular hace referencia a la perfección de la naturaleza, la unidad y lo absoluto. Debido a sus colores, tamaños, apariencia y luminosidad, han tenido diversos usos a través de la historia, por lo general asociada a los ornamentos, la joyería y las artes aplicadas de los más diversos estilos.

 

Nueva España fue prolífera en el cultivo de la perla, principalmente en las costas de lo que hoy es Baja California, a la que llamaban “el país de las perlas”, y en el mar del Sur (océano Pacífico), en los actuales estados de Oaxaca y Guerrero. Los cronistas e historiadores de la época nos han permitido conocer, a través de sus registros, los detalles del desarrollo de esta importante actividad dentro de la economía del virreinato.

 

“Corazón de concha”

 

Las playas del Pacífico fueron famosas por la explotación de las conchas bivalvas, es decir, de dos valvas (piezas duras y movibles de algunos moluscos y de otros invertebrados). Su abundancia atrajo rápidamente el interés de comerciantes y conquistadores, por lo que esta actividad tuvo su mayor esplendor desde fines del siglo XVI hasta el XVIII.

 

Fray Bernardino de Sahagún (ca. 1499-1590), en su Historia general de las cosas de Nueva España, menciona que eran llamadas por los mexicas epiollotli, que quiere decir “corazón de concha”, y describe: “Las conchas de las ostras donde se hacen las perlas, por fuera son toscas, y de ninguna apariencia, y de color pardillo como hueso podrido; pero por dentro son lisas, vidriadas y muy lindas como esmaltadas de todas [sic] colores, que parecen al arco del cielo”.

 

El padre José de Acosta (1540-1600), en su Historia natural y moral de las Indias publicada en 1590, comenta que los indígenas llamaban a las perlas margaritas y las tenían en gran estimación. Las pequeñas recibieron el nombre de avemarías por parecer cuentas de rosario, y otras de paternoster, por ser gruesas.

 

La pesca

 

Entre los puertos novohispanos más importantes dedicados a la pesca de perla se encontraban Zihuatanejo, Zacatula y Acapulco (hoy en Guerrero), Guaymas y Tepoca (Sonora), Puerto de Navidad (Jalisco), Huatulco y Puerto Escondido (Oaxaca), Ensenada (Baja California) y Loreto (Baja California Sur).

 

En su Historia de la Antigua o Baja California, escrita originalmente en italiano y publicada póstumamente en 1789, Francisco Xavier Clavijero (1731-1787) destaca el paraíso que representaron estas tierras novohispanas respecto a esta actividad. A pesar de que el religioso nunca pisó la península, se documentó gracias a sus comunicaciones con los misioneros jesuitas que vivieron y exploraron la región.

 

También comenta que los buzos californianos eran expertos en sacar las ostras y por lo general se enfrentaban a varios peligros como tiburones, mantarrayas y los llamados burros, moluscos que se adherían al fondo y era muy difícil desprenderlos, que se mantenían abiertos y eran muy sensibles al movimiento, por lo que si se cerraban intempestivamente podían herir a los pescadores.

 

Durante los meses de julio, agosto y septiembre, los placeres (lugares destinados a la obtención de la perla) se veían ocupados por buzos y comerciantes cuyos barcos se encontraban en los puertos cercanos. La luz del mediodía facilitaba la localización de la madreperla y los indígenas se sumergían hasta donde la respiración les permitiera y llenaban sus redes con las ostras. Esta dinámica de trabajo les provocaba una gran fatiga física y afectaba su salud.

 

Para lucir

 

Los retratos y memorias de los archivos familiares dan cuenta de la importancia de las perlas dentro de su legado, así como de su presencia en la vida cotidiana. En estas dotes generacionales, las joyas, atuendos y objetos domésticos destacan por los apegos sentimentales y la minuciosidad de su elaboración, que integra a cada detalle las esferas de mar.

 

Dependiendo de la forma de la perla, tamaño y perfección, era el valor y usos que podía tener. Los nombres con los que se les conocían eran curiosos y variados: garbancillos, garbanzón o calabacitas que se montaban en anillos, zarcillos y collares en oro y plata. Se le llama aljófar a la perla pequeñita de forma irregular, aunque también se le puede denominar así al conjunto de éstas.

 

También se utilizaban para bordar los exuberantes trajes y tocados de la aristocracia novohispana, confeccionados en las más bellas telas de tafetán y damasco, los cuales se imponían ante la vista de los pintores y quedaron perpetuados en los retratos de época. Las luminiscentes esferas se pueden observar como complemento de los ajuares con deslumbrantes collares y pulseras que las señoras novohispanas portaban. Documentos hallados en el Archivo General de la Nación apuntan que algunas de estas piezas llegaban a tener hasta diecinueve hilos de perlas.

 

Sin embargo, la alta sociedad del virreinato no era la única que usaba estos delicados ornamentos; por ejemplo, los llamados cuadros de castas dan cuenta de que las negras, mulatas, mestizas y criollas llegaban a utilizar estas joyas como parte de sus accesorios.

 

Además, entre los trabajos más interesantes están los realizados por los creyentes a alguna advocación religiosa, o por las monjas que también confeccionaban los vestidos de la Virgen y los rostrillos alrededor de su cara. Algunas damas de sociedad donaban sus perlas para que formaran parte de este ajuar celestial. En pinturas de profesión de las religiosas o monjas coronadas se muestra cómo algunas tienen bordados con perlas en su hábito, al igual que el pequeño traje del Niño Jesús que las iba a acompañar en su celda dentro del claustro.

 

Esta publicación es sólo un fragmento del artículo "Las codiciadas perlas de Nueva España" de la autora Monserrat Ugalde Bravo, que se publicó íntegramente en Relatos e Historias en México número 104.