¿Cuáles fueron los orígenes de la industria cementera La Cruz Azul?

Del Porfiriato a la Revolución
Oswaldo Ramírez González

 

La fabricación de cemento Portland mexicano se remite a la producción de cal hidráulica y piedra artificial durante el Porfiriato (1877-1911). Las primeras construcciones hechas de este material fueron el Gran Canal de Desagüe e infraestructura en el puerto de Veracruz. Su eficacia para las obras públicas impulsó la creación de la primera cementera a gran escala en México, la fábrica de Jasso, la cual desde finales del siglo XIX comenzó a producir y distribuir este material, con lo que dio lugar no solo al surgimiento de una nueva industria en nuestro país, sino que sentó el precedente de una empresa de renombre hasta la actualidad: La Cruz Azul.

 

Origen anglomexicano

 

Los pioneros de esta industria fueron Enrique y Jorge Gibbon, hijos de Henry J. Gibbon, un prominente empresario británico que desde mediados del siglo XIX se estableció en nuestro país. Enrique se dedicó a los negocios de la minería y destacó como empleado de la Taylor Bates y Cía. de México. Posteriormente fue accionista de las minas de San Eugenio y Guadalupe, ambas en la comarca hidalguense. Jorge, además de realizar actividades similares, fungió como secretario del consulado británico.

 

En 1881 los hermanos abrieron una pequeña fábrica en el barrio de San Fernando, Ciudad de México, donde hicieron sus primeros intentos por introducirse en este giro al patentar un método para fabricar piedra artificial y simite-mármol, un material de uso decorativo cuyo aspecto y resistencia es similar al mármol blanco. Un año después crearon la Gibbon y Cía., con la que obtuvieron la patente exclusiva para fabricar cemento Portland en el país.

 

En el valle del Mezquital

 

En 1887, mientras los hermanos Gibbon intentaban ganar mercado y fabricar exitosamente cemento en la capital del país, en el pequeño poblado de San Lorenzo Tula (Hidalgo) unos empresarios de origen español, de apellidos Unánue y Berastain, así como su socio mexicano Luis Castro, inauguraron la Compañía Manufacturera de Cal Hidráulica, que además hacía cemento. Sin embargo, su desarrollo fue efímero y al poco tiempo cerró sus puertas. No obstante, esta empresa llamó la atención de los Gibbon, quienes mudaron su fábrica a esa región tras ver el potencial que tenía.

 

En 1888 viajaron a Inglaterra para ampliar su capital. Lograron interesar a varios inversionistas y dos años más tarde fundaron en Londres la Mexican Portland Cement Company, la cual se trasladó para sus operaciones a una localidad de Tula. Para fines de 1890, la compañía rentó gran parte de la hacienda de Denyi y el molino de Jasso, donde se estableció la fábrica. Ese mismo año llegó al lugar un grupo de ingenieros y especialistas británicos que se encargó de equipar las instalaciones con tecnología de punta para la producción.

 

Dos años después, la compañía gestionó la creación de un ramal de quinientos metros para conectar directamente la vía del Ferrocarril Central Mexicano con la fábrica y así facilitar el abasto hacia Ciudad de México. La estación fue conocida como Dublán. De igual forma, se proyectó que la inauguración oficial de la planta sería a fines de 1893.

 

Demanda y mercado local

 

A pesar de la implementación de maquinaria moderna, la fábrica no pudo lograr los estándares de producción deseados, lo que le impidió cubrir las exigencias del mercado local y provocó la pérdida de valiosos contratos. Esto la obligó a ceder terreno a las importaciones y como consecuencia a declararse en quiebra a un año de su apertura. Pero no todo estaba perdido, ya que después de difíciles negociaciones logró abrir sus puertas un año más tarde, ahora con el nombre de Fábrica de Buena Vista y bajo la dirección de José Watson, también de origen británico, quien además de emparentar políticamente con Enrique (fueron consuegros), era administrador y socio de la empresa.

 

Los esfuerzos de Watson por posicionarse en el mercado le valieron la obtención de varios contratos con el gobierno del Distrito Federal en 1897. Pero para ese momento la compañía ya no contaba con la exclusividad para fabricar cemento Portland, por lo que tuvo que lidiar con la primera empresa que le disputó la producción y distribución locales: la Compañía Industrial de Cemento Privilegiado, fundada en 1895 por accionistas de origen vasco.

 

Crisis y competencia

 

A finales de la década de 1890, además de lidiar con la competencia de las importaciones y de la Compañía de Cemento Privilegiado, la Fábrica Buena Vista no logró cubrir los estándares de calidad ni la producción deseados, lo que le impidió cerrar los contratos de abastecimiento con el ayuntamiento capitalino.

 

Estos acontecimientos generaron que la compañía se disolviese a finales de 1899. No obstante, para no cerrar en definitiva la fábrica, Watson creó pequeñas empresas temporales de construcción, las cuales le dieron soporte a la producción. En 1900 fundó la Watson y Gibbon para la pavimentación de calles, y más tarde creó la Muñiz-Watson Compañía y la Watson y Gibbons; estas últimas para aprovechar mejor los recursos agrícolas de las haciendas de Denyi y Jasso.

