Los usos de la Historia desde el poder

La historia en los mundos náhuatl y maya prehispánicos
Alfredo Ávila Rueda

 

No toda la historia la escriben los ganadores, pero ellos tienen los medios y la capacidad para producirla, divulgarla y, en no pocas ocasiones, imponerla. En México ha ocurrido eso desde el momento mismo en que el país nació, cuando Agustín de Iturbide impidió que uno de los viejos insurgentes escribiera libremente su versión de la guerra de independencia. De hecho, a lo largo del siglo XIX los ganadores se apresuraron a escribir la historia y promoverla con todo el apoyo que les daba el poder político. De allí que el México a través de los siglos, del liberal Vicente Riva Palacio, tuviera tantas reediciones, mientras que la Historia de Méjico, del conservador Niceto de Zamacois, quedara en el olvido. En los meses siguientes, haré un recuento de algunos de los más significativos usos y abusos de la historia desde el poder en México:

 

 

 

Hay algunos casos de uso de la historia desde el poder de los que se puede escribir mucho más y probablemente el espacio que se les puede dedicar no sea suficiente y, por el contrario, hay otros de los que queda tan poca información que apenas se pueden formular algunas hipótesis. Lo que sucedía en la época prehispánica en el actual territorio de México es un ejemplo de esto último.

 

Los gobernantes de los distintos pueblos que ocuparon el espacio mesoamericano se dieron cuenta desde muy pronto de la importancia de contar su propia versión de la historia y así lo hicieron. Entre los mayas, las estelas que han llegado a nuestro tiempo dan cuenta de eso. Cuando los epigrafistas, es decir, las personas que pueden conocer e interpretar las inscripciones, descubrieron las claves para leer dichas estelas, suponían que encontrarían fórmulas matemáticas, análisis astronómicos, épica o relatos que demostraran el alto grado de avance civilizatorio de aquellos pueblos. En realidad –como mostró el libro clásico de Simon Martin y Nikolai Grube–, lo que mayoritariamente cuentan es historia: una historia tallada en piedra por los poderosos de otros siglos para que perdurara en la memoria de sus pueblos.

 

El periodo Clásico entre los mayas se caracterizó por un notable aumento demográfico que tuvo consecuencias importantes, algunas de las cuales podemos apreciar en las ruinas de las imponentes ciudades que se construyeron en el sureste de México y en América Central. Sin embargo, otro resultado del incremento poblacional fue la competencia, cada vez más feroz, entre las ciudades y pueblos de la región por los recursos naturales, que siempre fueron limitados y cada vez resultaban más insuficientes para sostener a asentamientos humanos en crecimiento. Esto condujo a que algunas ciudades sometieran a los pueblos más pequeños, a los que exigían el pago de tributos. Inevitablemente, la competencia por los recursos ocasionó conflictos bélicos entre las metrópolis más fuertes.

 

Calakmul y Tikal fueron protagonistas, en el siglo VII, de enfrentamientos que no solo modificaron las áreas de influencia de ambas ciudades, sino que tuvieron implicaciones políticas importantes. Las estelas dan cuenta de las alianzas que los gobernantes de esas ciudades realizaron con otros señoríos.

 

Fue en ese contexto que, como han visto Erik Velásquez y Carlos Pallán Gayol, Yuhkno’m Too’k’ K’awiil ordenó el levantamiento en Calakmul de numerosas estelas con inscripciones que dieran cuenta del origen de su reinado, que empezaba con el gobierno de su ancestro Yuhkno’m Ch’e’n Il, a quien consideraba una especie de fundador de su dinastía Kaan.

 

El relato de esa historia iba acompañado de elementos iconográficos que mostraban el poder y ferocidad de los gobernantes de Calakmul, desde Ch’e’n Il hasta el mismo Yuhkno’m Too’k’ K’awiil. Por ello, el relato de las alianzas que esa dinastía llevó a cabo con otros pueblos era expuesta como una muestra del poderío de los Kaan, más que como la búsqueda de apoyos para enfrentar el creciente poderío de los de Tikal.

 

Lo que sucedió en Calakmul a finales del siglo VII es un ejemplo de cómo los poderosos escriben la historia en un contexto de competencia y enfrentamiento con otra metrópoli. En ese relato se da cuenta del poderío del gobernante y de sus ancestros, así como de las inteligentes medidas que tomaron para fortalecer a su ciudad.

 

Se puede suponer que la intención de Yuhkno’m Too’k’ K’awiil era dejar constancia para que en el futuro se conociera su glorioso gobierno y el de sus ancestros. También es posible que de esta manera buscara mostrarse más fuerte que Tikal, así como dar confianza a su propia gente para combatir al odiado enemigo.

 

Velásquez y Pallán Gayol han propuesto otra hipótesis, mejor contextualizada: cuando Yuhkno’m Too’k’ K’awiil ocupó el trono, Calakmul había sufrido una derrota a manos de Tikal, de modo que no solo necesitaba reforzar una imagen que le permitiera mostrarse fuerte frente a sus enemigos, sino, sobre todo, frente a sus propios súbditos. Las inscripciones iban dirigidas a la gente a la que gobernaba, para persuadirla de que seguía siendo un gobernante fuerte e incluso cruel, al que debían temer y obedecer. Cuando la lealtad de sus vasallos peligró ordenó el levantamiento de estelas más ambicioso que se hubiera visto en Calakmul.

