Antojos visuales

La tradición de los bodegones

Ricardo Cruz García

 

“Pues qué, ¿los bodegones no se deben estimar? Claro está que sí, si son pintados como mi yerno los pinta”. La expresión es del pintor español Francisco Pacheco. El yerno: el célebre artista barroco Diego Vélazquez. Es el siglo XVII y el bodegón florece en España como un género pictórico poco estimado, aunque con el tiempo tomará mayor presencia y prestigio. Si bien la representación de productos comestibles había surgido en Flandes en la centuria anterior y se desarrolló en atención a la demanda de coleccionistas adinerados que nutrieron esa tendencia, hoy los bodegones sirven, entre otras cosas, para despertar el antojo histórico y aproximarnos a la cultura gastronómica de una comunidad, incluyendo la diversidad de ingredientes que se presentaban en ciertas mesas o temporadas, los posibles hábitos alimentarios en periodos específicos y hasta la evolución o no de especies de frutas y vegetales.

A Nueva España, por supuesto, también llegó el bodegón, pero tuvo mínimas expresiones. El historiador Manuel Romero de Terreros identificó algunos del siglo XVIII en las galerías de la antigua Academia de San Carlos. Uno de ellos, anónimo, exhibe “carnes, caza, verduras, legumbres y una ‘granadita de la China’, amén de una pequeña tórtola viva”. El otro, del pintor Antonio Pérez de Aguilar, muestra una alacena con una hogaza, “cajetas de Celaya” en sus hoy clásicas cajitas circulares de madera, un tarro mielero, vino, una jarra chocolatera de cobre con su respectiva jícara, así como un tompiate (cesto de palma) para guardar alimentos, trastes de plata y de porcelana china, entre otros objetos. Vistos como cajas del tiempo gastronómicas, estos bodegones exhiben la presencia asiática, indígena y española, en ingredientes o en utensilios, en las mesas novohispanas.

Si bien los bodegones se asocian con el género de naturaleza muerta en tanto pretenden simbolizar el paso del tiempo o la fragilidad de la vida, en México y otros países también son muestra de las dinámicas sociales generadas en torno a la comida; por ejemplo, los privilegios visibles en ingredientes y trastos puestos a la mesa, o el prestigio que otorgaba disponer de alimentos como el chocolate.

Ya en el siglo XIX, tal género pictórico adquiere mayor relevancia en el arte mexicano. Romero de Terreros resalta que las mujeres eran quienes producían especialmente este tipo de obras, por lo menos según los catálogos de exposiciones de la Academia de San Carlos. A mediados de esa centuria encontramos, por ejemplo, a las pintoras Paz Cervantes y Juliana Sanromán con cuadros que a cualquiera servirían para abrir el apetito, pues en ellos presentan alimentos como chorizo, una lata con sardinas, champaña, pan, queso, rábanos, cabrito, chichicuilotes, agachonas (un tipo de ave) o uvas.

Para conocer más de este relato, adquiere nuestro número 187 de mayo de 2024, impreso o digital, disponible en nuestra tienda virtual, donde también puedes suscribirte.