Bajo la dirección de Luis Alcoriza, antiguo guionista de Luis Buñuel a su paso por México, este filme estelarizado por Julio Aldama y Dacia González exhibe en su cruda naturalidad la tradición tiburonera tabasqueña de la década de 1960.
La franqueza del mar puede ser tan encantadora como intempestiva, al igual que la naturaleza que le rodea y las poblaciones que agotan sus días y sus noches mientras intentan convivir con él, dominar sus márgenes y atajar sus peligros. Tratan de adaptarse a él y a lo que les provee para sobrevivir, incluso desde las más hondas precariedades económicas y sociales. Aun así, el amor y apego que se le guardan llegan a ser inquebrantables, tal cual lo experimenta Aurelio (Julio Aldama), un hombre joven de sangre capitalina que busca hacerse de una vida próspera como tiburonero en el puerto de Frontera, en la costa tabasqueña que se extiende sobre el golfo de México.
Son los años sesenta, los del desarrollo estabilizador que impulsa los pasos agigantados de la mayor metrópoli mexicana, pero que a la vez acentúa los contrastes entre su sociedad –cada vez más numerosa– y la de la provincia; lo que para unos es un abrazador progreso, para otros implica el rezago.
Para Aurelio, este avance involucra depresión y soledad de las que hay que liberarse, así que decide cambiar de tajo su vida. Ahora, a bordo de un modesto barco erguido a base de desvencijados maderos, se aventura a la caza de tiburones junto a sus dos leales: el cocinero Chilo y Pigua, un niño que le profesa idolatría y que a cambio recibe un hosco pero sincero trato paternalista.
El éxito para los tres en este nuevo modo de vida es contundente, como lo son también los afectos y la envidia que despiertan en el pueblo por ello, lo cual lleva a Aurelio a confrontar distintos problemas, como el robo que le hizo su propio compadre, quien había contraído paludismo cuando trabajaba de chiclero.
Aurelio tampoco se guarda su atracción por Manela (Dacia González), una sensual joven lugareña de madre coreana y a quien probablemente le dobla la edad. De hecho, la relación inicia cuando el defeño la “obtiene” a solicitud cantada al padre de ella, luego de que diera un cayuco y un equipo de maltrechas redes para que procuraran el sustento de toda la familia de la chica. Por otra parte, Aurelio guarda en su consciencia el recuerdo de su esposa Adela y cuatro hijos que dejó en la capital; eso sí, les envía el dinero que produce en la pesca y hasta vuelve en alguna ocasión, solo para refrendar su amor a la costa, a sus amigos y a Manela.
En este escenario tropical del que hoy es uno de los puertos más importantes del sur mexicano, perteneciente al municipio de Centla, transcurre el docudrama Tiburoneros de 1963, dirigido por el nacido en Badajoz, España, Luis Alcoriza, quien cobrara relevancia luego de trabajar como guionista al lado del director Luis Buñuel en Los olvidados (1950) y otros filmes.
El de Alcoriza se trata de un cine que dio una vuelta de tuerca importante, toda vez que pensaba que la mayoría de las películas de la época tenían como objetivo fundamental hacer que la gente no se percatara de las imperfecciones de la sociedad en que vivía. En este sentido, la novedosa película rompió el estereotipo de que la provincia era un dechado de bondades y la capital de perversiones. A cambio, vino a mostrar la belleza de lo natural, aunque también la complejidad de unas caprichosas relaciones humanas, en medio de los hábitos y tradiciones de un puñado de mexicanos asentados en estas tierras colindantes con el río Grijalva.
Filmada en su totalidad en exteriores entre abril y mayo de 1962, estrenada al año siguiente en el cine Alameda de Ciudad de México y galardonada internacionalmente, esta cinta es considerada un hito en la cinematografía nacional, por lo que aquí se la dejamos para que la disfrute.
La breve de Vamos al Cine "Tiburoneros" del autor Marcos Villa se publicó en Relatos e Historias en México, número 114.