Y la labor de Luis Quintanar como precursor del sistema federal
El 16 de junio de 1823 Luis Quintanar y otros notables locales establecieron el libre y soberano estado de Jalisco. Días después, en la catedral de Guadalajara se cantó un tedeum para solemnizar la fundación. Quintanar fue acusado por sus detractores de separatista, aunque sus acciones promovieron la autonomía de Jalisco por medio del federalismo y no de una república independiente.
El Estado mexicano, como muchos otros en el mundo, se construyó con guerras, con imposiciones, con despojos. Lo más frecuente es recordar la historia de cómo se perdieron territorios, de los agravios que se padecieron por parte de Estados vecinos o de potencias imperiales. Son muy pocos los que se atreven a reconocer que en la construcción del Estado propio también se cometieron esos actos.
La serpiente emplumada fue venerada por varios pueblos mesoamericanos. Su nombre en náhuatl, Quetzalcóatl, es el más conocido, pero tenía nombres en otros idiomas, entre estos el otomí. En este artículo se habla acerca de la importancia de este numen en Mesoamérica y los vestigios de este símbolo sagrado que perduran entre los otomíes de nuestros tiempos.
El liberalismo del gobierno emanado del Plan de Ayutla no gustó a los grupos conservadores, quienes vieron minados sus fueros tradicionales y decidieron luchar para evitar estos cambios levantándose en armas en Puebla y tomando su capital. Así, el ejército del gobierno al mando del presidente Ignacio Comonfort, con 12,000 hombres y 40 piezas de artillería aproximadamente, se enfrentó a los pronunciados conservadores al mando del general Antonio Haro Tamariz, que contó con cerca de 3,500 hombres y 12 piezas de artillería.
En septiembre de 1953 apareció en los escaparates de todas las librerías de la Ciudad de México El llano en llamas, primer y único libro de cuentos del escritor jalisciense Juan Rulfo (1917-1986), publicado por el sello editorial Fondo de Cultura Económica en su colección Letras Mexicanas. Dos años más tarde, en 1955 y bajo el mismo sello, se publicó la que también sería su primera y única novela, Pedro Páramo, que originalmente llevó los tentativos títulos de Una estrella junto a la luna y Los murmullos.
RAM nos legó una obra excepcional. Este dibujo, dedicado a Carlos León, director de la revista Don Timorato, muestra la gran creatividad de este artista que, sin duda, debe seguirse rescatando.
Una de las distracciones favoritas de Trotsky en México fue la de recolectar cactáceas. Se convirtió en un aficionado coleccionista. Disfrutaba desenterrar algunas y trasplantarlas en el jardín de la Casa Azul y, posteriormente, en el de su casa fortaleza de la calle Viena, en Coyoacán.
Una de las mejores cosas que le sucedieron a Trotsky en México fue la posibilidad de defenderse públicamente de las acusaciones que pesaban en su contra en los llamados “Procesos de Moscú”. Apoyado por simpatizantes y organizaciones trotskistas norteamericanas, organizó en Coyoacán un “Contraproceso”, que más tarde se conoció como la Comisión Dewey. Del 10 al 17 de abril de 1937, un tribunal internacional, presidido por el octogenario profesor John Dewey, sesionó en el jardín de la Casa Azul, a la vera de un naranjo. El veredicto del tribunal fue que se trataba de un “frame-up”, es decir los Procesos de Moscú eran una farsa. Desde Coyoacán, Trotsky se lo informó al mundo.
Minutos antes de la 5 de la tarde, de aquel funesto martes 20 de agosto de 1940, Frank Jacson estacionó su oscuro y reluciente Buick en la esquina de las polvorientas calles de Viena y Morelos, a unos pasos de la casa-fortaleza de León Trotsky, en lavilla de Coyoacán. El sol era ocre y voraz; fatigoso. Un minuto después, un Cadillac negro se detuvo, unos cien metros adelante, sobre la despoblada calle Viena. En él iban su madre, Caridad Mercader del Río y Tom, cuyo nombre verdadero era Naum Isaákovich Eitingon. Ambos, cómplices de Jacson.
“Los últimos años de mi vida”, escribió Trotsky, tras sobrevivir al estrepitoso atentado acaudillado por David Alfaro Siqueiros. Pero el segundo y definitivo ataque no sería frontal ni estridente, sino íntimo y silencioso, y se presentaría antes de lo previsto.
Diego Rivera fue clave para que el asilo de Trotsky en México fuera posible. Sus contactos con los comunistas y simpatizantes trotskistas norteamericanos facilitaron las gestiones para que “el viejo barbitas” pudiera refugiarse en nuestro país. Aunque Rivera y Trotsky terminaron distanciados, este último siempre le agradeció todas sus atenciones y que le haya permitido hospedarse en la Casa Azul de Coyoacán.