El 28 de junio de 1908 ocurrió un eclipse anular de Sol que pudo verse en varios lugares de México. El suceso, trascendental por el solo hecho de haber acaecido, nos permite saber también cómo es que la gente de ese entonces apreció el fenómeno astronómico: ¿hubo interés por observarlo?, ¿hubo científicos que lo registraron?, ¿los periódicos se ocuparon de describirlo? Las respuestas a estas preguntas muestran que en el México de aquel entonces había un gran interés de la población por los fenómenos astronómicos y una divulgación de la ciencia digna de ser reconocida.
El fenómeno
Desde el 23 de enero de aquel año, en el diario El Tiempo se anunció que en junio habría un eclipse anular de Sol y que el profesor Luis G. León, quien había fundado la Sociedad Astronómica de México en 1902, estaba registrando todos los lugares en los que podría verse, “inclusive las localidades más pequeñas y las rancherías”, con el fin de que sus habitantes pudieran saber con anticipación que, sobre su cielo, iba a poder ser visto el fenómeno para que se prepararan para observarlo por los medios que estuvieran a su alcance.
Así, el 12 de febrero siguiente, en varios periódicos, entre ellos El Contemporáneo de San Luis Potosí, apareció una nota de la Sociedad Astronómica en la que se señalaron puntualmente todos los sitios de México en los que el eclipse podría ser visto. Los indicados pertenecen a las entidades de Veracruz, San Luis Potosí (solo una población), Hidalgo, Puebla, Estado de México, Querétaro, Guanajuato y Michoacán. Además, se informó sobre los eclipses anulares que se habían presentado en los últimos años y en qué partes del mundo se apreciaron. En nuestro país, se dijo, el último que pudo apreciarse había ocurrido el 29 de julio de 1897 y fue visible en una franja que incluía a poblaciones como la potosina Ciudad del Maíz, la ciudad de Aguascalientes y en San Blas, Nayarit. También se señaló que el 28 de mayo de 1900 había ocurrido un eclipse total de Sol sobre parte del norte de México.
En el caso del que se verificó el 28 de junio de 1908, la angosta franja de sombra lunar proyectada sobre la superficie terrestre tuvo un ancho de solo 126 kilómetros, lo que significa que únicamente aquellos observadores localizados dentro de ella pudieron ver el eclipse como anular. Para todo aquel que se hallaba fuera, el eclipse fue parcial. Los observadores situados en la línea de centralidad de esa franja (la mitad geométrica de ella), fueron los que pudieron ver mejor aquel suceso, como fue el caso de varias poblaciones del estado de Hidalgo.
Las observaciones
Para entonces México contaba con los observatorios Astronómico y Meteorológico nacionales –que habían nacido en 1877–, de manera que en estas instituciones se organizaron las diferentes comisiones que se encargarían de realizar variados estudios sobre el fenómeno. Una de ellas, dirigida por Felipe Valle, director del Observatorio Astronómico, fue a Tepetitlán, un municipio hidalguense situado al norte de Tula. Otra comisión se dirigió a Polotitlán, Estado de México, en donde se realizarían observaciones meteorológicas y aquellas relacionadas con la intensidad de la radiación solar al momento del eclipse. En Cuajimalpa, en el Distrito Federal, se hicieron mediciones de los efectos magnéticos. Los resultados de las investigaciones, además de ser dados a conocer en publicaciones científicas, serían comunicados a la población gracias a la Sociedad Astronómica, fundada precisamente con ese fin.
Un aspecto interesante fue la movilización que hubo en diversas escuelas primarias hidalguenses. Desde marzo de 1908 se pidió a los planteles oficiales de varios municipios de este estado que se empezaran a dar pláticas a los niños sobre cosmografía, para que estuvieran informados sobre el eclipse que ocurriría el domingo 28 de junio. Ese día profesores y alumnos debían reunirse para verlo. Después del evento, el Periódico Oficial del Gobierno del Estado de Hidalgo recibió cartas de directores y profesores de Pachuca, Mineral del Monte, Ixmiquilpan, Tula y Calnali.
En el periódico El Popular del 10 de julio de 1908, el inspector de Instrucción Pública, don Teodomiro Manzano, reconocido pedagogo e historiador, publicó un informe de lo ocurrido en Pachuca. Comentó que él, junto con profesores y alumnos de las diferentes escuelas, acudieron a la hacienda de Chavarría a hacer las observaciones. Los niños llevaban sus vidrios ahumados para evitar que los lastimara la luz del Sol y los profesores, además, llevaron relojes y termómetros para hacer las mediciones. Don Teodomiro indicó que a las 7:05 horas se inició el principio de la interposición de la Luna entre el Sol y la Tierra. A las 8:29 pudieron observar el máximum, o sea el momento en el que se vio la corona solar rodeando el disco lunar, y dos minutos y medio después el satélite empezó a retirarse. También se tomaron las diferentes temperaturas: la más baja fue de 16.5 grados y se registró a las 8:45.
La directora de la Escuela Oficial número 19 para niñas, de Calnali, mandó una reseña que se publicó en el Periódico Oficial del Gobierno del Estado de Hidalgo del 20 de agosto de 1908. Describió el entusiasmo de las alumnas desde que se les dio una plática el sábado anterior, actitud que continuó al día siguiente del evento, tras comprobar que ocurría lo que se les había explicado. Además de señalar los horarios en que sucedieron las diferentes fases del fenómeno, la profesora realizó observaciones como la siguiente: “Entre el murmullo de los bosques y arroyuelos bien se escuchaban los trinos de las aves y los pajarillos cantaban con suave melodía como si ya se acercara la noche a tender su negro manto, sintiéndose en ese momento una corriente ligera de aire frío”.
Esta publicación sólo es un fragmento del artículo "El impresionante eclipse anular de 1908" de los autores Consuelo Cuevas-Cardona y Marco Arturo Moreno Corral, que se publicó íntegramente en Relatos e Historias en México, número 106.