Frances Erskine Inglis, conocida como marquesa o madame Calderón de la Barca, vivió en México entre diciembre de 1839 y enero de 1842. La inglesa cuenta que en diciembre de 1840 fue invitada a celebrar Nochebuena en la Catedral Metropolitana.
En idiomas indígenas se conoce como Cuitlaxóchitl (náhuatl), en Chiapas como aijoyó (zoque); en Oaxaca gule-tiini (zapoteco) y lipa-que-pojua (chontal).
Falleció el 6 de agosto de 1986 en su casa de Coyoacán, en la Ciudad de México. Impregnado del nacionalismo cultural de la posrevolución, se convirtió en un director fundamental de la época de oro del cine mexicano.
Los aplausos que vinieron tras diluirse la dramática voz fueron tan estrujantes como la nostalgia que se esparció por el recinto. La audiencia reunida en el Carnegie Hall neoyorquino pudo esa noche de 1938 descubrir o reencontrarse con el que para muchos es el padre del blues: Robert Leroy Johnson.
Tras morir en España en 1547, la última voluntad de Hernán Cortés de depositar sus restos mortales en Nueva España fue una disposición más complicada de lo que él o sus descendientes hubiesen pensado. Esto finalmente pudo lograrse hasta el siglo XX.
Recuerdo de un naufragio: el “mástil del marino” anclado en el cerro del Tepeyac
Anclar nos refiere a un término náutico, el de asegurar una embarcación con un ancla contra “el ímpetu de los vientos”, apunta la Real Academia Española en 1770; pero también significa arraigarse a un lugar, como el navío de piedra ubicado al oriente del cerro del Tepeyac que “está todavía anclado sobre la elevada roca aunque el viento va ya para más de cien años que hinche sus velas”, escribió el comerciante y viajero alemán C. C. Becher a su esposa el 28 de diciembre de 1832, cuando visitó el santuario de la Virgen de Guadalupe en Ciudad de México.
El obispo Eduardo Sánchez Camacho y la polémica de 1896 sobre las apariciones del Tepeyac
Las apariciones de la Virgen de Guadalupe ha sido un tema polémico incluso entre sus feligreses y las propias autoridades eclesiásticas. A fines del siglo XIX, el obispo Eduardo Sánchez Camacho enfrentó al Vaticano por negarlas y por afirmar que las procesiones y todo lo relacionado con la Guadalupana eran un sinsentido que incluso superaba el culto a Dios.
A principios del siglo XX la Villa de Guadalupe se percibía como una pequeña ciudad dentro de la gran metrópoli, con la antigua basílica como la máxima representación de su esplendor.
El escándalo estalló el 2 de septiembre de 1896. No era para menos. Por primera vez un obispo católico mexicano rompía con la Iglesia católica apostólica y romana. Ese miércoles el periódico El Universal publicó la carta en que el prelado de la diócesis de Tamaulipas, Eduardo Sánchez Camacho, anunció su ruptura con el papado y reiteró su rechazo a la legendaria aparición de la Virgen de Guadalupe en el cerro del Tepeyac.
El 12 de diciembre de 1531, según los relatos tradicionales, la Virgen María se apareció al indígena Juan Diego en el cerro del Tepeyac y le mandó que le dijese al obispo de México, fray Juan de Zumárraga, que le erigiera un templo. El obispo le pidió a Juan Diego que le llevara una prueba. La Virgen, en una segunda aparición, le ordenó que cortara flores del lugar y las llevara el prelado, ambos se admiraron de que, al abrir la capa en las que la llevaba envueltas, milagrosamente apareciese una imagen que desde entonces se venera con el nombre de Nuestra Señora de Guadalupe.
“Arderá en el infierno”, seguramente pensó más de un miembro del clero mexicano, luego de escuchar el sermón que con motivo del día de la Virgen de Guadalupe, presentó fray Servando Teresa de Mier el 12 de diciembre de 1794 en la Colegiata de Guadalupe.