Establecer a los indígenas en centros urbanos, edificados y operando a la usanza europea, fue prioritario para controlarlos militar y espiritualmente. Asimismo, estos pueblos de indios contaron con tierras para cultivo y una legislación para resolver sus problemas.
A lo largo de los 300 años del virreinato, los pueblos de indios dispusieron de tierras propias que algún día pudieron ser suficientes, pero, ya a fines del siglo XVII, difícilmente alcanzaban a cubrir las necesidades de los pobladores. Por voluntad propia o por exigencia de los encomenderos y propietarios de tierras cercanas, muchos campesinos se trasladaron a las haciendas, estancias y ranchos siempre necesitados de trabajadores. Tenemos bastantes testimonios, fragmentarios y desordenados, pero que muestran aspectos fundamentales de la vida rural. El desconcierto inicial, las usurpaciones ilegales, la demanda de tributo, la despoblación de algunas zonas y la introducción de nuevos cultivos causaron desconcierto y penuria en los primeros tiempos. Pero siempre los indios fueron vasallos libres y súbditos fieles de la Corona, que se beneficiaba de la prosperidad de su población.
La tradición clásica exaltada en el Renacimiento consideraba la vida urbana como ideal de civilización, de modo que incluso el trabajo del campo debía ser compatible con la vida en comunidad, en pequeños o grandes pueblos, con sus autoridades comunitarias, su centro religioso y un atisbo de actividad comercial en las ferias y mercados determinados días. Ya existían, desde la época prehispánica, algunos poblados, que pudieron incorporarse a las nuevas normas. Otros se crearon mediante el traslado forzoso de familias y pequeños grupos dispersos, que se concentraron para asegurar el cobro del tributo y con la justificación de la cercanía de algún convento o la asistencia frecuente de los religiosos responsables de la evangelización.
Estos pueblos de indios, reconocidos como tales, tuvieron su legislación que les aseguraba tierras de cultivo y pastizales en terrenos de dimensiones proporcionales a la población. Contaban con sus propias autoridades, bajo la supervisión de los gobernadores o alcaldes mayores, con atribuciones para resolver los problemas locales. Al menos hasta mediados del siglo XVII se mantuvo el equilibrio entre vecinos y tierras disponibles, pero la población aumentaba mientras las tierras conservaban sus límites y hubo conflictos y emigración de los jóvenes que encontraban trabajo en los ranchos y haciendas.
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