Pedro Infante, hasta el último momento, parece ser el milagro posible. El accidente de aviación del 15 de abril de 1957 no detuvo su presencia en el cine nacional. El escritor Carlos Monsiváis lo explicó de manera sui géneris: "El día del entierro comienza la siguiente etapa de Pedro Infante que las inmensas transformaciones del país afianzan en vez de interrumpir. Él es un pacto de las generaciones que el cine implanta y la televisión renueva, es una necesidad o un deseo consciente del público que, así ya nunca más sea pueblo, aún lo asimila y evoca".
El propio Monsiváis refiere el extraordinario pasaje de la presencia en Tizoc (Ismael Rodríguez, 1957) cuando alguien pregunta: “¿No hay nadie?”. La respuesta de Tizoc, encarnado por Pedro Infante, es contundente: “Ese naiden soy yo”. Con esa idea, precisamente, él asume su tenaz presencia, el yo existo, condición acentuada cuando le canta a una virgen (María): “Virgencita ya toy aquí, no ti vayas a incomodar. Ya me andaba por vinir, a mirar tus ojos. Poca cosa te voy a hablar, sé que tienes harto qué hacer, mucha gente que ayudar, virgencita chula…”, que luego le pareció tener su revelación en la niña María (Félix).
Tizoc se proyectó como símbolo de la raza marginada, pero también como anticipo de un milagro inacabado, que personificaba al indio a quien se le apareció la Virgen de Guadalupe: Juan Diego. Luego, Ismael Rodríguez preparó un guion cuyo propósito parecía ser la síntesis del actor. El argumento giraba en torno a un jorobado que creaba figuras de cera; en especial, modelaba personajes históricos que se parecían extrañamente a él y que serían interpretados por Infante. Entre ellos estaba justamente Juan Diego. Nombró a aquel proyecto como Museo de cera, dato que el director reveló en la película-homenaje Así era Pedro Infante, de 1963.
Hasta el momento de la muerte de Pedro Infante, Juan Diego había sido representado por Gabriel Montiel en Tepeyac (José Manuel Ramos, Carlos E. Gonzáles y Fernando Sáyago, 1917); Manuel Rangel en Alma de América (Adolfo Bustamante Moreno, 1931); Tito Junco en La reina de México (Fernando Méndez, 1939); José Luis Jiménez en La Virgen Morena (Gabriel Soria, 1942), y Ramón Novarro en La virgen que forjó una patria (Julio Bracho, 1942).
Museo de cera quedó en una serie de dibujos de Armando Martínez Cacho que mostraban los bocetos de los personajes que representaría Infante. Los sueños del jorobado hubieran obrado el milagro de ver al actor encarnar a aquel indio: “Y si hubiera sido Juan Diego, ¿qué le hubiera pedido a la virgen? Le hubiera pedido, le hubiera pedido, no sé…”; tales palabras eran parte de los diálogos del personaje principal de aquel proyecto cinematográfico que no se realizó. Lo que sí ocurrió fueron las apariciones de la imagen de la Virgen de Guadalupe en los filmes protoganizados por Pedro Infante, que crearon una especie de historia atada de película en película.
Presencia constante
En La mujer que yo perdí (Roberto Rodríguez, 1949), la Virgen de Guadalupe tiene un lugar especial. Tanto en el templo como en la casita, ante la mujer rica –Laura (Silvia Pinal)– y ante la pobre –María (Blanca Estela Pavón)–. Allí, Infante le confiere su lugar especial a la Virgen en su hogar soñado, cuando le canta “La casita” a Pavón: “Bajo un ramo que la cubre, la Virgen de Guadalupe está en la sala al entrar. Ella me cuida si duermo, me vela si estoy enfermo, y me ayuda a cosechar”. Era una de las últimas películas de Blanca Estela, antes de su fatal accidente de aviación.
Además, es precisamente el personaje de la indígena María quien pide a la “virgen chula” por el patrón: “Virgencita linda, madrecita chula, tú qui eres indita, mesmamente como yo, ti pido, pos a quen voy a pidirle, quero qui el amo Pedrito tenga felicidad”. El ruego será insistente por amor al amo, aun a costa del sacrificio: “Magrecita. Tú qui eres buena, tú qui sabes lo qui me duele aquí dentro, tú qui sabes lo mucho que quero al patroncito, cuídalo. Qui no lo maten, anqui no sea mío, anqui no sea mi hombre. […] la otra vez no me hiciste caso, madrecita. Quero que esté contento, anqui sea con la niña Laura”.
La imagen de la Virgen de Guadalupe venía de acompañar a Infante en Los tres huastecos (I. Rodríguez, 1948), como detalle del espacio del padrecito. También apareció en el altar, al centro, mientras cantaban los primos Luis Antonio (Pedro Infante), José Luis (Abel Salazar) y Luis Manuel (Víctor Manuel Mendoza) el avemaría en Los tres García (I. Rodríguez, 1947). En Vuelven los García (I. Rodríguez, 1947), devino como simbólica mirada, conciencia y reveladora del milagro que representó el inicio de la reconciliación entre los García y los López.
En una escena de esta última película, Juan Simón López (Blanca Estela Pavón) –una mujer con nombre de hombre– llora frente a la cruz de una ventana, una planta de espinas con flor y con la Virgen en su custodia; ahí confiesa a su hermano, León López (Rogelio A. González), su amor por un García. Después, en otra escena en plena tormenta, se asoma Luis Antonio (Infante) para zanjar el enfrentamiento entre los García y los López. El encuentro es fatal y representa el fin de las rencillas; con la Virgen como testigo, ambos caen.
La estampa cinematográfica en ¡Mexicanos al grito de guerra! (Álvaro Gálvez y Fuentes/I. Rodríguez, 1943), protagonizada también por Infante, deviene emotiva y nacionalista. Lupe (Margarita Cortés) tenía que ser la esposa del compositor del Himno Nacional, Francisco González Bocanegra (Carlos Riquelme). Incó pensamiento y encendió una veladora a la Virgen de Guadalupe. Luego se asomó la partitura del Himno Nacional, la cual cayó ante un soplo de viento inesperado por la ventana; fue augurio de tormenta en el país.
Por otra parte, en El Gavilán pollero (Rogelio A. González, 1950), en una habitación, con la presencia de una imagen de la Virgen de Guadalupe, Lilia Prado, como Antonia “la Gela (tina)”, sermonea, recrimina y perdona al mujeriego Pedro Infante, como José Inocencio Meléndez, el Gavilán; mientras que en Dos tipos de cuidado (I. Rodríguez, 1953), el general José Elías Moreno recrimina a Pedro Malo –Infante– por la descortesía del futuro yerno del primero, Jorge Bueno –Jorge Negrete–, y le señala el “sagrado derecho de castigar a ese miserable”, mientras caminan cerca de la imagen de la Guadalupana.
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