Autos de fe

Y los procesos inquisitoriales en Nueva España
Morton, Casa de subastas

Dos años después de que se estableciera por cédula real el Tribunal de la Santa Inquisición para México y Perú, llegaron a la Nueva España los primeros inquisidores. Era septiembre de 1571. Un par de meses más tarde quedó oficialmente establecido en estas tierras el Tribunal del Santo Oficio.

Para la Santa Inquisición, un auto de fe era la culminación del proceso contra un acusado, después de haber sido condenado por el tribunal de esa institución. Este último episodio representaba un modo eficaz de exhibir ante la comunidad un castigo ejemplar con el fin de infundir temor e impresionar a los creyentes; era también una advertencia de lo que podía pasar a cualquiera que violase lo dictado por el Santo Oficio.

Al ser condenado por el tribunal inquisitorio, todo procesado debía aparecer en un auto de fe, ya fueran extranjeros (corsarios ingleses o comerciantes portugueses acusados de judaizantes) o habitantes novohispanos culpados de bigamia, blasfemia, hechicería, fornicación, encubridores de herejía y sodomía, entre otras faltas.

En las instrucciones que se dieron a los ministros encargados de cuidar la doctrina católica en territorio virreinal, se les prohibió proceder contra los indígenas, ya que sólo debían hacerlo “contra cristianos viejos y sus descendientes y las otras personas contra quien en estos reinos de España se suele proceder”.

Los autos de fe eran de carácter popular, pues implicaban una gran asistencia de espectadores y el escenario se instalaba casi siempre en la plaza principal o en el máximo espacio público disponible en la localidad, frente a las autoridades respectivas y con la presencia de otras corporaciones de la comunidad.

Las penas que la Santa Inquisición imponía a los reos eran muy variadas, ya que iban desde la reconciliación, el sambenito, la confiscación y el encarcelamiento, hasta el destierro, azotes, condena a galeras (embarcaciones del rey) y la relajación, es decir, entregar el reo al clero secular para que éste ejecutara la pena capital: muerte por fuego.

Cabe decir que organizar un auto de fe no era nada fácil, ya que, además de ser costoso, requería de muchos preparativos que lo hacían un proceso tardado y complicado, tanto antes como al momento de su ejecución.

 

Esta publicación es un fragmento del artículo “Autos de fe” del autor Morton, Casa de subastas y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 59

 

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