El funesto ataque a los expedicionarios españoles en Champotón, Campeche, el 25 de marzo de 1517.
Solo uno había salido ileso de aquella copiosa lluvia de flechas. Fallecieron cincuenta. Cinco más murieron a los pocos días, a consecuencia de las profundas heridas infringidas por sus agresores, además de la sed. Quizá también el hambre, porque las provisiones escaseaban. Otros dos fueron capturados y sacrificados. El soldado Bernal Díaz del Castillo, quien muchos años después plasmaba en su crónica tan funestos números, dijo haber recibido tres flechazos ese trágico 25 de marzo de 1517.
La expedición europea de la que Bernal Díaz formaba parte se propuso desembarcar este día en aquella ensenada, donde se encontraron a golpe de vista con un poblado donde había blancas edificaciones y campos de cultivo. Ellos, que por la experiencia de días pasados eligieron desembarcar lo mejor armados que pudieran, irían a investigar qué más había en donde estaban, pero sobre todo a buscar víveres y agua para continuar su travesía.
Quienes los recibieron eran los couoh, un pueblo muy belicoso residente de Champotón –Bernal Díaz lo llamó Potonchán–, territorio ubicado en las márgenes del río homónimo. Desde los primeros momentos, los locales se mostraron cautos, negándose a alimentarlos, recibir sus obsequios y hasta los privaron de tomar agua, aunque después les dieron permiso de ir a unos pozos. Sin embargo, los guerreros del lugar, bien armados y pintados de blanco, negro y rojo, se acercaron en silencio a preguntarles –según cuenta Díaz del Castillo– si venían de donde sale el sol. Era la misma pregunta que les había sido formulada, en las paradas anteriores, por otras poblaciones de la misma península.
Después de eso, los guerreros se marcharon, dejando a los españoles quizá más intranquilos. Esto último los obligó a ser más cuidadosos cuando llegó la hora de dormir, en tierra y fuera de sus embarcaciones, turnándose las guardias. Y no es aventurado decir que poco o nada durmieron, dado el ruido propiciado por los gritos, tambores y caracolas de sus vigilantes.
Lo que pasó a la mañana siguiente probablemente dejó impávido a varios de ellos: una lluvia de piedras, lanzas y flechas cayó sobre su sector. Aunque fray Bartolomé de las Casas después escribiera que los españoles comenzaron las hostilidades, ya “que no sabían sufrir en tales tiempos grita de indios, por mucho que las voces alcen, como los conozcan desnudos y al cabo llevar la peor parte”, lo cierto es que la batalla se desató de inmediato, al tiempo que los extranjeros eran cercados.
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