Ubicada en pleno centro de la capital mexicana, en la esquina de las antiguas calles Puente del Espíritu Santo y Capuchinas (hoy Isabel la Católica y Venustiano Carranza), esta elegante residencia es digna muestra de la fortuna de sus moradores novohispanos y un ejemplo de la maestría del arquitecto barroco Francisco Guerrero y Torres.
El antiguo Palacio de los Condes de San Mateo de Valparaíso tuvo, en sus inicios, una estampa completamente diferente a la que hoy luce. Fue edificado en el predio adjudicado a Alonso de Nortes por sus méritos durante la Conquista española de México-Tenochtitlan, el cual en junio de 1527 fue vendido a Juan Cermeño.
Una pequeña fortaleza
Tras la Conquista española, la Ciudad de México comenzó a adquirir la imagen de una urbe semifeudal, habida cuenta de que los dueños de los enormes solares que Hernán Cortés distribuyó entre los que habían colaborado con él en la ocupación de estas tierras, decidieron hacer verdaderas fortalezas, temerosos de un levantamiento indígena.
Fue así que don Juan Cermeño erigió una estructura sencilla cuyas puertas y ventanas fueron protegidas por fuertes rejas, tal como lo narra don Carlos Sánchez-Navarro y Peón en su obra Memorias de un viejo palacio, editada en 1951:
En aquella cuidad construida sobre la antigua Tenochtitlan que, como consecuencia de un extraordinario logro de la ingeniería hidráulica, se levantaba a la mitad del lago, las casas españolas también tuvieron que construirse sobre aquellas calles, mitad agua y mitad tierra, por lo que la casa de Cermeño, como la de tantos otros, tenía su propio embarcadero y su puerta de servicio por la que entraban las canoas con la vitualla para dar de comer a los dueños de tan portentosa mansión.
Fortuna derrochada
Muerto Cermeño, su viuda doña Ana Martínez contrajo matrimonio con Diego Pérez de Zamora. La herencia del finado sirvió a esta nueva pareja para engalanar la casa que también había sido legada por don Juan a su viuda y sus dos hijos.
Por principio de cuentas, aligeraron un tanto la fachada al ampliar el portón principal y abrir otro por donde ya podían entrar coches. Sobre la entrada principal se labró el escudo concedido por el rey Felipe II a Diego Pérez de Zamora y el interior se llenó de lujosos muebles y cortinajes.
Don Diego se unió a la conjura orquestada en 1566 por los hermanos Ávila y Martín Cortés, hijo del conquistador, para oponerse a la resolución de Felipe II que pretendía suspender las encomiendas a perpetuidad. La conspiración fue descubierta, los Ávila ejecutados, Martín Cortés desterrado a España y a don Diego, cuya participación no había sido tan importante, se le envió a Coyoacán, también desterrado.
Tantas eran las tribulaciones económicas por las que atravesaba después de haber derrochado lo que no le había costado, que no le quedó más remedio que poner la casa en venta. Por cinco mil pesos de aquellos oros, Marcos Rodríguez, comerciante, adquirió la propiedad, al tiempo que se hizo cargo de los créditos con que Pérez de Zamora había gravado la casa en favor de las monjas del convento de Regina.
Vendida e hipotecada
Al iniciar el siglo XVII, tanto don Marcos como su mujer fallecieron, dejando a su hija Juana como heredera de la casa y albacea de todos sus bienes; sin embargo, dado que también habían dejado un gravamen como dote para otra de sus hijas, fue necesario ofrecer la casa en venta al mejor postor.
Fue así que en 1625 la casa llegó a manos de don Pedro de Toledo y Mendoza, quien por aquel tiempo ocupaba el cargo de tallador de la Casa de Moneda de México. Entonces, la propiedad volvió a ostentar el lujo que ya había perdido; además de ampliar las habitaciones, corredores y patios, llenó los salones con porcelanas de China, marfiles, tapices y muebles finos con los que se engalanaban las grandes fiestas que ofrecía de continuo.
Poco le duró el gusto a don Pedro, ya que diez años después falleció, dejando como heredera a su viuda Francisca de Paz, quien estableció un censo de 25 000 pesos sobre la casa, como dote para su nieta que acababa de contraer matrimonio. Dado que doña Francisca en su viudez se retiró a vivir a San Ángel con su hijo menor, fue el marido de su hija, don Felipe Morán de la Cerda, quien compró la casa en 30 000 pesos, reconociendo la suma correspondiente a la dote otorgada a la sobrina de su esposa.
A la muerte de este nuevo dueño de la mansión a la que le había dado vida social con fiestas y saraos, doña Ana, su viuda, se refugió en la oración hasta que falleció y la casa pasó a manos de su hermano menor, Diego, aquel que se había retirado junto con su madre a San Ángel. Este sujeto sin oficio ni beneficio no hizo otra cosa que despilfarrar su herencia y vender muebles, tibores, cuadros y cortinas, hasta llegar al punto de hipotecar la casa. Su sobrina, alarmada porque iba a perder la dote que su abuela le había dejado, emprendió un pleito judicial que terminó hasta que la autoridad decidió poner el inmueble en subasta pública.
Así llegó el 28 de septiembre de 1672, cuando don Antonio Medina Picazo, el mismo que hizo la hermosa capilla anexa al templo de Regina en la Ciudad de México, se hizo de la casa por 22 000 pesos, una suma mucho menor a la que se había vendido antes; además, reconoció el censo a favor de la nieta de la dueña anterior.
De herencia en herencia
Una vez arreglada la casa, don Antonio la vendió en 32 000 pesos a don Dámaso de Zaldívar, minero y hacendado de Guanajuato, San Luis Potosí y Zacatecas. Entre las propiedades de este acaudalado personaje destaca la famosa hacienda de San Diego del Jaral, en el norte guanajuatense...
Esta publicación es sólo un fragmento del artículo "El gran Palacio de los Condes de San Mateo de Valparaíso" de la autora Guadalupe Lozada León, que se publicó íntegramente en Relatos e Historias en México, número 106.