A las galas de besamanos acudía la élite novohispana, que solía llegar en sus mejores coches, ataviados con elegantes atuendos y conformando un vistoso desfile que encantaba a la población que los flanqueaba.
Con el establecimiento en la Nueva España de la dignidad virreinal, representando en todo a la persona del monarca, era natural, por así exigirlo el decoro del gobierno, que alrededor del Virrey se formara una Corte, no tan numerosa ni espléndida, seguramente, como la de la metrópoli, pero no por eso menos estricta o ceremoniosa. Era, pues, la meta de toda persona de sociedad asistir a las recepciones de Palacio. En cuanto a este edificio larga y accidentada ha sido sus historia, pero para nuestro objeto bástanos recordar que, estrenado en 1562, por el Virrey don Luis de Velasco, fue exornado más tarde por el Marqués de Falces, quien hizo pintar una batalla en uno de los salones, y renovado en grande escala por Fray Payo Enríquez de Rivera; incendiado en el tumulto de 1692, pasáronse los Virreyes a la casa del Marquesado del Valle (hoy Monte de Piedad), mientras se hacían las reparaciones necesarias, y no fue sino hasta el 19 de agosto de 1785 que se “estrenó el magnífico salón de besamanos con una colgadura de damasco carmesí con galón, flecos, borlas de oro, un retrato del Rey muy especial y diez docenas de sillas de madera fina; veinticuatro forradas en terciopelo y galón de oro y las demás en damasco carmesí; catorce espejos, muy especiales, diez y seis pantallas iguales a los espejos, tres candiles de cristal y una alfombra muy buena”.
Eran días de besamanos los cumpleaños de Reyes y Virreyes. En tales ocasiones vestíase la Corte de gala, y al anochecer, se veían llegar a la puerta de Palacio lujosos trenes de carrozas y estufas tiradas por caballos ricamente enjaezados, y sillas de manos cargadas por negros esclavos o criados de lujosa librea. Tanto las unas como las otras, eran en general de gran valor y elegancia, doradas, revestidas de carey o artísticamente pintadas en su exterior, y forradas por dentro con ricos damascos y terciopelos.
Alumbraran la llegada de los invitados varios lacayos con hachones, mientras otros apoyaban sus largos bastones contra los muros para dejar libre el paso entre la multitud de curiosos que se apiñaban para ver de cerca a tan grandes damas y caballeros. Ascendían estos ceremoniosamente la gran escalera de Palacio, y atravesando corredores y antesalas, llegaban hasta las habitaciones de los Virreyes, en donde había de efectuarse la recepción.
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N. de la R. Este texto proviene de la obra Ex antiquis. Bocetos de la vida social en la Nueva España, publicado originalmente en 1919, en Guadalajara, Jalisco, por Ediciones Jaime.
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