Hoy día, recorrer el Centro Histórico de Ciudad de México constituye una experiencia reveladora que proporciona encuentros extraordinarios con la historia de este país. El caso es dejarse llevar y escuchar lo que nos dicen esos muros antiguos, esas calles ya gastadas, esos ecos que nos acechan desde el inframundo, esa magia que nos envuelve.
EMPECEMOS EL RECORRIDO CON LA LATINO
La calle de Madero constituye uno de los mejores ejemplos de las posibilidades que acompañan el deambular por el Centro Histórico. Iniciemos a la altura de Eje Central Lázaro Cárdenas, justo donde en tiempos mexicas estuviera el gran zoológico de Moctezuma, en los novohispanos la capilla del Tercer Orden del convento grande de San Francisco, y hoy se yergue airosa la Torre Latinoamericana, después de sortear los mayores sismos que se han registrado en la capital de este país en la segunda mitad del siglo XX y lo que va del presente.
Construida a iniciativa de la compañía de seguros La Latinoamericana, esta enorme torre se levantó en la década de 1950, cuando México entraba de lleno a una de sus tantas épocas de modernidad. Obra de los ingenieros Adolfo y Leonardo Zeevaert, quienes se basaron en un diseño proyectado por el arquitecto Augusto H. Álvarez, la torre cuenta con 44 pisos que se levantan a una altura de 181.33 metros, por lo que durante muchos años fue el edificio más alto de la ciudad.
Símbolo de la compañía de seguros que le dio vida, la torre fue inaugurada el 23 de abril de 1956 en pleno gobierno de don Adolfo Ruiz Cortines, justo cuando la aseguradora cumplía cincuenta años de existencia.
LO QUE FUERA DEL MARQUÉS DE GUARDIOLA
Al otro lado de la calle está el Edificio Guardiola, que forma parte de las instalaciones del Banco de México. Se le considera una de las primeras manifestaciones del funcionalismo tan en boga en Ciudad de México en la década de 1940.
Obra del afamado arquitecto Carlos Obregón Santacilia, el Guardiola ocupa el predio donde a finales del siglo XIX estuvo la famosa Casa de los Perros, propiedad de la familia Escandón. La mansión, ejemplo clásico del eclecticismo porfiriano, recibía este singular mote debido a un par de canes que compartían el equilibrio sobre la balaustrada de la parte superior del inmueble con dos leones.
Antes de esta construcción, el predio fue ocupado por la que le dio nombre a la plaza contigua y al edificio actual: la casa del marqués de Santa Fe de Guardiola, misma que en 1871, según relata José María Marroqui en su libro La Ciudad de México, fue transformada de acuerdo con el proyecto del arquitecto Ramón Rodríguez Arangoiti para dar paso a la casa de los Escandón, que conservó el jardín central de la edificación colonial, costumbre que ya se había perdido en el siglo XIX.
TERRITORIO FRANCISCANO
El templo de San Francisco, parte fundamental del enorme convento que dio nombre al primer tramo de esta calle, destaca como el que más por su original fachada barroca que, dicho sea de paso, no es la portada del templo grande –que daba al gran atrio ahora suprimido y solo rescatado en parte en la última década– sino de la capilla de Balvanera, única sobreviviente de la destrucción del convento ordenada como consecuencia de la puesta en práctica de las leyes de Reforma y por la cual ahora se accede al templo que también fue confiscado al amparo de la misma legislación.
Después de la exclaustración, el templo se utilize como bodega, circo y cuartel. En 1868 fue vendido a un grupo protestante que, a su vez, lo vendió al arzobispado de México en 1895. Los franciscanos lo recuperaron hasta el 12 de mayo de 1949 y a partir de entonces se inició la reconstrucción del semiderruido edificio, etapa que concluyó en 1953, así como la redecoración, terminada en 1963.
