¿Cuál fue el primer panteón que tuvo un horno crematorio?

La historia de un cementerio muy vivo: el Panteón de Dolores de Ciudad de México

Ethel Herrera Moreno

Con 138 años de existencia, es un espacio de gran tradición en el que el pasado sigue vivo a través de su historia, las anécdotas, sus interiores, monumentos y el recuerdo de las ilustres personas a cuyos restos da cobijo. 

 

En la época prehispánica se utilizó indistintamente el enterramiento y la incineración para los muertos; sin embargo, después de la llegada de los españoles se generalizó la inhumación y la Iglesia católica monopolizó los entierros, los cuales se efectuaban en templos, capillas, ermitas, santuarios, conventos, colegios y hospitales que se fueron fundando a lo largo del periodo virreinal.

Desde fines del siglo XVIII se trató de cambiar esta costumbre por medio de cédulas reales que estipulaban que los entierros se hicieran en cementerios públicos ubicados lejos de las ciudades. Para cumplir esta disposición en Nueva España, el virrey Juan Vicente de Güemes, segundo conde de Revillagigedo, ordenó que se establecieran fuera de las mismas, aunque esta idea no se llevó a cabo en la Ciudad de México sino hasta el siglo XIX.

Los primeros panteones que contaron con proyectos específicos en la capital del país fueron los de Santa Paula, Campo Florido, San Fernando –cuando se cambió al lugar que ocupa actualmente, en la colonia Guerrero–, Nuestra Señora de los Ángeles y San Pablo, además del Inglés y el Americano, que se fundaron en condiciones especiales. Todos ellos datan de la primera mitad del siglo XIX. Los tres primeros fueron considerados, en algún momento, cementerios generales de la Ciudad de México.

Fue hasta después de promulgadas las Leyes de Reforma que la Iglesia dejó de intervenir en las prácticas funerarias y se permitió a los particulares crear cementerios por medio de concesiones. La primera que se dio fue en 1871 para el panteón general de la Piedad; un año más tarde se ratificó la del panteón Francés de la Piedad, aunque éste había sido fundado desde 1864, durante el imperio de Maximiliano. La tercera fue para el de Dolores, actualmente localizado en avenida Constituyentes, colonia Bosque de Chapultepec Parque Nacional, en la delegación Miguel Hidalgo.

Como antecedente prehispánico del lugar donde se encuentra, se puede decir que se ubica en terrenos de Acatitlán Coscacoaco, localizados sobre Chapultepec, y que Ahuízotl se apoderó de esas tierras y más tarde Nezahualcóyotl y Moctezuma II las utilizaron como espacio de recreación. Después de la conquista pasó a manos de Hernán Cortés como parte del marquesado del Valle de Oaxaca, que le fue concedido en 1529. El sitio de Coscacoaco perteneció a Juan Ramírez de Cartagena, quien en 1725 fundó el Molino de Belén. Más tarde pasó por diversos dueños, entre ellos los jesuitas, hasta que en 1869 fue propiedad de Enrique Gosselín; finalmente fue adquirido mediante remate judicial por la Sociedad Benfield, Breker y Compañía.

Cementerio concesionado

Su origen es al mismo tiempo romántico y triste. William Stephen Benfield, un prominente empresario inglés, llegó a México en 1835 debido a que su esposa estaba muy enferma de tuberculosis y su médico les recomendó venir a este exótico y lejano país, en donde por su clima y altura tendría posibilidades de salvarse, lo cual sucedió, ya que la señora moriría cerca de los noventa años. Pero no todo fue alegría porque su hija adquirió el cólera morbus, epidemia que asolaba a la población de Veracruz adonde habían llegado y desgraciadamente murió; la tuvieron que enterrar en la playa porque no le permitieron hacerlo en el atrio del templo debido a que era anglicana. Entonces prometió que formaría un panteón y que sus descendientes serían católicos.

Su hijo Juan Manuel, quien ya había nacido en estas tierras, cumplió su deseo. Formó la Sociedad Benfield, Breker y Compañía, con la cual obtuvo en 1874 la licencia del gobierno para fundar un campo mortuorio en los alrededores de la Ciudad de México, en un terreno de un millón de varas cuadradas del rancho de Coscacoaco, denominado “Tabla de Dolores”, de donde el panteón tomó su nombre. Fue inaugurado el 13 de septiembre de 1875 y la gloria de ser el primer personaje enterrado allí pertenece al general Domingo Gayosso.

Algunos afirman erróneamente que el panteón tomó su nombre de Dolores Mugarreta de Gayosso, quien, según los que sostienen esta versión, donó los terrenos y fue la primera persona enterrada ahí, pero lo único cierto es que sus restos se encuentran dentro de su recinto y fue suegra de Juan Manuel Benfield, quien casó con Concepción Gayosso Mugarreta, hermana de Eusebio, fundador de la famosa agencia funeraria que lleva su apellido.

Al conceder la licencia, el gobierno estipuló que el mejor lugar del cementerio debía destinarse a mexicanos distinguidos que de alguna manera hubieran dado prestigio a la patria, siendo éste el origen de la Rotonda de los Hombres Ilustres –hoy de las Personas Ilustres–, inaugurada el 21 de marzo de 1876 con el entierro del teniente coronel Pedro Letechipía, liberal que participó en la Revolución de Ayutla, peleó contra la invasión francesa de 1862 y combatió la rebelión de Tuxtepec en 1876, lo cual le costó la vida.

Panteón civil

Hacía tiempo que el gobierno quería establecer un cementerio por aquel rumbo, por lo que en 1879 hizo un primer contrato para com-prar el Panteón de Dolores por la cantidad de 130 000 pesos. Un año después se efectuó el contrato definitivo por el que pagaría 66 500 pesos en cómodas mensualidades. Desde esa fecha se convirtió prácticamente en el Panteón General de la Ciudad de México. Poco a poco fueron desapareciendo los antiguos panteones, como el de Santa Paula y el General de la Piedad, y los restos mortales que quedaron en ellos se trasladaron al de Dolores. Antes de vender el cementerio, la Benfield, Breker y Compañía había dado concesiones para establecer lotes dentro del sitio, mismas que el gobierno tuvo que aceptar y empezó a otorgar otras.

En 1892 el gobierno compró a la Sociedad Cuevas y Velasco un terreno de 421 520 m2 que pertenecía al Molino del Rey, aumentando la superficie del panteón a 1 120 416 m2, la cual se amplió aún más con terrenos de la barranca aledaña. Cabe señalar que los datos oficiales señalan que en total son 200 hectáreas; sin embargo, la extensión real, contando los terrenos de la barranca, es de poco menos de 150 hectáreas.

Durante muchos años el Panteón de Dolores fue como una gran comunidad donde vivían algunos trabajadores; había capilla, osario, oficinas, escuela, lavaderos, baños, dispensario, caballerizas, invernadero, garitones para vigilar las entradas, anfiteatro... y hasta tuvo un ferrocarril de intercomunicación. Conforme creció la capital se fueron construyendo nuevos cementerios civiles, quedando el de Dolores como uno de los más antiguos y el de mayor extensión.

 

Esta publicación sólo es un fragmento del artículo "Un cementerio muy vivo" de la autora Ethel Herrera Moreno, que se publicó íntegramente en Relatos e Historias en México número 59:

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