En los dos números anteriores de Relatos e Historias en México comenté que, desde su destierro de la URSS en 1929, León Trotsky tuvo que sortear una compleja conspiración internacional de acoso y persecución en su contra orquestada por Iósif Stalin. Como sabemos, el líder comunista consumaría su cometido la tarde del martes 20 de agosto de 1940, cuando uno de sus agentes, Ramón Mercader del Río, heriría mortalmente y a sangre fría al viejo bolchevique refugiado en México.
El judío francés
Es febrero de 1939. El ucraniano Pável Sudoplátov acaba de recibir el alto honor de ocupar el puesto de jefe de Operaciones Especiales de la Inteligencia Exterior Soviética. Su carrera como agente al servicio del NKVD ha sido meteórica, debido a sus éxitos y su probada efectividad como asesino. Destacó en operaciones a favor de la causa estalinista en España y en otras partes del mundo. Tanto Stalin, como Laurenti Beria, el temible director del NKVD, lo tienen en alta estima y al parecer confían en él.
Días después de su nombramiento, apenas entrada la primavera, el todo poderoso secretario general le envía el siguiente telegrama: “La guerra se acerca. El trotskismo se ha convertido en cómplice del fascismo. Tenemos que asestar un golpe a la Cuarta Internacional. ¿Cómo? Decapitándola”. Sudoplátov sabe que aquel telegrama de Stalin es una orden. Se deben acelerar y ajustar los planes para asesinar lo antes posible al exiliado en Coyoacán y líder de la Cuarta Internacional, el viejo Liev Davídovich cuyo nom de guerre es León Trotsky.
De inmediato Sudoplátov convoca a una reunión. La cita es en un céntrico café de Saint Michel, en el corazón de París. Al breve cónclave asisten el bielorruso Nahum Isaákovich Eitingon (de quien nos ocuparemos en la siguiente entrega) y el lituano Iosif Romualdovich (o Rabinovich) Grigulevich, cuyo apodo, entre muchos, era el Judío Francés. Entre los tres, aquel día fraguaron la Operación espacial Utka (Pato), que años después se calcularía que tuvo un costo de medio millón de dólares. Dicha operación se dividía en tres núcleos de acción: el primero estaría a cargo de Eitingon, apoyado por la catalana Caridad Mercader, pareja sentimental de Eitingon, y el hijo de esta, Ramón Mercader. El segundo lo ejecutaría David Alfaro Siqueiros, veterano de la Guerra Civil española, miembro del Partido Comunista Mexicano (PCM) y afamado muralista. Y el tercero lo llevaría Grigulevich. Toda la operación sería monitoreada, desde Moscú, por el propio Sudoplátov.
La mano que mece la cuna
Todo parece indicar que desde el principio la tarea de Grigulevich sería en un doble propósito. Por un lado, se trataba de hacer confundir a la inteligencia trotskista y que sus acciones en México fueran un distractor para que las otras dos fuerzas de la operación tuvieran el camino despejado. Y por el otro, sería el artífice intelectual, desde las más oscuras sombras, del fallido atentado la madrugada del 24 de mayo de 1940 contra el arquitecto del Ejercito Rojo, materializado por Siqueiros y una veintena de inexpertos esbirros armados hasta los dientes.
Grigulevich fue un destacado, efectivísimo y longevo agente del NKVD y del posterior KGB. Participó en notables tareas al servicio del estalinismo, como el asesinato del anarquista Andreu Nin. Su último servicio a favor de la inteligencia soviética, en 1953, fue no sólo hacerse pasar por costarricense bajo el nombre de Teodoro Boneffil Castro, sino que logró ser nombrado embajador de dicho país ante Italia y Yugoslavia, con la intención de asesinar al presidente yugoslavo Jozip Broz, alias Tito.
Romualdovich Grigulevich se había educado en Argentina, adonde había llegado a vivir desde muy niño, y había vivido muchos años en España. De modo que hablaba un perfecto español y la realidad latinoamericana no le era ajena. Eso le facilitó su trabajo en nuestro país. Llegó en enero de 1940, desde EUA, haciéndose pasar por un importante empresario farmacéutico francés. Se instaló en la colonia Acacias, cercana a la fortaleza de Trotski en Coyoacán. Pronto conocería a la mexicana Laura Araujo, miembro del PCM, con quien se casaría y quien sería su importante cómplice.
Con el apoyo de Laura en febrero de aquel año Grigulevich rentó una casa en la calle Abasolo, a unos cuantos metros de la residencia de Trotsky. Desde ella organizó a un grupo de mexicanos comprometidos con la causa y militantes del PCM para espiar subrepticia y calladamente los movimientos de la casa de Trotski: las entradas y salidas de los empleados, las rutinas, los cambios de turno de los guardias, la presencia de la policía, y también intentó que los espías, haciéndose pasar por inocentes vecinos, intimaran con los guardias de la casa. Al parecer, de esa manera se tuvo la información necesaria para acometer el atentado de la madrugada del 24 de mayo. El trabajo de Grigulevich también incluyó conseguir financiamiento, armas, vehículos e identificaciones falsas.
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