Imágenes de infancia

Siqueiros, González Camarena, Cuevas, Varo, Rojo, Soriano...
Bertha Hernández

 

Son cientos, miles de imágenes de los orígenes más diversos, los que componen la gráfica del libro de texto gratuito. Muchas, por su solo poder visual, forman parte de una memoria colectiva donde, a veces, las palabras que las acompañan se desvanecen, pero la imagen construye un vínculo que perdura y trae a la mente de adultos de muchas generaciones la poesía que una mañana declamó ante toda la escuela o el fragmento de Cien años de soledad que acaso picó la curiosidad de un escolar y lo convirtió en voraz lector para siempre.

 

La primera generación de libros de texto, producida entre 1960 y 1973, fue ilustrada en su totalidad por artista contratados para esa tarea. Juan Madrid, dibujante y artistas gráfico que trabajaba al lado de Martín Luis Guzmán desde 1942 como responsable de las portadas y los “grabados” del semanario Tiempo, y que también colaboraba en Empresas Editoriales –la casa editora propiedad de Guzmán y Rafael Giménez Siles–, entró a la Conaliteg a dirigir el Departamento de Dibujo y Diseño. Es el autor del emblema de la Comisión, a partir de una idea del secretario general de la institución, Juan Hernández Luna, y “aprobado y afinado” por Guzmán: el árbol del conocimiento cuyas raíces son libros y que ofrece sus frutos a los escolares de México.

 

Todas las viñetas de aquellos primeros libros fueron creadas por un gran equipo. Los nombres de Juan Madrid, Antonio Cardoso, Rafael Fernández de Lara, Palmira Garza, Elvia Gómez Hoyuela, Manuel Montes de Oca, Aristeo Moreno, Manuel Romero Ortiz, Felipe Sergio Ortega y Alberto de Trinidad Solís, Andrea Gómez, Alberto Beltrán, el Taller de Rosendo Soto, Mariana Yampolsky, René Hautreaux, Ángel Bracho, Jorge Best y algunos más, se repiten constantemente. Fueron los mismos equipos que, en 1965, “modernizaron” las ilustraciones con mínimas modificaciones.

 

Esas viñetas eran profundamente nacionalistas: retratan un México aún en el tránsito de lo rural a lo urbano, y aspiraban a “suscitar el interés, embellecer la obra y afinar el sentido estético del educando”, como se había dispuesto en los guiones técnico-pedagógicos para elaborar los libros. Eso se lograría a partir de “historietas gráficas, ilustraciones, dibujos, esquemas y espacios libres adecuados al mejor aprovechamiento”.

 

El campo, el amor a la patria, los héroes de la historia nacional, los hombres de letras, adultos respetuosos de la ley y de las normas de convivencia cívica y niños, muchos niños, son los protagonistas de esa gráfica. Aparecen borregos mascota, osos que para ir al trabajo usan huaraches y corbata, niñas que duermen arrulladas por las aguas de un río, mientras labios infantiles leen la antigua Letrilla de Lope de Vega. Dos sucesos se integran a las páginas de los libros, en vista de su importancia: la llegada del hombre a la luna y la construcción del metro en Ciudad de México.

 

Hay imágenes muy famosas, o especialmente queridas, como el oso del libro de primer año, donde, por cierto, jamás se escribió “Ese oso se asea”, y sin embargo, esa frase inexistente y el dibujo del animal están incorporados a la cultura colectiva y hasta aparece pronunciada por Bugs Bunny en un viaje al espacio. Se dice también que está tatuada en el antebrazo de un rockero mexicano.

 

La segunda generación de los libros de texto gratuitos tuvo también una gráfica importante, distinta, abierta a la cultura universal. En ella, marcianos de mirada melancólica ilustraban fragmentos de narraciones de ciencia ficción y los personajes de Las mil y una noches y las fábulas clásicas. También se hizo una importante inversión en iconografía de acervos nacionales e internacionales, para mostrar a los alumnos el mundo de los años setenta.

 

En las siguientes generaciones de libros se desarrolló abundante investigación iconográfica y se incluyó el trabajo de cartonistas e ilustradores mexicanos, como José Trinidad Camacho (Trino), Carlos Dzib (Dzib) y Juan Gedovius (Gedovius).

 

Las inolvidables portadas

 

Las portadas de los libros de texto gratuitos son piezas de recuerdo e imágenes que mueven emociones. Casi nadie recuerda las primeras, que se emplearon entre 1960 y 1962, las cuales representaban, por medio de los colores de la bandera, los retratos de los personajes emblemáticos de los movimientos independentista, de la Reforma liberal y de la Revolución (Hidalgo, Juárez y Madero). Fue lo que en ese momento se denominó “momentos fundacionales” del pasado nacional.

 

Martín Luis Guzmán encargó a importantes creadores una serie de óleos que se convirtieron en cubiertas conmemorativas del cincuentenario de la Revolución y del 150 aniversario del inicio de la Independencia. El propósito, además de poner un acento de celebración en los libros era acercar a los escolares a lo que fue, para muchos, su primer acercamiento a una obra de arte.

 

Así, los alumnos de primaria conocieron un ejemplo de la obra de David Alfaro Siqueiros, Alfredo Zalce, Fernando Leal, Roberto Montenegro y Raúl Anguiano. José Chávez Morado hizo un séptimo óleo que no llegó a los libros. Pero la portada más famosa que ha trascendido al propio libro de texto gratuito y que muchas veces se ha empleado como símbolo de la educación pública es La Patria, pintada en el verano de 1961 por el jalisciense Jorge González Camarena.

 

Otros creadores también han hecho portadas para estos libros. Entre ellos se cuentan a Juan Soriano, Rafael Cauduro, Leonora Carrington, Joy Laville, Nunik Sauret, José Luis Cuevas y Vicente Rojo. Sus obras estuvieron en los libros a finales de los años ochenta del siglo pasado.

 

En diversos momentos se han seleccionado obras de los acervos artísticos e históricos nacionales para las portadas de los libros de texto gratuitos. Desde un zodiaco del siglo XVIII, conservado en la Biblioteca Nacional, hasta el que es el retrato de Benito Juárez más reproducido con 44.2 millones de ejemplares, el cual apareció en el libro de texto de Historia que recibieron los escolares mexicanos entre 1992 y 2009. Fue pintado por el muralista Antonio González Orozco y se encuentra hoy en el Museo Nacional de Historia Castillo de Chapultepec.

 

 

El artículo "Imágenes de infancia" de la autora Bertha Hernández s epublicó en Relatos e Historias en México número 127. Cómprala aquí