Islandia es un país del noroeste de Europa, apenas sujetado al Círculo Polar Ártico. Con una población cercana a los 350 000 habitantes, ha sido cuna de músicos tan diversos y virtuosos como Björk, Olafur Arnalds, Múm, Bang Gang o GusGus, quienes han logrado transformar los oídos del mundo con sus estilos únicos influenciados por los sonidos folclóricos nórdicos, los cuales le otorgan a sus melodías un sentimiento heroico de cuerdas melancólicas. Una de las bandas más prolíficas de la isla es Sigur Rós, formada en 1994 por Jón Þór Birgisson (Jónsi), Georg Hólm y Ágúst Ævar Gunnarsson. En 1997 publicaron su primera producción, después de poco más de dos años de manufactura y con un resultado que nunca les cautivó; lo llamaron Von (Esperanza) y lo ilustraron con la foto de la hermana menor de Jónsi, Sigurrós (Victoria Rosa), que nació el mismo día que la banda, por lo cual desde entonces decidieron llamarse como ella.
Después de un segundo álbum –que utilizaron como proceso de reflexión–, en el tercero decidieron sumar a Kjartan Sveinsson, quien fue justo lo que la banda necesitaba para definir el sonido que los ha caracterizado a lo largo de sus carreras, en conjunto o por separado. Ágætis byrjun (Un buen comienzo) es una majestuosa producción clasificada como post-rock; explora los sonidos minimalistas al alcance de sus instrumentos, incluyendo la técnica de guitarra “arqueada” (se usa un arco de violonchelo para sacar sonidos), una ejecución que se ha utilizado en casi toda la historia del rock, pero siempre como un sonido experimental y no habitual.
Sin lugar a dudas es un magnífico álbum, producido de manera inteligente, construido dentro de sí mismo en ocasiones o usando palíndromos sonoros y líricos en otras, creando dolorosas atmósferas que se desarrollan hacia todos sentidos y que contrastan con lo delicada que puede llegar a ser la hermosa voz de contratenor de Jónsi. Una música maravillosa que este mes cumple veinte años de haber sido presentada por primera vez y que en México hemos tenido la oportunidad de escuchar en varias ocasiones con la banda en vivo.
La música de Sigur Rós debe tratarse como una forma de darse tiempo para que las cosas puedan suceder, sin prisa, permitiendo que se desarrollen de forma orgánica, natural, con la serenidad que el pueblo islandés contempla sus atardeceres perenes mientras desarrollan su vida habitual bajo un cielo que en ocasiones es vandalizado por auroras boreales.
Así que es momento de prestarle atención al presente y olvidarnos del tiempo, para dejar que sea la hermosa música de Sigur Rós la que cobre vida a través de los oídos. También hay que poner atención en cómo se va construyendo de sensaciones poco a poco, con la paciencia de un dios que disfruta mirar cómo se transforman sus creaciones frente a él mientras les permite “ser”.