El Tratado McLane-Ocampo y su uso en la historia

Pedro Salmerón

La historia de México llegó a un punto de inflexión al término de la guerra civil en 1861. La firma de tratados internacionales, por liberales y conservadores, en medio de la contienda, dio lugar a polémicas interminables que se han transmitido a través del tiempo. Pero la tarea del historiador consiste en entender las circunstancias y la cultura de una época, para saber por qué los hombres actuaron de un modo determinado y evitar así los juicios que ignoran la coyuntura de aquellos días.

 

La figura histórica de Benito Juárez ha estado rodeada siempre por la polémica. Su personalidad y su actuación han sido atacadas fundamentalmente por dos grandes razones: en primer lugar, algunos historiadores, opuestos a la construcción de su estatua de bronce, hicieron un ejercicio crítico, en el que descalificaron y desecharon las virtudes heroicas y sobrehumanas de don Benito, que le adjudicaba la historia oficial.

 

Ningún personaje histórico reúne en su persona las cualidades extrahumanas que les atribuyen los constructores de héroes y ninguno, tampoco, resiste el cómodo juicio extemporáneo en el que cayeron muchos de los críticos de Juárez, empezando por el pionero y más inteligente de ellos, Francisco Bulnes, para quien Juárez, en 1857, era un oscuro político de provincia, lento, moderado, oportunista y no muy inteligente, llegado a la cumbre por la protección de Comonfort, y a la presidencia por una serie de casualidades. Y esto, que podría ser cierto, aunque abstrae a Juárez de su tiempo y circunstancia, para juzgarlo desde una pacífica época posterior, es aderezado por una serie de gravísimas acusaciones de traición a la patria.

 

Estas acusaciones las comparte el otro grupo de detractores de Juárez, formado por quienes están convencidos de que la moral católica es la única aceptable, que la fe católica es la base de la identidad mexicana y debe ser el elemento estructurador de la sociedad, y que la Iglesia católica debe ser la institución rectora de la vida pública y privada. Para quienes así piensan, la labor de Juárez y su generación fue destructora y disolvente.

 

Si se hacen a un lado los juicios que son resultado de la incomprensión de Juárez como hombre de su tiempo, hay que hablar aquí de las acusaciones de traición a la patria. ¿En qué consisten éstas? Se acusa a Juárez de haber solicitado al gobierno de los Estados Unidos un general yanqui que viniera a mandar a todo el ejército de la República mexicana; de haber ofrecido parte del territorio nacional a los Estados Unidos a cambio de su ayuda material en la lucha contra los conservadores y el Imperio de Maximiliano; de alentar que fuerzas de la marina de los Estados Unidos intervinieran directamente en nuestras contiendas internas, al capturar la escuadrilla fletada en La Habana por el gobierno de Miramón; y de haber firmado un tratado que convertiría a México, para todo fin práctico, en un protectorado o semicolonia de los Estados Unidos.

 

Los dos primeros cargos son absolutamente falsos y no tienen ningún sustento, fuera de la fértil imaginación de Francisco Bulnes y del encono de los enemigos conservadores de Juárez. La captura de la escuadrilla de Miramón ocurrió efectivamente y se desprende del Tratado McLane-Ocampo, firmado por el sabio liberal michoacano y ratificado por Benito Juárez. Las acusaciones de traición a la patria no tienen más sustento real que dicho tratado, el cual este artículo revisa con sumo cuidado, tanto para saber de qué se trata como para apreciar el sustento que tienen las acusaciones hechas a Juárez.

 

 

Esta publicación es un fragmento del artículo “El Tratado McLane-Ocampo” del autor Pedro Salmerón y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 12.

 

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