Ciudad de México es sitiada por el ejército liberal en 1859

Desastre en la capital del país
Emmanuel Rodríguez Baca

 

La República Mexicana inició el año de 1859 enfrascada en una guerra civil que se había postergado por un año y a la que no se le veía un final cercano. El 31 de enero el general Miguel Miramón fue nombrado presidente sustituto por el partido conservador, mediante un decreto del anterior mandatario Félix Zuloaga, y dos días más tarde tomó posesión de su cargo. Una de sus prioridades fue captar recursos materiales y humanos para emprender la campaña sobre el puerto de Veracruz, sede del gobierno constitucional cuyo presidente era Benito Juárez; no sería sino hasta el 14 de febrero que comenzaron a salir de la capital las fuerzas destinadas a este fin. Antes de partir, el Joven Macabeo, como era llamado Miramón, nombró al general Antonio Corona gobernador del Distrito Federal –cargo que sumó al que ya tenía de comandante militar–, lo que obedeció a la necesidad de congregar en una sola persona el mando político y militar, a fin de garantizar la seguridad en la capital durante su ausencia.

 

Sabedor de esta empresa, la que el propio Miramón se encargó de difundir desde el día que se hizo cargo de la presidencia, el gobierno liberal planeó una ofensiva a Ciudad de México, pues ausente el Ejército de Oriente, sus planes se presentaban favorables debido a que los agentes que ahí tenía le habían informado que esta se encontraba vulnerable: solo disponía de una guarnición de 1 300 hombres y Miramón se había llevado con él la mayor parte del material de guerra. Era una oportunidad que el jefe militar de los liberales, Santos Degollado, debía de aprovechar; por ello ordenó que se congregaran las fuerzas de los estados de Michoacán, Guanajuato, Jalisco y Aguascalientes para “caer como un rayo sobre la capital rebelde”.

 

Sin agua ni alimentos

 

Es importante mencionar que a diferencia de la súbita marcha que seis meses antes había efectuado el general Miguel Blanco, quien tomó por sorpresa a Zuloaga, la anticipación con que las autoridades establecidas en Ciudad de México se enteraron de la de Degollado, permitió a Corona tomar medidas pertinentes para su defensa. Para ello dispuso que se trasladaran a esta las guarniciones de Toluca, Tulancingo, Texcoco, Chalco, Tlalnepantla, Cuernavaca e Ixmiquilpan, se aumentara el número de agentes de la policía secreta, se construyeran trincheras extramuros de la capital y se fortificaran las garitas, al tiempo que ordenó se tomaran de leva 1 240 hombres para completar los cuerpos de defensa; esta última medida originó el disgusto de la población.

 

Las instrucciones referidas fueron oportunas, ya que Degollado llegó a las inmediaciones de la capital la noche del 18 de marzo; sin embargo, lejos de atacarla se limitó a reconocer los terrenos contiguos, después de lo cual estableció su cuartel general en Tacubaya. Es probable que optara por no precipitarse en un ataque y permanecer extramuros para obligar a Miramón a retirarse del puerto de Veracruz para ir en auxilio de Ciudad de México.

 

La reacción del gobernador militar Antonio Corona fue declarar a la capital en estado de sitio –el quinto que se imponía en la ciudad desde el inicio de la Guerra de Reforma– y emitir un bando en el que convocó a la población y a la guardia civil a tomar las armas. A los vecinos que acudieron a este llamado se les situó en “las iglesias y puntos dominantes”, entre ellos la Ciudadela, los templos de San Pablo, San Agustín, Santo Domingo, la Profesa y la cárcel de Santiago; incluso algunos conventos femeninos permitieron que sus azoteas fueran ocupadas, uno de ellos el de San Juan de la Penitenciaría. Además, se instalaron telégrafos en las torres de la catedral para advertir, con señas, los movimientos de las fuerzas de liberales cuando estas llegaran a la ciudad.

 

Las disposiciones del gobernador fueron aplaudidas por el periódico conservador La Sociedad, cuyo editor señaló que en la capital imperaba la confianza y aún aseguraba que “el éxito de la defensa de México para nada puede ser dudoso”. Esta presunción aumentó la mañana del 23 de marzo con el arribo de los generales Tomás Mejía y Gregorio del Callejo al frente de 3 000 hombres, quienes fueron recibidos con entusiasmo por la población.

 

Si bien en los días siguientes a su llegada Degollado no emprendió ningún movimiento importante sobre la ciudad, salvo ligeras escaramuzas en las garitas, sí realizó reconocimientos en poblaciones como San Ángel, Mixcoac, Tacuba y Azcapotzalco, donde algunas casas y haciendas fueron saqueadas, entre ellas la de la Teja, la Condesa, los Morales, Coapa, Portales y el rancho de Anzures, de las que extrajeron Ganado y semillas. A aquellas cuyos dueños se resistieron se les quemaron sus trojes y pastos.

 

La situación en la capital se complicó la tarde del mismo día 23 cuando los liberales cortaron el suministro de agua que provenía de Chapultepec, acto que fue condenado por la prensa: “Si la ciudad solo estuviese habitada por la guarnición, pudiera decirse que privarla del agua era un medio lícito de guerra; pero poner a 200,000 personas a ración de sed por molestar a una guarnición de 10,000 es una prueba de simpatía y cariño de aquellas que nadie gusta de recibir”.

 

Para satisfacer el abasto del líquido, el ayuntamiento obligó a los dueños de casas que contaran con pozos artesianos a permitir a los aguadores la libre extracción de las seis de la mañana a las seis de la tarde, “sin exigir retribución alguna ni oponer dificultades”; en caso de que estos se negaran, se harían acreedores a una sanción económica que iría de los cinco a los cincuenta pesos, al tiempo que amenazó con prisión a los aguadores que, aprovechándose de la situación, cobraran más de lo permitido por sus servicios.

 

Las fuerzas liberales interrumpieron también el suministro de víveres y otros artículos. De la hacienda de San Antonio Coapa impidieron la entrada de carbón; los indígenas y vendedores procedentes de las poblaciones del valle de México fueron despojados de los productos que pretendían llevar a comerciar a la ciudad. Como de las haciendas aledañas los liberales continuaban “adjudicándose” vacas y reses, hubo desabasto de leche y carne en la capital. Aunque el gobernador Corona declaró que no escaseaban los recursos “de primera necesidad” pues “entran con facilidad los vendedores de carbón, fruta, etc., y de nada ha faltado al vecindario en los últimos días”, lo cierto es que el vecindario resintió el bloqueo de los hombres de Degollado.

 

La presencia del ejército liberal ocasionó que se suspendieran las corridas de diligencias entre Ciudad de México y Arroyo Zarco (Estado de México), así como el servicio de trenes con la villa de Guadalupe, con lo que se redujo la entrada y salida de viajeros, al tiempo que, en el ámbito del saneamiento, los carros destinados a la recolección de basura dejaron de prestar el servicio en algunos puntos, lo que fue denunciado por los vecinos que demandaron a las autoridades civiles solucionar a la brevedad el problema.

 

 

Esta publicación sólo es un extracto del artículo "Desastre en la capital" del autor Emmanuel Rodríguez Baca, que se publicó íntegramente en Relatos e Historias en México número 110.