En los siglos posteriores a la caída de Tenochtitlan se amalgamó una sociedad predominantemente mestiza desde una perspectiva cultural, es decir, prácticas y sistemas de creencias indígenas se fusionaron con las españolas y africanas. Las valoraciones éticas de la forma que adoptó la conquista no cambian aquel hecho. Asumamos que llevamos con nosotros tanto al conquistador como al conquistado y que no hay razón histórica para identificarnos más con uno que con otro. No somos los indígenas del periodo prehispánico, pero tampoco los españoles que llegaron en el siglo XVI. Somos una cultura diferente que se nutrió de las culturas indígena, española y africana, y se alimenta actualmente de muchas otras. Las batallas ideológicas más intensas entre indigenistas e hispanistas ocurrieron en la primera mitad del siglo XX, cuando la exaltación de la cultura indígena antigua se convirtió en una doctrina casi oficial del gobierno. Hernán Cortés y Cuauhtémoc simbolizaron el combate en esa pugna por imaginar el origen de la nación mexicana.
Hace 492 años, el 13 de agosto de 1521, cayó prisionero Cuauhtémoc, último gobernante de los mexicas. Con él sucumbió la ciudad de México-Tenochtitlan, centro y último bastión de un señorío que ejercía dominio político y militar sobre la mayor parte de Mesoamérica. Ese día también se afianzó la hegemonía de los conquistadores españoles, encabezados por Hernán Cortés, sobre las tierras del Anáhuac. Cuauhtémoc moriría en 1525, ejecutado por disposición de Cortés, en algún paraje de Tabasco. Por su parte, el líder de los conquistadores murió en 1547 en Sevilla, España.
La personalidad, obra y legado tanto de Hernán Cortés como de Cuauhtémoc son motivo de un debate entre quienes glorifican la herencia cultural hispánica en detrimento de la indígena y quienes adoptan la posición inversa. La polémica entre filohispanistas y filoindigenistas no es nueva, pero tampoco tan antigua como podría suponerse. Durante los tres siglos de existencia de la Nueva España, ni Cortés ni Cuauhtémoc fueron objetos de culto o vituperio semejantes a los que recibirían durante los siglos XIX y XX.
A fines del siglo XVIII algunos intelectuales criollos novohispanos, como Francisco Xavier Clavijero, comenzaron a revalorar la cultura indígena del periodo prehispánico e incluso a identificarse con ella, pero no en detrimento de la hispánica. Se trató de una reacción ante las opiniones despectivas de varios intelectuales europeos —no hispanos— acerca de los americanos en general y de los indios en particular. De hecho, la defensa de éstos a menudo iba acompañada de la de los españoles, tanto peninsulares como criollos. La disociación y confrontación entre hispanistas e indigenistas ocurriría después de la independencia.
Esta publicación es un fragmento del artículo “Indigenismo e hispanismo” del autor Jesús Hernández Jaimes y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 60.
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