La estancia en México de D. H. Lawrence, autor de “El amante de lady Chatterley”

Extranjeros perdidos en México
Ricardo Lugo Viñas

 

Tras su estancia en México, D. H. Lawrence, el afamado autor de La serpiente emplumada, murió en Francia en 1930. En la foto lo acompaña su hermana Ada.

 

 

Una pródiga mañana de diciembre de 1924, un hombre delgado, barbudo, ermitaño y a todas luces extranjero toma un breve descanso en el jardín de su casa ubicada en Pino Suárez 43, en el centro de la ciudad de Oaxaca. Disfruta del clima “ni muy fresco ni muy cálido” y del “delicioso patio de azulejos rojos, con acogedora sombra”, mientras ojea la prensa del día. Todos los diarios anuncian en sus portadas la toma de protesta de Plutarco Elías Calles como presidente de la República.

 

Al cabo de un rato retoma el trabajo: se encuentra escribiendo los ensayos que más tarde integrarán el libro Mañanas en México y corrigiendo la última versión de su novela Quetzalcóatl, que comenzó un año antes, cerca del lago de Chapala, en Jalisco, y que finalmente aparecerá publicada bajo el título La serpiente emplumada. Se trata de uno de los escritores más importantes del mundo literario británico- estadounidense: David Herbert Lawrence.

 

D. H. Lawrence –nacido en 1885 en Eastwood, Inglaterra– visitó nuestro país en tres ocasiones entre 1923 y 1925. Aunque su estancia en total no superó los once meses, conoció Ciudad de México, Puebla, Atlixco, Jalisco, Veracruz y la costa occidental desde Sonora hasta Oaxaca. Llegó a América –siempre entendió esta palabra como un hemisferio y no como un concierto de naciones– con una utopía y un anhelo: la esperanza de fundar una vida nueva, una colonia de hombres libres, lejos del racionalismo occidental, el progreso y la atroz guerra en Europa.

 

Primero estuvo en Nueva York y luego en un rancho en las montañas de Nuevo México, pero sería más al sur del continente donde creyó encontrar el lugar propicio para realizar sus ideales: un rancho a las orillas del lago de Chapala. “En México hay algo saludable, conveniente, algo que reabre, por lo menos parcialmente, las compuertas del alma”, escribió a un amigo.

 

El 21 de marzo de 1923 Lawrence y su esposa Frieda arribaron a Ciudad de México procedentes de Ciudad Juárez y se instalaron en el hotel Montecarlo, en la céntrica calle de República de Uruguay. Llegaron a la capital en un momento complejo, cuando los rescoldos de la Revolución aún se dejaban sentir en la vida pública, pero también en un importante periodo de excavaciones arqueológicas, mediante las cuales los dioses de piedra prehispánicos eran extraídos por destacados investigadores como Manuel Gamio, con quien Lawrence mantuvo correspondencia.

 

A los pocos meses la pareja visitó Teotihuacan. Ahí aconteció uno de los momentos de asombro y fascinación más importantes en la estancia de Lawrence en México: contemplar el muro dedicado a Quetzalcóatl. Quizás eso fue el germen de la que sería su penúltima novela: La serpiente emplumada, que concluiría en su casa de Oaxaca en febrero de 1925. Se ha dicho que se trata de una novela mesiánica, teológica y llena de muchas faltas, pues nunca logró entender cabalmente la cultura y las circunstancias de México, país que vio más como “un pretexto de evasión y búsqueda [para] encontrar aquí el paraíso perdido”, como señaló el crítico literario Emmanuel Carballo.

 

En marzo de 1925 se le diagnostica tuberculosis y se ve obligado a volver a Nuevo México. Cuando vivió a la vera del lago de Chapala y mientras confeccionaba su renombrada novela, Lawrence escribió a su amiga Catherine Carswell: “México tiene cierta belleza para mí, como si los dioses estuvieran aquí”. Murió en Vence, Francia, en marzo de 1930.