Un año antes de consumarse la independencia de México, tras casi tres siglos de existencia desaparecía una de las instituciones más temidas de la Nueva España: el Tribunal del Santo Oficio. En contraste con lo que ocurrió en Europa, aquí no hubo algazara ni manifestaciones de contento; la labor de la Inquisición estaba muy presente y, con la fe católica arraigada entre la población, más bien se pensó en el arrepentimiento.
No hubo festejos ni celebraciones, mucho menos tumultos o levantamientos populares como los ocurridos en Madrid por la misma razón. Al decretarse la extinción del Tribunal del Santo Oficio en México –31 de mayo de 1820–, la sociedad capitalina mantuvo una actitud tan fría como las viejas y húmedas cárceles de la Perpetua, donde por años, cientos de reos pagaron su “infidencia” a la fe católica.
En las sesiones que tuvieron lugar de diciembre de 1812 a febrero de 1813, las Cortes de Cádiz decretaron el fin de una de las instituciones más terribles de la historia de la humanidad: el Tribunal del Santo Oficio, también llamado Tribunal de la Fe o Santa Inquisición. El decreto del 22 de febrero de 1813 se extendió a las colonias en América; en Nueva España fue promulgado el 8 de junio, en cierto modo, para ganar simpatías y disminuir a las huestes insurgentes que peleaban en el sur del territorio novohispano bajo el mando del cura José María Morelos.
Poco duró el gusto. Con la vuelta del absolutismo a España en 1815 y el desconocimiento que hizo Fernando VII de las Cortes y de la Constitución de Cádiz, el viejo tribunal fue restablecido tanto en la metrópoli como en las colonias, cuyos habitantes padecieron cinco años más las injusticias de la temida institución, que dejó de perseguir delitos contra la fe para llenar sus mazmorras con reos políticos. En 1820 España adoptó nuevamente el liberalismo constitucional y la Inquisición vio el final de sus días, quedando abolida definitivamente el 31 de mayo de ese año.
En territorio novohispano el Tribunal de la Fe había sido establecido formalmente desde 1571 y, en un acierto de la Corona española y de la Iglesia, en 1573 los indios fueron excluidos de su jurisdicción. La Inquisición en la Nueva España no tuvo comparación con lo realizado durante siglos por sus correspondientes en la metrópoli y buena parte de Europa, donde literalmente la sangre había llegado al río. En México, tras 296 años de ejercer sus funciones, el saldo no era cruento –el Santo Oficio había dictado sentencia de muerte a 43 reos, según señala el cronista Luis González Obregón–, aunque tampoco era favorable: ninguna de las cientos de personas que pisaron las cárceles secretas de la Perpetua podía elevar una oración en defensa del terrible tribunal; la mayoría había sufrido en carne propia el tormento físico y psicológico, la humillación o la degradación que con tanta naturalidad se atrevían a ejercer los inquisidores. Ante el juicio de la historia, la Inquisición en la Nueva España era tan culpable como en Europa.
El 10 de junio de 1820 fue el último día de la Inquisición en la Nueva España.
Esta publicación es un fragmento del artículo “El fin de la Inquisición” del autor Alejandro Rosas Robles y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 36.
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