A partir de 1915, con el inicio de la guerra entre las facciones revolucionarias, los zapatistas fueron duramente hostilizados por el gobierno central en poder de Venustiano Carranza. El clima de persecución dio paso a la sospecha y a la desconfianza por temor a que el ejército suriano fuera infiltrado por los enemigos. La traición acechaba y en ese mar de intrigas cayó fusilado Otilio Montaño.
El 19 de mayo de 1911 Emiliano Zapata impuso un sitio al Ejército federal en la ciudad de Cuautla, al mismo tiempo que Francisco I. Madero estaba por firmar los acuerdos de Ciudad Juárez que condujeron a la renuncia del presidente Porfirio Díaz. El golpe en Cuautla confirmó la fuerza del zapatismo en Morelos y contribuyó políticamente al triunfo del maderismo.
Comenzó entonces la recuperación de tierras en el estado; sin embargo, los hacendados ejercieron presión sobre el líder de la revolución, quien abrió negociaciones con Zapata desde que entró a la Ciudad de México, en junio de ese año. Pero lo que en mayo había favorecido a Madero, al poco andar le pareció innecesario. Gabriel Robles Domínguez, su representante, se presentó en Villa de Ayala sin previo aviso, lo cual complicó la situación, ya que en agosto Zapata se encontraba ocupado preparando su boda con Josefa Espejo. Ante la urgencia del asunto, remitió a Robles Domínguez con un negociador de todas sus confianzas: Otilio Montaño, quien a partir de entonces tuvo en sus manos una de las decisiones más importantes del movimiento zapatista: no aceptar el licenciamiento de las tropas ni la rendición incondicional de Zapata que exigía Madero, sin dejar en claro en qué términos quedaba el programa agrario, lo que al final provocó un distanciamiento profundo entre las dos fuerzas políticas. Al darse la ruptura, Montaño se dio cuenta de que ellos quedarían desprotegidos y fuera de la ley.
Las tropas desalojaron a los zapatistas de Villa de Ayala y en las montañas se dispusieron a elaborar el Plan de Ayala, el cual desde su nacimiento se vio envuelto en un remolino de polémicas encaminadas a minimizar la autoría de Zapata, así como la redacción de Montaño y José Trinidad Ruiz.
Uno de los principales cuestionadores fue Octavio Paz Solórzano, aunque después afirmó que el plan pudo haber sido redactado por Otilio Montaño, Zapata y un cura de Axochiapan (suponemos que se refiere a José Trinidad Ruiz, pastor protestante). “De cualquier manera que sea y quienes hayan sido los accidentales redactores del Plan de Ayala, queda claro que quien le dio vida, en ideas y en hechos, fue el general Zapata”, escribió.
Al parecer, con Paz se integraron al movimiento zapatista intelectuales más radicales que Montaño. Era un grupo poco numeroso donde destacaban Antonio Díaz Soto y Gama, Manuel Palafox y Gregorio Zúñiga, quienes cubrieron funciones de la secretaría que Montaño no podía atender.
En este proceso se empieza a dar un distanciamiento entre los intelectuales urbanos y los pocos seguidores de Montaño. Al parecer Zapata nunca los pudo conciliar y eso tuvo graves consecuencias, tanto para Montaño como para el movimiento.
En octubre de 1914, en la invitación a la Convención de Aguascalientes, la cual buscaba la unión de las fuerzas revolucionarias tras el derrocamiento de Victoriano Huerta, el general Felipe Ángeles fue comisionado para dirigirse a Cuernavaca e invitar a Zapata, quien aceptó la solicitud. Fueron enviados los coroneles zapatistas, hombres de pluma, de números y palabra, ninguno originario de Morelos. Montaño no asistió por hallarse supuestamente enfermo. La importancia de esta convención radica en que a fines de octubre de 1914 se unieron las facciones zapatista y villista, que aceptaron el Plan de Ayala.
Conspiración contra Montaño
Entre los años 1916 y 1918, los carrancistas incorporaron a infiltrados en las fuerzas zapatistas con la finalidad de obtener información de primera mano. Además lograron crear y favorecer una red de espionaje para cooptar a ex zapatistas que estuvieran dispuestos a cooperar con los constitucionalistas para, de esa manera, debilitar al movimiento.
Uno de los primeros ejemplos fue el juicio que se le hizo al zapatista Lorenzo Vázquez, sin mayor prueba que los comentarios mordaces a su rededor. Entró bajo sospecha de ser uno de los infiltrados del carrancismo y en 1916 fue dado de baja del Ejército Libertador del Sur por considerársele indigno de seguir en él.
