Su nombre es Miguel Alemán Valdés, es secretario de Gobernación y dentro de unos años será presidente de México; el de ella: Hilda Krüger, nacida en Berlín, es una cándida y atractiva actriz de cine. Procedente de EUA, Hilda había arribado a México apenas unos meses atrás, el 9 de febrero de 1941 vía Nuevo Laredo, en calidad de simple turista, pero gracias a las canonjías y componendas de Miguel Alemán, que se enamoró de ella casi al instante, pronto logró regular su estancia en nuestro país y hasta conseguir trabajo en la boyante industria del cine nacional.
Medianoche. Un oscuro Cadillac se detiene en el número 42 de la calle Dinamarca, donde se ubica el edificio Washington, en la colonia Juárez, Ciudad de México. Aquella marca de autos era casi de uso exclusivo de la casta divina de la política mexicana. El chofer desciende para abrirle la portezuela al hombre que aquella noche, como cada tercer día, será el príncipe consorte de la reina que habita un lujoso departamento en aquel edificio estilo art déco.
El hombre, algo cadavérico, de nariz aguileña, bigote de pirámide y cabellos aplacados con gomina, baja del auto y tira de las solapas para acomodarse el saco impecable. Toca el timbre y en segundos la puerta se abre automáticamente. Sube por una fastuosa escalera en espiral forrada de mármol veteado para encontrarse con aquella beldad, cuya belleza se condensa en sus ojos azulados.
En la alcoba, ambos se entregan a los placeres de la noche. Su nombre es Miguel Alemán Valdés, es secretario de Gobernación y dentro de unos años será presidente de México; el de ella: Hilda Krüger, nacida en Berlín, es una cándida y atractiva actriz de cine. Procedente de EUA, Hilda había arribado a México apenas unos meses atrás, el 9 de febrero de 1941 vía Nuevo Laredo, en calidad de simple turista, pero gracias a las canonjías y componendas de Miguel Alemán, que se enamoró de ella casi al instante, pronto logró regular su estancia en nuestro país y hasta conseguir trabajo en la boyante industria del cine nacional.
Una figura pública de la talla de Miguel Alemán, con altas aspiraciones presidenciales y casado, no podía cortejar públicamente a ninguna mujer ni entregarse a los pecados veniales. De modo que había rentado aquel departamento a fin de garantizar los anhelados encuentros con su nueva amante alemana. Se dice que, en la intimidad de la habitación, Krüger le arrancaba a aquel poderoso hombre verdaderos secretos de Estado, que más tarde entregaba a los oídos de Rüdt von Collenberg, ministro plenipotenciario alemán en México, y a los de Georg Nicoluas, el más importante operador de la red de espías nazis en nuestro país, con la intención de concretar misiones de contrabando de petróleo y minerales mexicanos codiciados por el gobierno de Hitler, esto de acuerdo con el historiador Alberto Cedillo.
Si desea leer el artículo completo, adquiera nuestra edición #164 impresa o digital:
“Plata y opio”. Versión impresa.
“Plata y opio”. Versión digital.
Recomendaciones del editor:
Si desea saber más sobre extranjeros cautivados por México, dé clic en nuestra sección “Extranjeros perdidos en México”.
Los espías nazis en México