 

Pese al apoyo parcial de las empresas temporales, la Fábrica Buena Vista tuvo que cerrar sus puertas; sin embargo, Watson no se rindió en su afán de conservar activa la cementera, pues logró mantener la confianza de los inversionistas e interesar a nuevos socios. En 1900 se aumentó el capital de la empresa, lo que favoreció la reapertura de la fábrica, esta vez bajo el nombre de Compañía Mexicana de Cemento Portland.

 

Los cambios no tuvieron un efecto positivo a corto plazo, por lo que las instalaciones se alquilaron a la Compañía Nacional de Cemento, maniobra que tampoco funcionó y Watson tuvo que hipotecar las instalaciones a sus acreedores. Ello provocó que fundadores y accionistas cambiaran drásticamente la directiva para impedir la pérdida total de su inversión. Esto atrajo la atención y participación de Fernando Pimentel y Fagoaga, quien más tarde se convirtió en el dueño mayoritario.

 

Nace La Cruz Azul

 

Banquero, empresario y político, Pimentel y Fagoaga era un hombre que había ganado un lugar en los negocios y la política de Ciudad de México. Fue presidente municipal de la capital de 1903 a 1911; gerente y vicepresidente del Banco Central Mexicano; miembro y fundador de varias fraccionadoras, entre las que destacaron la Compañía de la Huerta del Carmen, la Colonia la Condesa, la Nueva Colonia el Rastro y la Nueva Colonia El Paseo; además de poseer varias acciones en bancos regionales, minas, compañías de explotación petrolera, ferrocarriles. Aparte, fundó la Compañía Bancaria de Obras y Bienes Raíces, la cual fue artífice y soporte de la fábrica, que en 1904 quedó bajo su mando nuevamente con el registro de Compañía Mexicana de Cemento Portland.

 

En 1906 la empresa se disolvió y se incorporó a la Compañía Bancaria. A partir de ese momento la fábrica operó mediante un contrato exclusivo de dicha compañía, que a su vez tuvo el monopolio de construcción de la mayor parte de las obras públicas del ayuntamiento de Ciudad de México. Gracias al soporte financiero de Pimentel y Fagoaga, se pudo aumentar la inversión de la compañía, liquidar deudas y reequipar de nueva tecnología a la fábrica para que trabajara a su máxima capacidad.

 

Su periodo de mayor actividad fue entre 1906 y 1908, cuando la planta de Jasso suministró cemento para la construcción de varias obras públicas: la avenida Mixcoac, los fraccionamientos de Tlalpan, la Condesa y el Rastro, escuelas de instrucción primaria y especial, parte del edificio de Correos, entre otros.

 

Por otra parte, como mecanismo de desahogo fiscal y para dar mayor proyección tanto a la constructora como a la fábrica, Pimentel y Fagoaga y sus socios cambiaron el nombre de la inmobiliaria a Compañía Bancaria de Fomento y Bienes Raíces de México y separaron las acciones de la fábrica para crear la Compañía Manufacturera de Cemento Portland “La Cruz Azul” el 15 de abril de 1909, y desde entonces usó el escudo y los colores similares a los que tiene hoy.

 

Entre los cambios y mejoras hechos por la Compañía Bancaria a la fábrica, estuvieron la construcción de habitaciones para los trabajadores, casas de administradores, bodegas, maquinaria, herramientas, así como la instalación de trece hornos verticales y un ferrocarril de vía corta (nueve kilómetros) que llegaba al pie de la fábrica y funcionaba con un sistema de tracción de vapor.

 

Para finales de 1909 la planta tenía alrededor de doscientos trabajadores. Entre ellos, técnicos industriales e ingenieros; peones, que se repartían las tareas de producción de cal y cemento y algunas actividades agrícolas; y un número reducido de mujeres y niños, las primeras dedicadas a actividades de abastecimiento (cosecha de la producción agrícola y comida) y los otros como auxiliares, principalmente en la cosecha de las tierras pertenecientes a la hacienda de Jasso.

 

Aunque La Cruz Azul y la Compañía Bancaria tenían prácticamente el monopolio de las principales obras públicas de la capital del país, para entonces ya existían otras empresas que le hacían contrapeso a nivel local y regional. Además de la Compañía Industrial de Cemento Privilegiado y la Mexicana de Cal Hidráulica, Cemento y Materiales de Construcción, en 1906 se fundó en Gómez Palacio (Durango) Cementos Hidalgo, que después trasladó sus instalaciones a Nuevo León. Cuatro años más tarde, en los albores del conflicto revolucionario, se creó la fábrica Manufacturera de Cemento Portland “La Tolteca”, cuyos dueños de origen estadounidense la vendieron al poco tiempo a una multinacional británica. Dicha planta se ubicó en la localidad de San Marcos, Tula, a tan solo cuatro kilómetros de La Cruz Azul.

 

 

Continúa leyendo sobre la crisis, revolución y cooperativismo de la cementera La Cruz Azul en el artículo completo “La Cruz Azul” del autor Oswaldo Ramírez González, que se publicó en Relatos e Historias en México número 116. ¡Cómprala aquí!