Las acusaciones por deslealtad fueron repitiéndose con mayor frecuencia y los castigos cada vez eran más severos. En 1917 el general zapatista Domingo Arenas fue asesinado debido a que había acordado el reconocimiento del gobierno carrancista a cambio del reparto de tierras de la región que se encontraba en su poder.
Los acontecimientos mencionados fueron solamente el preámbulo de una de las conspiraciones más importantes en el círculo cercano a Zapata, en la que Otilio Montaño no sólo pierde la confianza del jefe revolucionario, sino la vida, después de un juicio creado por el movimiento que lo vio nacer políticamente.
Las investigaciones preliminares en ese entonces le adjudicaron a Montaño el levantamiento que en 1917 realizó el poblado de Buenavista de Cuéllar (Guerrero), encabezado por un grupo de zapatistas que desconoció la autoridad del cuartel general de Tlaltizapán y le negaba los alimentos de aquella población. La revuelta fue sofocada y se concluyó que tanto Lorenzo Vázquez como Montaño eran sus instigadores, por lo cual se les acusó de traición. Como consecuencia, Vázquez fue asesinado, mientras que Montaño fue conducido a un consejo de guerra, para el cual Zapata escogió a los más destacados miembros de su gabinete, entre los que se hallaban los enemigos de Montaño: Ángel Barrios, Gregorio Zúñiga, Arnulfo Santos, Soto y Gama y Palafox.
Según el veredicto, al acusado se le comprobaron todos los cargos y fue condenado al paredón. En su defensa, Montaño argumentó que el resolutivo sólo servía para satisfacer ambiciones miserables y acusó a los miembros del jurado de traicionar a la patria, al pueblo, a la revolución y a la causa zapatista.
La sentencia fue ejecutada el 18 de mayo de 1917 en la plaza principal de Tlaltizapán, sede del cuartel zapatista. Su cuerpo fue llevado al pueblo de Huatecalco y colgado en un árbol de casahuate, bajo la sentencia de que si alguien se atrevía a bajarlo sería fusilado.
Los infiltrados del zapatismo
A la crisis que había desatado el fusilamiento de Montaño en las filas zapatistas, se unió un pleito callejero que había tenido Eufemio Zapata con un subalterno, en el cual perdió la vida el hermano del jefe suriano. El miedo a la traición, el espionaje y las defecciones empezaron a proliferar en el movimiento.
La trágica caída de Montaño fue desafortunada para el zapatismo, pues su amplio conocimiento del campesinado morelense le permitió, a diferencia de los intelectuales citadinos, percibir, fácil y efectivamente, las preocupaciones de los pueblos que integraron la lucha revolucionaria.
A pesar de que Zapata le había otorgado a Montaño todo tipo de facultades para tratar asuntos públicos y hacer negociaciones en nombre del movimiento revolucionario durante los primeros años, esto cambió al surgir la desconfianza, debido probablemente a que Montaño dejó de informar muchos de los movimientos políticos que realizaba, cayendo con frecuencia en una serie de situaciones erráticas, lo que hizo que Zapata atribuyera a su lugarteniente un acto de deslealtad.
Con el fusilamiento de Montaño, el zapatismo perdió no sólo un elemento fundamental en su lucha agraria, también a un buen número de jefes revolucionarios que, al enterarse de los detalles de su muerte, decidieron abandonar el movimiento, retirándose de la guerrilla o sencillamente rindiéndose ante el gobierno, con lo cual dejaron al descubierto que el zapatismo estaba en una posición militar muy difícil y en una crisis profunda.
A mediados de 1917, teniendo conocimiento de esta crisis, el gobierno de Venustiano Carranza recrudeció las acciones políticas y militares para destruir la lucha armada, buscando cubrir tanto el flanco externo como el interno. Fue este último el que eliminó de la escena militar a determinados actores que estorbaban a sus intereses, por medio de falsas comunicaciones que los colocaban de manera inmediata como traidores al movimiento, asegurando así el éxito total en la guerra contra el zapatismo.
Los carrancistas –señaló el especialista José C. Valadés–, en unión con José G. Aguilar, gobernador militar del estado de Morelos, y el general Pablo González, tenían una vasta red de espionaje en el campo zapatista con soldados federales infiltrados; además contaban con la colaboración de los zapatistas que habían desertado.1 Estas acciones les permitieron tener amplia información sobre los movimientos de las huestes morelenses y de esa manera fabricar pruebas de traición en contra de generales, como Montaño y Vázquez, así como hacer que el propio jefe de la revolución suriana confiara en el coronel Jesús Guajardo, el infiltrado que lo llevaría hacia su muerte.
El artículo "Otilio Montaño. La muerte de un gran zapatista" del autor Carlos Barreto se publicó en Relatos e Historias en México número 51.