Ambición, guerra y conciliación

Antonio de Mendoza al frente del primer virreinato americano

Antonio Rubial García

De segundón a virrey
Entre 1492 y 1552, las fechas en que vivió Antonio de Mendoza, la historia de la humanidad dio un giro determinante para el futuro del planeta. En ese primer año, Cristóbal Colón llegó a los territorios americanos y con ello se inició una era de descubrimientos que traerían consigo el inicio de un mundo globalizado. Al mismo tiempo, los Reyes Católicos, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, consumaban con su matrimonio –y con la conquista de Granada y la expulsión de los judíos– un largo proyecto de unidad política y religiosa, y consolidaban el sentimiento castellano-aragonés de ser un pueblo elegido por Dios. Para ello, la misión de llevar el Evangelio a todo el orbe, junto a la idea guerrera de cruzada, se volvió uno de los motores de la expansión española; para conseguir este objetivo, Castilla contaba con un ejército de frailes mendicantes reformados por obra del confesor de Isabel, el franciscano fray Francisco Jiménez de Cisneros.

El ideario mesiánico y guerrero de los Reyes Católicos fue heredado por su nieto Carlos de Habsburgo, cuyo imperio se estaba formando a principios del siglo XVI, aglutinando su herencia materna en la península ibérica con la paterna, que consistía en varios reinos y señoríos en el centro de Europa. Su lucha contra Francia y el Imperio turco llenó su reinado de expectativas mesiánicas que veían en estos enemigos la oposición demoniaca a sus designios. Las conquistas que por entonces se llevaban a cabo en América hacían pensar en Carlos como el emperador de los últimos días, en cuyo reinado se debía cumplir la esperada cristianización del orbe. Por ello el papado le prestó su apoyo y la Iglesia católica quedó supeditada a sus designios, pero la ruptura protestante en Alemania no sólo cuestionó la autoridad pontificia, sino también el papel simbólico del emperador como autoridad universal.

En esos convulsos tiempos, Carlos V se vio ayudado y asesorado por un ejército de funcionarios civiles, eclesiásticos y militares, muchos de ellos provenientes de las altas esferas de la aristocracia peninsular.

Segundón de una familia aristocrática
La noble estirpe de los Mendoza, aliada de Isabel de Castilla en sus luchas contra quienes se oponían a su reinado, recibió un nuevo miembro en su seno alrededor de 1490 en la villa de Mondéjar, en la actual provincia española de Guadalajara. El segundo hijo de Íñigo López de Mendoza y Quiñones, conde de Tendilla y marqués de Mondéjar, y de Francisca Pacheco Portocarrero, descendiente de los duques de Escalona, fue bautizado con el nombre de Antonio. Por entonces, la ciudad de Granada caía en poder de los cristianos después de ocho siglos de estar sujeta al dominio islámico.

Por su cercanía con la reina Isabel, Íñigo fue nombrado capitán general del nuevo territorio conquistado, por lo cual el funcionario se trasladó con su familia a una capital que todavía guardaba el odio de ser una ciudad sojuzgada. Antonio aprendió latín y retórica con el grupo de humanistas reunidos en la casa del marqués de Denia y vivió su infancia y juventud en la Alhambra, rodeado de musulmanes obligados a convertirse por la fuerza a la fe cristiana como parte de una política de mano dura que el regente, fray Francisco Jiménez de Cisneros, había impuesto; con ello se ponía fin a los intentos misioneros, más moderados y conciliadores, del fraile jerónimo y judío converso fray Hernando de Talavera, su primer arzobispo.

El trato con personalidades y políticas tan diversas y la convivencia con una población conquistada debió forjar el carácter negociador de Antonio, quien fue obligado por su padre a vestirse a la castellana, pues, como muchos otros jóvenes nobles granadinos, solía portar trajes árabes. Una actitud abierta hacia una sociedad multiétnica fue un aprendizaje que le sería de gran utilidad en el desempeño de sus futuros cargos como diplomático y virrey. Hacer una carrera como funcionario del Estado o en la esfera eclesiástica era el camino de todos los segundones de las familias aristocráticas, pues los títulos nobiliarios correspondían al primogénito, en este caso, a su hermano mayor Luis Hurtado de Mendoza. Tal situación también determinó que, cuando tenía alrededor de 28 años, Antonio fuera desposado con una noble de bajo rango, Catalina Vargas, hija del contador mayor de los Reyes Católicos, con quien tendría dos hijos, Íñigo y Francisco, y una hija, Francisca.

Por esas fechas (1516), Carlos de Habsburgo era coronado rey de España en medio de una gran oposición política por parte de los llamados comuneros, rebelados ante los abusos de los cortesanos flamencos y borgoñones que acompañaban al nuevo monarca. Antonio, influido por su hermana María y por su cuñado Juan de Padilla, estuvo implicado en dichas revueltas e incluso estuvo preso en Valladolid por tal razón; sin embargo, muy pronto la presión familiar lo convenció de tomar el bando del rey y, durante la campaña de Huéscar que su hermano Luis encabezó, dirigió un ejército de 4,000 moriscos para someter a los comuneros rebeldes, cuyos cabecillas fueron castigados con dureza.

En 1520 Carlos era coronado en Alemania como emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico. Por entonces se impuso a Castilla como centro del imperio, pues era el reino más extenso y mejor centralizado y el que estaba monopolizando desde Sevilla las conquistas y riquezas americanas. Por ello, estas posesiones quedaron sujetas a Castilla, al igual que las italianas (Sicilia, Cerdeña y Nápoles) lo estaban al reino de Aragón. Para organizar el imperio, Carlos formó consejos de Estado que tenían como obligación moral gobernar conforme a los principios religiosos y de acuerdo con el derecho, cuya fuente era el mismo Dios. En 1524 el Consejo de Indias (creado en 1519) se independizó del de Castilla para hacerse cargo de los asuntos americanos, en especial de aquellos que se presentaban en la naciente Nueva España.

En 1526, cuando el emperador Carlos recorría Andalucía después de su matrimonio en Sevilla con Isabel de Portugal, conoció a Antonio de Mendoza en la Alhambra, donde se hospedó; a partir de entonces y apoyado por sus relaciones familiares, el joven entró de lleno en la carrera diplomática al servicio del monarca. Se distinguió como embajador en Inglaterra ante la corte de Enrique VIII y viajó después a Flandes, Austria y Hungría, donde Fernando de Habsburgo, el hermano del emperador, se preparaba para enfrentar los ataques turcos que amenazaban a la cristiandad; esos territorios formaban parte de un imperio que había nacido como un conjunto heterogéneo de reinos, con fuertes autonomías, sujetos en distintos grados a la monarquía y con los cuales ésta tenía que pactar.

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