El altar mayor, diseñado en 1792 por el maestro Gerónimo Gil y destruido como consecuencia de los diversos usos de los que fue objeto el recinto tras la confiscación, fue reconstruido en su totalidad. Los muros fueron ornamentados con cinco cuadros murales pintados al óleo con pasajes de la vida de San Francisco de Asís, los cuales suplieron a los hermosos altares barrocos que tenía antes de la nacionalización.
LA CAPILLA AL PRIMER SANTO MEXICANO
En el predio que ocupara la capilla de Aranzazú del mismo convento, en 1897 se inauguró el templo de San Felipe de Jesús, obra del arquitecto Emilio Dondé. De arquitectura neorrománica en el exterior y neobizantina en su interior, este templo rinde homenaje al que fuera el primer y único santo mexicano hasta bien entrado el siglo XX, pues recordemos que en esta última centuria el papa Juan Pablo II decidió canonizar a un buen número de mexicanos que se distinguieron en la Guerra Cristera (1926-1929).
Fue San Felipe un criollo novohispano que nació en Ciudad de México en 1572. Su familia, emparentada con fray Bartolomé de las Casas, era una de las más conocidas por las actividades comerciales del padre, las cuales le proporcionaban cierta holgura económica. De ahí que el joven Felipe, inquieto desde pequeño, no se preocupara por desarrollar aquellas actividades en las que su padre estaba involucrado. Al contrario, se dice que era un joven de “poco provecho” que se gastaba la vida en bagatelas.
No obstante, en un momento de rectificación ingresó al noviciado franciscano, el cual abandonó al poco tiempo para seguir con su vida anterior, al grado de que, según la tradición, su nana, al ver una higuera seca que había en el jardín de su casa, sentenció: “El día que la higuera reverdezca, Felipillo será santo”.
El tiempo siguió su curso y el padre, aprovechando la oportunidad que se abría en Filipinas –región del sureste asiático en la que la conquista española había comenzado un año antes del nacimiento de Felipe–, envió allá al hijo descarriado, con el encargo de que se dedicara al comercio; sin embargo, la vida le depararía algo muy distinto.
Al paso de los días y ante el abandono de la fortuna, reconsideró la posibilidad de regresar a formar parte de la orden franciscana, que al recibirlo le ofreció volver a México para ordenarse sacerdote. Así, se embarcó con una flota que, al naufragar, fue a dar a las costas de Japón. Entonces el grupo misionero decidió predicar en tierras orientales.
Al poco tiempo se desencadenó una persecución contra los franciscanos, entre los que estaba Felipe. Entonces fueron apresados y conducidos a Nagasaki, donde los crucificaron. Felipe de Jesús murió como mártir el 5 de febrero de 1597, a los veinticinco años. Fue beatificado en septiembre de 1627 y canonizado en junio de 1862.
Por su parte, el templo quedó a cargo de los misioneros del Espíritu Santo desde 1931, razón por la cual ahí se encuentra el monumento funerario con los restos de Félix de Jesús Rougier, fundador de la orden.
LA CASA MÁS FAMOSA
Es muy conocida la historia que da origen a la creación de la llamada Casa de los Azulejos, ubicada en la esquina que da al callejón de la Condesa. Cuenta la leyenda que un hijo del conde del Valle de Orizaba levantó la singular mansión ante el reto de su padre, quien al ver que en su primera juventud no hacía trabajo alguno que le permitiera mantener y acrecentar la fortuna familiar, le sentenció: “Tú nunca harás casa de azulejos”.
Fue así que el joven conde, después de emprender diversos negocios que le redituaron enormes ganancias, revistió de azulejos el palacio que había sido construido por don Damián Martínez y que en diciembre de 1596 pasara a manos de don Diego Suárez de Peredo en virtud del “concurso de acreedores” que sufriera el primer poseedor del inmueble. Resulta ser que doña Graciana Suárez de Peredo, hija de don Diego, casó con don Luis de Vivero e Ircio, segundo conde del Valle de Orizaba y protagonista de la historia a la que se alude sobre el origen de la casa.