Al raspar el bronce de las estatuas de los grandes protagonistas de la historia, uno puede hallar sorpresas. Es el caso de Guillermo Prieto: hombre de Estado, aventurero idealista, periodista, escritor satírico, amiguísimo de sus amigos, ministro de Hacienda, el poeta más popular del siglo XIX y quien terminó sus días como el mismísimo abuelito de la patria. Desde 1976, su estatua, obra del escultor Ernesto Tamariz, se erige sobre Paseo de la Reforma, en un camellón a la altura de la cuchilla de la calle Francisco Zarco, cerca de la iglesia de San Hipólito y metro Hidalgo. Sin embargo, para muchos pasa desapercibida en el andar cotidiano y un tanto caótico de la gran Ciudad de México.