¿La Guerra de Castas fue una guerra internacional?

José Ángel Koyockú

Hacia 1848 cada vez más comunidades de la península yucateca habían manifestado su inconformidad en torno a los impuestos, el despojo de tierras, las deudas de los peones, y en favor de la autonomía de gobierno.

 

Esta guerra de más de medio siglo estuvo lejos de ser un asunto “doméstico”, ya que a lo largo de los años involucró a varios países. En marzo de 1848, el gobernador de Yucatán, Santiago Méndez, llegó a ofrecer desesperadamente la soberanía del estado a Inglaterra, España y Estados Unidos a cambio de ayuda para combatir a los mayas. Aunque las ofertas fueron desatendidas, desde Nueva Orleans cientos de mercenarios estadounidenses zarparon rumbo a las costas peninsulares para combatir a los “bárbaros”.

Uno de los efectos más duraderos de la guerra fue que terminó con el movimiento secesionista de Yucatán, que había iniciado con el triunfo del pronunciamiento federalista de Santiago Imán en 1840. A cambio de ayuda militar para combatir la insurrección, en 1848 el gobierno del estado acordó reincorporarse a México de forma definitiva. De hecho, parte de la indemnización que Estados Unidos pagó al país tras la invasión (1846-1848) y a cambio de los territorios del norte, fue usada para adquirir armas y municiones, así como para asegurar los primeros sueldos a la desesperada milicia local desde el inicio del conflicto.

Por otro lado, a finales de 1848 el entonces gobernador Miguel Barbachano decretó la expulsión de los prisioneros de guerra mayas por diez años y para principios de 1849 llegaron a Cuba los primeros deportados indígenas a fin de trabajar en fincas. El gobierno español, que mantenía como colonia a la isla, fue clave para hacer pasar por contratos de trabajo lo que en realidad era un tráfico humano de dichos prisioneros. Además, posteriormente los comandantes militares y las autoridades estatales de Yucatán terminaron enviando mayas y mestizos capturados en los pueblos de la zona “civilizada” que nada tenían que ver con los rebeldes. Tratados como mercancías humanas, el tráfico continuó hasta que Benito Juárez le puso freno en 1861.

Los mayas rebeldes también buscaron alianzas a escala internacional. A finales de 1848 Jacinto Pat envió cartas hasta el Petén, en Guatemala, para que, en el antiguo territorio de la nación itzá, los indígenas también se levantaran en armas. Una breve insurrección comandada por José María Hernández, el gobernador (cacique) de Tubucil, extendió el conflicto armado al otro lado de la frontera mexicana por algunos meses, aunque el levantamiento fue rápidamente aplastado. Fue Modesto Méndez, el corregidor guatemalteco del Petén, quien negoció en 1851 con los mayas de Chichanhá, comandados por Angelino Itzá, un acuerdo de paz entre estos y el gobierno yucateco de Barbachano.

Asimismo, es conocida la relación que los mayas de Noh Cah Santa Cruz mantuvieron con el gobierno británico a través de las autoridades establecidas en Honduras Británicas (Belice), quienes toleraban el comercio de armas, pólvora y otros pertrechos de guerra entre los empresarios de la colonia y los rebeldes de Santa Cruz, lo que le permitía a los insurrectos continuar su lucha contra yucatecos y mexicanos. En 1849, varios jefes mayas de oriente, entre los que se encontraba Cecilio Chi, llegaron incluso a solicitar a Gran Bretaña que mediara entre Yucatán y los alzados para la división del territorio.

En los últimos años del siglo XIX, en el preludio de la ofensiva final del ejército mexicano contra Santa Cruz, el gobierno mexicano presidido por Porfirio Díaz llegó a un acuerdo con Reino Unido para establecer la frontera en el sureste. Así, el artículo 2 del Tratado Mariscal-Spencer, firmado en Ciudad de México en 1893, prohibía el comercio de armas entre la colonia británica y las “tribus indias”.

 

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José Ángel Koyockú. Maestro en Historia por el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, sede Peninsular, y licenciado en la misma disciplina por la Universidad Autónoma de Yucatán. Es integrante de K’ajlay, colectivo dedicado a la divulgación de la historia de los pueblos mayas de la península yucateca.

 

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