Durante el periodo virreinal, los amoríos entre los amos y sus esclavas eran habituales, ya fuera de manera consentida o violenta que regularmente se callaban por temor al “qué dirán”.
Además de muy festivo, el virrey Francisco Fernández de la Cueva era profundamente piadoso y caritativo, como buen caballero español. La mayor ambición de su administración fue concluir la obra de la catedral. Todas las tardes, acostumbraba a ir allí a inspeccionar los trabajos y luego permanecía algún rato para rezar. Subía por los andamios de las construcciones, vigilaba muy de cerca el progreso de las tareas y estimulaba a los artesanos con gratificaciones que sacaba de su propio bolsillo, como señala el historiador Jorge Rubio Mañé.
Fue esposo y padre ejemplar; incluso, solía llevar, cada que podía, a su esposa y a su hija a sus viajes e inspecciones, como las que hacía a las obras del desagüe. Era también riguroso y moralista; por ejemplo, durante su gobierno fueron castigados severamente los sodomitas. Pero como muchos de los hombres rectos, tenía un secreto…
Durante el periodo colonial, no eran extrañas las relaciones que se suscitaban entre amos y esclavas, ya fuera de manera consentida o a través de un acto violento, sobre todo si estas eran hermosas. Cabe aclarar que la violación de esclavas negras, durante el virreinato, ni siquiera era considerada como un delito. Se trataba de una acción frecuente y “normal” entre los amos. Es indiscutible que la mujer negra era un fuerte atractivo para el blanco, quien la tomaba a su servicio.
Algunas mujeres negras trataban de mejorar la suerte de sus hijos mediante el blanqueamiento, con la esperanza de que el padre acabase por formalizar la relación y liberarla a ella o al hijo de ambos. Según el investigador Moisés Munive, estas negras esclavas eran las que por iniciativa propia permitían el acceso libidinoso de sus propietarios y así la unión coital se realizaba de una manera menos traumática. La relación con un hombre blanco podía significar protección económica adicional, social y emocional, y un medio de movilidad social para su descendencia.
Es poco lo que sabemos sobre estas relaciones consensuadas, que a la larga son las que originaron el mestizaje y que vemos ilustradas en los cuadros de castas. Las evidencias de las fuentes documentales y los relatos de las casas señoriales dan fe de relaciones amorosas extramatrimoniales entre dueños y esclavas; de escenas de rivalidad por celos de las esposas, y de manifestaciones paternales con los hijos mulatos nacidos de la relación entre los primeros. Muchas de estos idilios apenas se descubrían a la muerte de los amos cuando, en los testamentos, a través de frases sugerentes pero veladas, reconocían los hijos que procrearon con sus esclavas y les concedían la libertad, como explica la historiadora María Cristina Navarrete.
Sin embargo, estas uniones pocas veces son descritas en el seno de la nobleza, donde eran calladas para evitar las habladurías y el “qué dirán”. Los amoríos entre los nobles y sus esclavas, en muchos casos frecuentes, en realidad eran un tabú ante la sociedad que se hacía de la vista gorda, más aún si se trataba del virrey de la Nueva España. Por ello, es probable que lo que tenemos aquí sea una de estas relaciones ilícitas toleradas por la esposa, en este caso la virreina, ya que había que ocultar cualquier desavenencia con el fin de mantener hacia el exterior la imagen del matrimonio estable, feliz e indisoluble, farsa que era sufrida fundamentalmente por la mujer.
Por otro lado, este no sería el primer caso en que un virrey tuviera una amante, aunque en realidad no se sabe, hasta ahora, de virreyes que sostuvieran relaciones con esclavas, aunque sí con damas de estatus social inferior.
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