A partir de 1847 se alzó la más extensa y prolongada rebelión popular contra la élite yucateca. Abarcó casi un siglo de enfrentamientos y los sublevados llegaron a tener el control de la mayoría del territorio de la península. Aunque no fue una campaña de exterminio ni un conflicto de indígenas contra blancos, ha sido malamente llamada Guerra de Castas. En realidad, luchaban por reducción de impuestos, propiedad de la tierra, contra la explotación de carácter esclavista y a favor de un gobierno autónomo.
Diversos son los nombres con los que a lo largo del tiempo historiadores y escritores se han referido al conflicto que inició en el verano de 1847 en el oriente de la península de Yucatán. Fue esta una guerra que enfrentó a los mayas orientales y sus aliados contra el gobierno estatal de Yucatán y el nacional de México durante más de medio siglo. En los términos de la élite blanca de la época, fue una guerra entre la “barbarie” y la “civilización”; en términos historiográficos contemporáneos, fue una guerra compleja que se convirtió en uno de los conflictos más largos del México independiente.
¿Una guerra de independencia?
Lo que sucedió a mediados de 1847 no puede entenderse sin remitirnos al pronunciamiento federalista de Santiago Imán de 1840, que terminó con la secesión de Yucatán del gobierno nacional. Imán, oficial de milicia activa nacido en Mérida, pero cuya trayectoria comercial y política se construyó en el oriente de la península, se había pronunciado desde 1836 movido por sus ideas federalistas y su oposición al reclutamiento de milicianos para la guerra de Texas. No obstante, su movimiento solo triunfó cuando tuvo el apoyo de los mayas cimarrones de la “montaña” y los de las repúblicas de indios de los alrededores de Valladolid; a cambio de la reducción de las cargas fiscales, los mayas orientales aceptaron apoyar a Imán en su pronunciamiento, lo que también les dio acceso a armas y entrenamiento militar.
Cuando la guerra entre los secesionistas yucatecos y los centralistas mexicanos estalló en 1842, los orientales mantuvieron su alianza con Imán y combatieron contra el ejército mexicano durante toda la campaña, batiéndose en los alrededores de Campeche y Mérida, comandados por oficiales mestizos mayahablantes como Pastor Gamboa.
Aunque frecuentemente se señala a los yucatecos de separatistas, la guerra entre estos y los centralistas debe entenderse como un episodio más del largo proceso de integración de Yucatán a México: pese a las recurrentes rupturas con el gobierno nacional, la élite política yucateca no buscaba crear su propia nación, sino más bien lograr el respeto a su estatus especial, sobre todo en lo concerniente a sus relaciones comerciales y la organización de los cuerpos militares para la defensa de amenazas del exterior.
Pese a su cooperación en la guerra contra el ejército centralista, el gobierno estatal de Yucatán postergó la promesa de reducir los impuestos que pesaban sobre los mayas. En las cartas y la correspondencia emitida por los comandantes insurrectos durante los primeros años de la guerra de “castas”, varios de los motivos del alzamiento quedaron bien plasmados; entre estos se hallaba la promesa incumplida de los yucatecos sobre las contribuciones civiles y religiosas.
Dicha guerra ocasionada por la invasión centralista a la península dio a los mayas no solo armas y entrenamiento, sino experiencia directa en el combate y el manejo de la logística para un esfuerzo bélico prolongado. Durante la conflagración de los años de 1842 y 1843, fueron ellos quienes se encargaron del acopio y transporte de víveres y pertrechos.
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José Ángel Koyockú. Maestro en Historia por el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, sede Peninsular, y licenciado en la misma disciplina por la Universidad Autónoma de Yucatán. Es integrante de K’ajlay, colectivo dedicado a la divulgación de la historia de los pueblos mayas de la península yucateca.
Para entender la mal llamada Guerra de “Castas”