A finales de 1830 el presidente Guerrero partió de Ciudad de México con sus mejores hombres para combatir a los opositores a su gobierno.
El 12 de febrero de 1831 Vicente Guerrero se encontraba preso, acusado de traición a las instituciones de la nación y de ir en contra de la Constitución. Cargos graves que lo ponían al borde de la pena máxima. Rememoraba los hechos que lo habían conducido a esa situación. Pelear durante la guerra de independencia le había dado un gran prestigio que se tradujo en una amplia popularidad y que, sin duda, había influido en que se pensara en él como candidato a la presidencia para suceder a Guadalupe Victoria (1824-1829), también yorquino y simpatizante de las mismas causas que el mulato.
Guerrero había salido de Ciudad de México el 17 de diciembre de 1829 rumbo a Veracruz, para combatir a una tropa encabezada por Antonio Facio, Melchor Múzquiz y otros militares que se habían pronunciado en contra de su gobierno y que pedían “restablecer el orden constitucional” con lo que se llamó el Plan de Jalapa. Al pronunciamiento se había invitado a unirse al todavía vicepresidente Anastasio Bustamante y al general Antonio López de Santa Anna, quienes al principio se mostraron renuentes a aceptar el plan. Para entonces, Guerrero tenía la certeza de que una oposición creciente se cernía sobre su inestable presidencia, en especial por los constantes cuestionamientos a la legalidad de su elección.
En su tierra natal, Tixtla, organizó un movimiento en defensa de la legalidad que consideraba violada por el poder Legislativo, pero el 2 de enero de 1831, pese al apoyo de Juan Álvarez y de numerosos adeptos, fue derrotado en Chilpancingo por las fuerzas del ahora presidente Anastasio Bustamante. Entonces se retiró a Acapulco, desde donde planeaba embarcarse hacia Jalisco.
Ahí fue invitado a comer por un “amigo”, el marino italiano Francisco Picaluga, a bordo del navío Colombo anclado en esa bahía. Guerrero asistió en compañía de algunos de sus partidarios y, al término de la comida, ya anocheciendo y con engaños, sus amigos fueron enviados a tierra y Guerrero fue detenido por unos soldados que estaban escondidos en el barco.
“De Acapulco, va el pájaro en la jaula, a Huatulco”, era la contraseña de los enemigos de Guerrero para entrar al puerto oaxaqueño, en donde fue entregado al capitán Miguel González, quien se encargaría de conducirlo a la capital del estado. Se le dio una montura y fue escoltado por cincuenta dragones. Después de una larga travesía, llegaron a Oaxaca el 2 de febrero y fue confinado en el convento de Santo Domingo, donde ya tenían preparadas unas celdas para sus acompañantes Manuel Zavala, el exdiputado Manuel Primo Tapia y Miguel de la Cruz; en otra quedó Guerrero preso e incomunicado.
Hubo nombramientos para formar un tribunal encargado de juzgarlo y se designó para el proceso a Nicolás Condelle. En una habitación contigua, el coronel Gabriel Durán, que recién había llegado de la capital mexicana, exhibió tres mil onzas de oro y dos mil pesos fuertes para entregarlas al genovés Picaluga “como premio convenido con él por su escandalosa y repugnante acción”, como comentó un cercano a Guerrero, Lorenzo de Zavala.
Durante varios días se reunieron los testimonios y las pruebas para el juicio, además de declaraciones en las que se incluyeron todas las versiones. Después de oír misa en la iglesia del Espíritu Santo, los miembros del tribunal, presidido por Valentín Canalizo, se reunieron en Santo Domingo. El 10 de febrero Guerrero fue conducido ante el jurado y pidió que se le eximiese de comparecer por no tener nada que alegar en su descargo.
El fiscal lo acusó de haber fomentado una revolución disponiendo de rentas de la República, hollando las capitulaciones y contratando la enajenación de Texas, así como por haber faltado a la soberanía nacional. Las acusaciones eran graves porque se le culpaba de haber atacado abiertamente y con la fuerza armada lo dispuesto por la representación nacional, provocando un derramamiento de sangre. También se le acusó de atacar a las instituciones y la Constitución, por lo que se le consideró fuera de la ley.
Guerrero afirmó que su delito fue haber encabezado una rebelión ante lo que consideraba un atropello a las instituciones que él representaba y que habían sido holladas al considerarlo incapaz para gobernar. Sin embargo, el improvisado tribunal dictaminó: “Yo [el fiscal] por tanto, concluyo, por la nación, á que el criminal Vicente Ramón Guerrero Saldaña sea pasado por las armas con arreglo á la ley de 27 de septiembre de 1823 y el tratado VIII, título X, artículos 26 y 27 de las ordenanzas del ejército”. El 10 de febrero de 1831 los diez vocales del consejo y su presidente votaron unánimemente por que fuese pasado por las armas como “reo de alta traición” y por “lesa nación”.
El consejo se dirigió a la habitación del condenado y el fiscal, haciéndole poner de rodillas, le leyó la sentencia y mandó llamar a un confesor para que lo preparara cristianamente. En aquellos días en su prisión estuvo muy abatido, lo mismo que en la capilla de Santiago Cuilapam, a la que se le condujo a las doce y media de la noche del 12 de febrero.
La madrugada del día 14 fue sacado de la habitación y conducido al patio. Se presentó con firmeza y serenidad. Dijo a la tropa que él había sido siempre cristiano y moría en esa fe, que siempre había servido a la patria, que cuidasen mucho de defender la independencia y que obedeciesen al gobierno. Él mismo se vendó los ojos y se sentó. Después, se le hicieron los funerales correspondientes: se le cantó misa de cuerpo presente en la iglesia de la villa y se le dio sepultura. Del entierro dieron fe el fiscal Nicolás Condelle y el cura don Secundino Fandiño.
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Javier Torres Medina. Doctor en Historia por El Colegio de México. Es profesor del Tecnológico de Monterrey, campus Estado de México, y de la FES Acatlán de la UNAM. Sus investigaciones se han enfocado en la historia económica y política de México. Entre otras obras, ha publicado Centralismo y reorganización. La hacienda pública y la administración durante la primera república central de México, 1835-1842 (Instituto Mora, 2013).
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