 

Los poderosos escriben su versión de la historia y buscan imponerla al resto de la población para afianzar su propio poder no solo en momentos de crisis, como sucedió en Calakmul. En 1433, en México-Tenochtitlan, el consejero o cihuacóatl Tlacaélel y el gobernante o tlatoani Itzcóatl destruyeron un número indeterminado de códices que contaban la historia de los mexicas para sustituirlos por otros.

 

Hasta hacía poco tiempo, los mexicas eran un pueblo que debía pagar tributo al altépetl de Azcapotzalco. Como sucedió antes en el mundo maya, la necesidad de alimentar conglomerados humanos cada vez mayores en un medio de recursos naturales limitados condujo a que las ciudades asentadas en la cuenca de México compitieran entre sí y buscaran sojuzgar a las menos fuertes, con el objetivo de obtener recursos de los pueblos dominados.

 

La situación empeoró en el siglo XIV, cuando arribaron otros pueblos a la región lacustre. Los recién llegados habitualmente ocupaban el lugar más débil en estas relaciones de dominación. Esto ocurrió con los mexicas. Durante décadas, buscaron un espacio en una región densamente poblada y, cuando lo hallaron, quedaron subordinados a un altépetl más fuerte. Azcapotzalco venció incluso a los señores de Texcoco, una de las ciudades más fuertes de la región. El nuevo tlatoani texcocano, Nezahualcóyotl, se acercó entonces a los mexicas y a los gobernantes de Tlacopan para establecer una alianza que, finalmente, consiguió derrotar a los tepanecas de Azcapotzalco.

 

Como es sabido, no fue Texcoco el altépetl que salió más fortalecido de esa alianza, sino México-Tenochtitlan. Itzcóatl era el tlatoani, pero fue el cihuacóatl Tlacaélel quien dirigió a las tropas mexicas y estableció las bases del nuevo gobierno. Como ha probado Miguel León-Portilla, este poderoso noble se convirtió en el poder detrás del poder de Itzcóatl y de Moctezuma Ilhuicamina.

 

Fue entonces cuando, en palabras de los indígenas que ayudaron a fray Bernardino de Sahagún a comprender la historia y la cultura precortesiana, “la historia ardió cuando gobernaba Itzcóatl en México”. Tlacaélel y el tlatoani acordaron que no debía conocerse lo que decían los códices, para evitar que “el cargable” y “el portable” (es decir, Huitzilopochtli y los gobernantes de los mexicas) se “pervirtieran” o fueran “menospreciados”, como apuntó el franciscano en su Historia general de las cosas de Nueva España. En La filosofía náhuatl, el mismo León-Portilla señaló que la intención de Tlacaélel e Itzcóatl era fijar una “versión oficial” de la historia.

 

Por supuesto, no sabemos con exactitud qué se quiso borrar de la memoria. Clementina Battcock hizo una muy buena revisión de las interpretaciones que los historiadores han hecho de ese acontecimiento. Desde los que dicen que con la quema de códices los mexicas quisieron inventarse un pasado más glorioso, hasta los que sugieren que con ese borrón y cuenta nueva pusieron a Huitzilopochtli en el centro de su historia, desplazando a Quetzalcóatl y la influencia de los toltecas.

 

Sin embargo, la versión que Itzcóatl legó a su pueblo y que sobrevivió a la llegada de los españoles no muestra un pasado particularmente glorioso. Es decir, la intención de escribir una nueva historia no era ocultar que los mexicas habían pasado penurias y habían sido tributarios de otros altépetl más poderosos.

 

Alfredo López Austin, haciendo una lectura más literal de lo señalado por Sahagún y sus informantes, sostiene que el interés de los gobernantes mexicas era evitar que el pueblo “los menospreciara”, es decir, que dejaran de ser leales, que se sublevaran. Como sucedió en Calakmul, cuando los poderosos de México-Tenochtitlan escribieron la historia tenían el objetivo inmediato de dirigirse a sus gobernados y disuadirlos de rebelarse, mostrándose poderosos.

 

La gran diferencia radica en que en el primer caso se trataba de una medida desesperada para mantenerse en el poder en medio de una crisis y de la amenaza de conquista por otro pueblo más poderoso, mientras que en el segundo se estaban sentando las bases de la expansión mexica bajo el liderazgo de los guerreros que se repartieron tierras y títulos tras el triunfo sobre Azcapotzalco. En este caso, como dijo Orwell, los ganadores escribieron la historia, pero hay que precisar que los ganadores no fueron todos los mexicas, sino un grupo en concreto que buscó legitimar su hegemonía frente a su propia gente.

 

 

Esta publicación solo es un extracto del artículo "La historia en los mundos náhuatl y maya prehispánicos" del autor Alfredo Ávila Rueda que se publicó en Relatos e Historias en México número 128.