Carranza y los ladrones, la historia negra de la Revolución

Javier Villarreal Lozano

Otros relatos de Ibáñez reflejan la calidad moral de los líderes de México. Con excepción de Carranza, todos buscan beneficio personal, roban a la primera oportunidad y son cínicos al respecto. Desde relojes hasta automóviles, cada robo es justificable bajo su idea de justicia revolucionaria.

 

El robo, afirma Blasco, era la ocupación predilecta de los revolucionarios. A fin de fundamentar su aserto, en los artículos incluye otro suceso por demás escandaloso contado por Obregón con el evidente propósito de desprestigiar a quien pronto sería su enemigo. Cuenta Ibáñez que el sonorense narró que Carranza ofreció un banquete en el Castillo de Chapultepec al embajador de España, primera nación en reconocer a su gobierno. En los lugares de honor de la mesa estaban don Venustiano, frente al embajador, y a la derecha de este el mismo Obregón, precisamente del lado en que le faltaba el brazo. Del otro lado estaba sentado Cándido Aguilar, a quien no le faltaba un brazo, pero tenía paralizada la mano izquierda. Y agrega:

“De pronto el ministro de España se lleva la mano a su chaleco y palidece. “¡Caramba, me han robado mi reloj!, grita”. Era un reloj antiguo de oro y brillantes, una joya, recuerdo de familia. El diplomático voltea a un lado y ve al manco. Voltea hacia el otro y ve a Aguilar, con su mano inutilizada. Tampoco él podía ser el autor del robo, y se pasó el resto del banquete murmurando:

—¡Me han robado mi reloj! ¡Me han robado mi reloj! Esto no es un gobierno, es una cueva de ladrones.

Al levantarse de la mesa, don Venustiano se aproxima a él con su aire grave y venerable. “Tome usted y calle de una vez”. Y le entrega su reloj.

El diplomático no puede contener su asombro. ¡Un hombre que no estaba a su lado, sino frente a él!... Y grita con sincera admiración:

—¡Ah, señor presidente! Por algo le llaman a usted “el Primer Jefe”.”

Relata también el robo de un costoso automóvil de un diplomático, que en visita oficial lo dejó estacionado en el patio de Palacio Nacional. Al terminar la audiencia, el diplomático se sorprendió al ver que el vehículo había desaparecido. “Los soldados de la Guardia presidencial lo sacaron de dudas”, explica el novelista. “Un caudillo de los más fieles y feroces del presidente había montado en el vehículo dando órdenes al chofer”. El representante extranjero volvió con Carranza para informarle de lo ocurrido, y don Venustiano ordenó de inmediato que se buscara al antojadizo general y lo hicieran devolver el auto. Sin embargo, el enviado no pudo ser más mal recibido.

“Dígale usted al viejo —contestó el rústico caudillo— que el automóvil me gustó y me lo guardo. Para eso hemos hecho la revolución”. Aunque tentado a enfrentar al sujeto, Carranza, dice Blasco Ibáñez, la pensó mejor y consideró preferible comprar un auto igual para reponer el robado.

 

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Javier Villarreal Lozano. Historiador y catedrático de la Universidad Autónoma de Coahuila. Recibió el Premio Nacional de Historia por su biografía de Venustiano Carranza. El INEHRM le otorgó el Premio José C. Valadés 2018 a la Trayectoria en el Rescate de Memorias y Testimonios. Autor de Melchor Múzquiz, el insurgente olvidado; Los ojos ajenos: viajeros en Saltillo (1603-1910); Óscar Flores Tapia, y Cartas de Querétaro. Saltillenses en la caída del Segundo Imperio, entre otras obras. Es director del Centro Cultural Vito Alessio Robles, en Saltillo, Coahuila.

 

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El escritor español Blasco Ibáñez y la historia negra de la Revolución