Aceptada como una necesidad desde los gobiernos de Ignacio Comonfort y Benito Juárez, fue hasta la estabilidad porfiriana y el compromiso adquirido con diversos capitales extranjeros que el Estado mexicano pudo expandir la red ferroviaria y realizar una conexión de ciudades más allá del paso México-Veracruz. La creación de caminos de hierro de vía ancha y angosta junto con las enormes máquinas se volvieron parte del paisaje. Los mismos revolucionarios se servirían de este medio de transporte para alcanzar sus fines y consolidar un nuevo régimen. Con la desaparición de los ferrocarriles como servicio de transporte público y su privatización definitiva a fines del siglo XX, fue importante conservar una memoria al respecto. Fue así que el 5 de mayo de 1988 abrió sus puertas el Museo Nacional de los Ferrocarriles de México en la calle 11 Norte de la ciudad de Puebla, sobre los terrenos que años atrás estuvieran abarrotados por pasajeros que esperaban en el andén su respectiva locomotora.
Parte de su exposición fija son las imponentes maquinarias y los vestigios tecnológicos de diferentes décadas, donde destacan los coches de servicio de pasajeros, un carro dormitorio, los vagones especiales y de carga, además de los afamados servicios exprés o el tren presidencial.
Este inmueble es además sede del Centro de Documentación e Investigación Ferroviarias, uno de los acervos más importantes de América en cuanto a conservación y rescate de planos, fotografías y diferentes legajos sobre la historia del mundo del ferrocarril en México.