El presidente de México solicitó por medio del ministro de Relaciones Exteriores, Eduardo Hay, la salida de Arthur Dietrich de nuestro país. La relación con Estados Unidos era prioritaria, no Alemania.
La Gestapo y la Abwehr enviaban la propaganda oficial nazi a México oculta entre aperos, tornillos y maquinarias. Llegaba a la ferretería Casa Booker, en el centro de la Ciudad de México. Ahí, Dietrich la recogía y la llevaba a la legación alemana, a unas cuadras de la ferretería, y luego a su oficina de prensa, en la calle Viena número 17, colonia Juárez, en donde traducía y elaboraba los boletines, comunicados y afiches que posteriormente entregaría, para su publicación, a la prensa mexicana.
Arthur Dietrich, al que se le llegó a conocer como “el Führer mexicano”, arribó a nuestro país en el verano de 1924 bajo el oficio empresario. Se dice que trabajó en el estado de Hidalgo, en un racho de donde –también se dice– salió por la puerta trasera tras realizar un fraude por “ochenta mil pesos”.
En 1936 Rüdt von Collenberg fue designado ministro plenipotenciario alemán en México. A los pocos días de tomar posesión de la legación alemana, Rüdt informó que Dietrich había sido nombrado, por el Ministerio de Asuntos Exteriores de Alemania, el encargado de prensa. Al parecer, Dietrich se conducía al margen de la autoridad del ministro von Collenberg y su trato era directo con los altos funcionarios del Tercer Reich. Como sea, el caso es que pronto dispuso de fuertes sumas de recursos económicos para financiar y orquestar una sustancial campaña de propaganda a favor del ideario y los intereses nazis en América. Difundió en México, de manera masiva y gratuita, publicaciones abiertamente nacionalsocialistas, como el Deutsche Zeitung von Mexico (Periódico Alemán en México) o el NS-Herold (Heraldo Nacional-Socialista), órgano oficial de difusión del Partido Nazi.
Aprovechando su estatus de diplomático, Dietrich se relacionó en México con poderosos empresarios de las comunicaciones, agrupaciones políticas afines al fascismo o a la extrema derecha, periodistas, políticos, intelectuales, gobernadores y demás simpatizantes. En este punto es justo decir que, por aquellos años en nuestro país y en buena parte del mundo, muchos ignoraban qué significaba realmente el nazismo. A muchos simplemente les podría resultar simpático, interesante y hasta inspirador.
El hecho es que, a lo largo de casi cinco años, Arthur Dietrich configuró en el territorio mexicano una interesante red de adeptos y paniaguados dispuestos a difundir y promover los designios de Alemania y su Führer; un breve pero conciso ejército de preconizadores germanófilos. Muchos diarios, entre ellos el El Universal o el Excélsior, publicaron carretadas y planas completas de elogios pronazis, a cambio, claro está, de sus respectivos embutes libres de polvo y paja.
Lo mismo sucedió con múltiples estaciones radiofónicas de toda la República Mexicana, como la XEW de Emilio Azcárraga. Incluso, existe la leyenda de que algunos agentes nazis llegaron a enviar información cifrada a Berlín mediante anuncios transmitidos a través del espectro electromagnético emitido desde la XEW.
Arthur Dietrich se refugió en España, donde siguió trabajando a favor del Tercer Reich convertido en periodista. Escribía, entre otras publicaciones propaganditas, en la revista juvenil nazi Heroísmo y aventura.
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