El nuevo llamado de Iturbide, el primer jefe trigarante

Joaquín E. Espinosa Aguirre

El llamado “Manifiesto al mundo” es el manuscrito encontrado entre la faja y la camisa de Agustín de Iturbide después de su fusilamiento, ocurrido el 19 de julio de 1824, razón por la que además está manchado de sangre. Dirigido al ministro plenipotenciario de Su Majestad Británica y escrito durante su destierro en Italia, Iturbide hacía una defensa emocional de su actuación pública. El 21 de mayo de 1822 había sido coronado emperador de México bajo el nombre de Agustín I, pero no logró establecer la paz. Para el 19 de marzo de 1823 abdicó y partió al exilio. Sin saber que había sido declarado traidor y puesto fuera de la ley, regresó a México el 14 de julio de 1824 y de inmediato fue aprehendido y posteriormente ejecutado.

 

Llegó 1820 y con este los nuevos cambios generados desde España. Un grupo de militares liberales dirigidos por Rafael del Riego y Antonio Quiroga se pronunciaba contra el despotismo y forzaba al monarca a jurar nuevamente la Constitución de Cádiz, lo que obligó a las posesiones ultramarinas a seguir los mismos pasos.

Iturbide se encontraba en México, viviendo según su acérrimo enemigo Vicente Rocafuerte, “entregado al juego, que es una de sus favoritas pasiones, y abandonado a sus vergonzosos amores”; encontraría su momento para regresar a las acciones. Según se ha dicho, ese nuevo llamado llegó por parte de los serviles de La Profesa, cuyos planes se oponían al regreso de la Constitución y el sistema liberal; un proyecto reaccionario y conservador que se fijó en él para ponerlo al frente. Desafortunadamente, no se cuentan con elementos suficientes sobre tal suceso, encontrándose todo en el terreno de la especulación. Parece ser que este fue un rumor que Rocafuerte lanzó y muchos de los escritores del siglo XIX siguieron.

Lo que sí se puede afirmar es que el coronel Iturbide fue llamado a finales de 1820 por el virrey Ruiz de Apodaca para ser destinado a la comandancia del Sur y rumbo de Acapulco. Enfrentaría ahí al último reducto insurgente conformado por Vicente Guerrero y Pedro Asensio en la selva sureña, lo que tenía un peligro agregado por tratarse de una región que había sido dañina para la salud de Iturbide en su etapa previa.

El nombramiento, que había sido pensado para el brigadier Melchor Álvarez o para el coronel Martín Matías y Aguirre, recayó finalmente en Iturbide, quien aceptó con la condición de que lo acompañara su Regimiento de Celaya. Y aunque durante el mes de diciembre y enero hubo algunos enfrentamientos entre Iturbide y las fuerzas rebeldes, parece ser que sus intenciones reales estaban claras desde su salida de Ciudad de México.

El 26 de noviembre, Iturbide había entablado comunicación con Vicente Guerrero por medio de una carta donde se lamentaba de “que no está usted dispuesto a deponer las armas y sí a continuar la campaña que inició el cura Hidalgo. Ojalá, que pasando otros días, uno u otro quede convencido de la justa causa que nos conduce a batirnos en los campos de batalla”. Lo que buscaba no era acabar con él, sino pactar una alternativa.

En los siguientes meses, Iturbide empleó a varios oficiales de su confianza del Regimiento de Celaya, como los capitanes Francisco Quintanilla y Manuel Díaz de la Madrid y el teniente Celso Iruela y Zamora, para enviar comunicaciones privadas a personajes de la región de Veracruz, Nueva Galicia, Valladolid y el Bajío, entre los que figuraban Anastasio Bustamante, Luis Quintanar, Miguel Barragán, Luis Cortázar, Joaquín Parres, Pedro Celestino Negrete y Melchor Álvarez, todos los que serían piezas claves de sus pretensiones.

La maquinaria trigarante ya estaba echada a andar, y el 24 de febrero dio a conocer su Plan de Independencia de la América Septentrional en el pueblo de Iguala, con lo que desencadenó un movimiento que culminaría con la independencia del Imperio mexicano, luego de once largos años de guerra.

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Agustín de Iturbide, de defensor del orden virreinal a independentista