Realizada por Roberto Gavaldón en 1951, esta cinta se enmarca dentro de un incipiente cine negro mexicano que emulaba la exitosa filmografía gansteril estadounidense de las décadas anteriores.
La perfección de una noche en la Ciudad de México a mediados del siglo XX bien podía hallarse en esa extraña mezcla de quietud y jolgorio que lo mismo envolvía a los residentes que se resguardaban en habitaciones para susurrar palabras amorosas entre besos y sábanas propias o ajenas, que a aquellos que se daban cita en lugares de esparcimiento, dispuestos a divertirse con la ola de espectáculos que cada vez eran más numerosos, diversos y a veces a la altura de la gran metrópoli moderna que desde el sexenio presidencial de Manuel Ávila Camacho (1940-1946) había empezado a erigirse.
Eran las horas también en que los héroes y antihéroes, como el exitoso pelotari Marcos Arizmendi, protagonista del filme La noche avanza, deambulaban dando sus mejores versiones de sí, a veces engrandecidos por los destellos de esa luminiscencia que impregnaba sus pequeños universos; y otras, cortados por la opresiva penumbra que enmarcaba su final, solo inscrito en el reino de la zozobra. Él, megalómano en el terreno deportivo o macho y arrogante frente a sus tres conquistas amorosas, representa una antítesis del ciudadano modelo visto en parte de la tradición cinematográfica de aquel tiempo, cuyo devenir se embarca en el anhelo de una forma de vida moderna, exitosa económica y socialmente, rodeada de confort, clase y buenas maneras, en la que siempre el final es feliz. Para Arizmendi, que desde su lenguaje de matices arrabaleros parece ajeno a este nivel de vida, la aceptación derivada de su éxito solo será efímera, no sin antes desencadenar una serie de enredos que precipitarán su caída.
Y es en esta materia en la que el director chihuahuense Roberto Gavaldón Leyva (1909-1986) trasgrede una norma, incursionando con sus melodramas en el llamado cine negro que a la postre abanderaría y que no contó con el reconocimiento de la crítica entonces, a razón del dominio de otros directores de vena más convencional. En México, este género se caracterizó por explorar el “otro lado” de las ciudades como nicho de contradicciones, vanidades, envidias, excesos… y su ambiente como el lugar propicio para el caos y la tergiversación del comportamiento considerado ideal de las personas, cuyos errores no serán ya redimidos por una sociedad en la que siempre terminaba sobresaliendo la arraigada religiosidad que entonces fungía como guía moral.
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La noche avanza