Los arcos construidos en Ciudad de México para recibir a Maximiliano fueron efímeros. Sus materiales distaban mucho de ser sólidos, por lo que pronto desaparecerían.
El primero que debían admirar los emperadores era el Arco de la Paz, diseñado por Manuel Serrano. Se ubicó en el puente de la Mariscala. Al llegar ahí proveniente de la estación de La Concepción, Maximiliano bajó de su carruaje para recibir las llaves de la ciudad de manos del prefecto político Miguel María Azcárate. También estrechó la mano de quien sería, años más adelante, su compañero de suplicio: el general Tomás Mejía. Hubo cañonazos, lluvia de flores y escuchó a los niños del Hospicio de Pobres cantar un himno en su honor. Dos de ellos le entregaron coronas de laurel y olivo.
El arco era de medio punto. Como remate, se colocó una alegoría de la paz –la cual debía asegurar el gobierno imperial– ataviada con túnica romana y dispuesta entre dos roleos. En el friso se colocaron los nombres, en letras de oro, de los personajes que presuntamente habían logrado la paz; entre ellos, el general Bazaine, Leonardo Márquez, José Hidalgo, Francisco Javier Miranda, Mariano Salas, Pelagio Antonio de Labastida, Manuel Robles Pezuela, el conde Dubois de Saligny, Juan Nepomuceno Almonte, el mariscal Forey y Tomás Mejía. En la clave del arco se puso un monograma del imperio. En los frentes se colocaron los bustos de los emperadores de Francia, Napoleón III y Eugenia de Montijo, y los de México, Maximiliano y Carlota. Se incluyeron en este conjunto atributos a las ciencias, artes, agricultura y comercio.
El segundo del recorrido fue el Arco de la Emperatriz. Fue diseñado también por Serrano y se situó en la calle de San Andrés, a unos metros de la de Filomeno Mata, justo al costado del templo de Betlemitas. Aquí se verificó la segunda parada de la carroza imperial, para que los emperadores pudieran corresponder a las muestras de admiración que recibieron de la gente congregada, especialmente de las damas. Incluso, una niña ofreció al emperador una rama de oliva.
Este arco era de tipo trebolado y estaba decorado principalmente con flores. Componían el conjunto dos calles compuestas, cada una, por cuatro columnas cuyo interior estaba adornado con macetas. También tenía por remate una escultura que representaba a las Tres Gracias: la belleza, el encanto y la alegría, dones que presuntamente caracterizaban a la emperatriz. Detrás de esta escultura se colocaron cuatro banderas: la de México, Francia, Austria y Bélgica, los países aliados del nuevo imperio.
En la clave del arco había un retrato de la emperatriz. A los costados se colocaron copones de palmas y flores como remates. En la parte superior se agregaron dos dísticos en los que se leían dos versos de Sebastián Segura: “De México ¡oh, Carlota! Los vergeles os brindan palmas, rosas y laureles”, y “Como el iris que brilla en la tormenta en México Carlota se presenta”. Pendiendo de la estructura se encontraba un ángel que llevaba en las manos un cuerno de la abundancia.
Al avanzar por Vergara se encontraban el Arco de Guanajuato, que era solo una glorieta sostenida por cuatro columnas, y el de Zacatecas, el más sencillo, así como el de Tlaxcala, de orden gótico y que contaba con inscripciones en náhuatl. Asimismo, antes del principal se encontraba el Arco de los Potosinos, ubicado en la intersección que en la actualidad conforman las calles de Palma y Madero. Este fue hecho con follaje y contaba con trofeos en las pilastras y una escultura de San Luis como remate. En la parte superior, entre dos coronas de flores se hallaba un medallón en el que se leía: “A Maximiliano emperador de México, y su augusta esposa la emperatriz Carlota. Fidelidad eterna juran los potosinos”.
El tercer arco, también de medio punto, fue conocido como Arco del Emperador. Se montó en la primera calle de Plateros, justo en la desembocadura de la plaza principal. Cuatro columnas de orden compuesto sostenían el entablamiento dórico. Estaba dedicado exclusivamente a Maximiliano, cuya figura estaba representada por una estatua en el remate, cubierta con el manto imperial y que sostenía en la mano derecha la bandera mexicana y en la izquierda un cetro imperial. Estaba flanqueada por otras dos que representaban la equidad y la justicia.
En el friso se colocarían los nombres de los departamentos del imperio. En el frente principal dos bajorrelieves, uno representando la aclamación hecha en favor del emperador, y el otro la aceptación del trono de México. El segundo frente estaba adornado con bajorrelieves que representarían los hechos más relevantes en la vida del soberano, como sus viajes y cargos administrativos. En los intercolumnios aparecían, en relieve, atributos a las ciencias y a las artes.
Los escultores de este arco fueron Epitacio Calvo y Felipe Sojo, profesores de la Academia de San Carlos, ayudados por alumnos distinguidos de la misma institución. La pieza contaba también con un par de dísticos escritos por Niceto de Zamacois, en cuyas apotemas se leía: “El Soberano la Nación dirige, La Ley gobierna, la Justicia rige”; y “Por base el trono a la Justicia tiene, y en la Equidad y el Orden se sostiene”. Según algunas crónicas de la época, el arco en cuestión no estuvo terminado el día que Maximiliano cruzó bajo él, concluyéndose su ejecución unos días más tarde.
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