Capilla de Juramentos

Aposento de una popular tradición guadalupana

Marco A. Villa

Para aquellos católicos que acuden a la Capilla de Juramentos de la Villa, en la Ciudad de México, en búsqueda de su salvación, después de haber intentado de todo, no hay mejor momento que enero, mes en el que, por tradición, diariamente se hacen cientos de peticiones a la Virgen de Guadalupe y a Dios, así como propósitos y promesas en las que sus devotos depositan sus mejores intenciones para revertir cualquier conducta negativa o vicio que los haya desviado del camino correcto. Infidelidad, delitos, alcoholismo, drogadicción, entre otros males, serán revelados a la Guadalupana para que ella, ejerciendo el papel de máxima autoridad moral que los propios feligreses le han conferido, guíe a éstos hacia su redención.

Para que el acuerdo divino sea considerado serio, el feligrés debe cumplir lo que promete por lo menos durante tres meses a partir de que jura, aunque hay quienes lo hacen por uno o varios años, e incluso de por vida. Sin importar si acudió por su propio pie a este pequeño recinto –ubicado dentro de las instalaciones de la parroquia de Santa María de Guadalupe “Capuchinas”, en la explanada de la Basílica–, o fue obligado por algún familiar, cada uno de los comprometidos pone sobre su corazón la estampa con la Virgen a todo color y el juramento impreso que ha tomado en el icónico lugar, y repite de viva voz las palabras que ha firmado previamente. Aunque la gran mayoría son jóvenes, también acuden personas de diversas generaciones y perfiles socioeconómicos.

Y así ha ocurrido desde mediados del siglo pasado que existe este lugar, construido luego de que el baptisterio, que entonces se encontraba a unos metros, requirió un edificio aparte, pues el número de bautizos se incrementó considerablemente, quizás a razón de la explosión demográfica que experimentó la zona –antes conocida como pueblo de Guadalupe Hidalgo–, y en general la ciudad. Pero ese edificio que se utilizaría para los bautismos, con el tiempo acabó por ceder su lugar; sin estar profusamente adornado o esculpido como los demás recintos del conjunto de la Villa, cuenta con vistosas efigies, relieves y un vitral.

Desde luego, los juramentos no comenzaron cuando la capilla abrió sus puertas; antes los católicos tenían que acudir a la oficina del párroco, popularmente llamada “el cuadrante”. Al tiempo, la demanda hizo imposible que siguieran realizándose ahí. De igual manera, han existido quienes sólo requieren arrodillarse en el templo de Capuchinas o algún otro de los recintos que forman parte de uno de los espacios religiosos más visitados de América. Todo lo anterior contribuyó para afianzar la tradición. Hoy en día, aunque son miles los que acuden a lo largo de los meses del año –sobre todo en la temporada alta, es decir, en enero–, la Capilla de Juramentos logra darse abasto para atender a todos los “jurados”.

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