Años después de aquel crimen, el historiador y periodista coahuilense Vito Alessio Robles entrevistó a uno de los principales participantes en la matanza y le preguntó por la expresión final de cada uno de los trece, antes de ser sacrificados aquel 3 de octubre de 1927 en Huitzilac (Morelos).
—¿Cómo era el rostro de Otilio? –inquirió el saltillense.
—Soñador… –le dijo parco el general Claudio Fox.
El candidato
Rey en la vida de Serrano fue el azar. Y como se sabe, ya como candidato antirreeleccionista, en el otoño de 1927, poco después de que el Congreso reformara los artículos que permitían la reelección presidencial del general Álvaro Obregón, el exjefe del Estado Mayor del sonorense, rompió con el régimen y se lanzó por la libre. Junto al otro candidato antirreeleccionista, el general Arnulfo R. Gómez, no terminaban por decidir quién de los dos daría la batalla final en las urnas: Gómez terminaría fusilado el 5 de noviembre del mismo año.
El 3 de octubre de 1927, ya renunciado como militar, Francisco R. Serrano se vistió de civil, con un saco y chaleco café, en su cabeza un elegante sombrero. Con trece de sus seguidores se dirigió a su rancho en Cuernavaca, La Chicharra, con la intención de festejar su cumpleaños, que sería al día siguiente. Lo acompañaban, entre otros, los generales Carlos Ariza Pineda y Carlos A. Vidal, el mayor Octavio R. Almada, su ayudante, el capitán Ernesto Noriega Méndez, a quien todos apodaban el Cacama, su sobrino Antonio Jáuregui Serrano y el orador oficial de su campaña, un joven abogado nacido en 1895 en la ciudad de Saltillo, Otilio González Morales, al que muchos de sus amigos apodaban Lengua de Plata por su celebrada arte retórica.
Hospedados en un hotel, mientras jugaban dominó, llegaron por ellos miembros del ejército. La versión oficial tras su asesinato fue que preparaban una sublevación militar. Que de último momento el azar traicionó a Serrano y los generales que secundarían el golpe se le voltearon.
La novela
¿Cuál fue el patrón, el ritmo, el rizoma en la vida de Otilio? Un muchacho cuya casa materna se encuentra hoy en ruinas en el centro poniente de la ciudad de Saltillo, sobre las calles que en su nomenclatura recuerdan al grupo y al líder de quienes se considera fueron los autores de su asesinato: el callista general Manuel Pérez Treviño, pasando la céntrica vía que lleva el nombre del general Álvaro Obregón.
Su hogar filial es hoy apenas una tapia con dos altos ventanales de reja. Su techo colapsado sobre el yerbajal. Frente al edificio dos librerías de viejo, y a un lado, una notaría. Casi nadie repara sobre una pequeña placa de mosaico fijada hará unos veinte años sobre la astrosa pared de la vieja casa; en ella el gobierno municipal de Saltillo consigna: “Aquí nació en 1895 Otilio González, poeta representante del Modernismo en las letras coahuilenses. Fue el personaje central en la novela ‘La Sombra del Caudillo’, de Martín Luis Guzmán. Centro Histórico de Saltillo. Archivo Municipal de Saltillo. 1998”.
El equívoco sobre la figura histórica de Otilio como modelo para la creación del personaje de Axkaná González –secretario del general Ignacio Aguirre (trasunto novelístico de Francisco Serrano)– parte del escritor Federico Leonardo González Náñez, quien realiza un estudio superficial de la novela de Guzmán y considera la personalidad de Axkaná como inspirada en Otilio, con quien comparte múltiples características: es joven, bien parecido, idealista y, a pesar de ser el asistente de un contradictorio general de la posrevolución, es una especie de conciencia crítica, la encarnación del espíritu de la verdad y el ideal revolucionario. Por eso es que al final de la matanza, el novelista, en una licencia literaria, le permite sobrevivir.
¿Por qué un oscuro poeta modernista de provincial converge en la matanza que se vuelve origen y símbolo del Estado mexicano posrevolucionario?
El poeta
Otilio González había publicado su primer libro en 1919, el mismo año de la muerte del líder revolucionario Emiliano Zapata y en el que el poeta Ramón López Velarde diera a conocer Zozobra, donde este zacatecano dejó escrito:
Mi vida sólo es una prolongación de exequias
bajo las cataratas enemigas.
Hijo de su tiempo, González Morales fue la extraña contracción de un espíritu tan lúbrico como religioso, filial y transgresor, cosmopolita y bucólico, atento lector del bengalí Rabindranath Tagore y del español Antonio Machado. El abogado Hildebrando Siller, contemporáneo de Otilio, nos cuenta, a través de un estudio de González Náñez, que desde muy joven el poeta se vio atrapado por la fuerza y la vorágine del último modernismo: lector de Manuel Gutiérrez Nájera, Manuel Acuña, José Rosas Moreno y Manuel José Othón, sus primeros versos se ocuparon casi todos del sol enceguecedor de la mujer.
El abogado por la Escuela Nacional de Jurisprudencia desplegó atrevidas e inusuales imágenes ante la belleza femenina, a través de sus encendidos versos:
Pasa una
rubia de ojos aceituna
junto a mí: con los pezones
va escribiendo tentaciones;
y yo siento a mi deseo,
como un pájaro irascible
dar debajo del flexible
fieltro negro un aleteo.
Pero, al mismo tiempo, su condición de provinciano, hijo varón de una familia católica, lo impelía a contradecirse:
La carne me enfurece, imperativa,
y el alma me serena, consejera.
Una repta, temblando, llama, espera,
y otra vuela subiendo, niega, esquiva.
El poeta saltillense desplegó en ellos siempre la evocación de la tierra natal, y particularmente esa atmósfera esquiva de la primera infancia. En Bardas de adobe, incluido en Triángulo, dijo de aquellos años:
Grises tapiales que guardáis las huertas;
bardas de adobe que escalé de niño;
paredes sin aliño
como viejas aldeanas,
de yedra modestísima cubiertas,
¿dónde está la niñez? ¿Dónde los días?
en que iba con otros compañeros
a robar las manzanas…
El último libro
Triángulo (1938) es el tercero y quizá mejor libro de Otilio. Lo dejó listo para la imprenta en 1927. Su hermano, el también poeta Héctor Morales, lo publicaría de manera póstuma en la imprenta del editor tlaxcalteca Miguel N. Lira, autor de La Escondida. Tras el delirio modernista, el romanticismo muy tardío, los ecos virgilianos, la poesía bucólica, primero impostada y luego cercana, y el erotismo desbocado y su contraparte de la culpa y la aspiración religiosa, surge en sus últimos textos el tema del amor nupcial.
Arrastrado por las circunstancias del exilio, el poeta había cifrado su compromiso matrimonial en la lejanía. A través de un recurso legal, mediante un notario, se casó a la distancia con su prometida Carmen Bueno. Trepado en el vértigo de la rebelión delahuertista de finales de 1923, él estaba en Galveston, Texas, a donde fue llevado con la consigna de poner a resguardo los archivos de la revuelta, hoy perdidos. Más adelante, mediante un perdón presidencial, junto a otros, podrá volver a su país, luego de un breve paso por Cuba.
Esta publicación sólo es un fragmento del artículo "El poeta que murió ejecutado" del autor Alejandro Pérez Cervantes, que se publicó íntegramente en Relatos e Historias en México número 113.