La revolución musical del jazz conmocionó a México a principios del siglo XX

Ricardo Lugo Viñas

La noche, aunque apenas despunta, es fría y las farolas iluminan de ambarino la blanca fachada del Palacio de Bellas Artes, en el Distrito Federal. En la explanada del recinto de mármol se percibe un tenue sonido, como de marea: son los autos que surcan el amplísimo y moderno Eje Central Lázaro Cárdenas y al que todavía la mayoría de la gente se refiere como la avenida San Juan de Letrán. Corre el año de 1962. La ciudad es gobernada bajo el manto y el brazo del sonorense Ernesto P. Uruchurtu, quien recién decretó que toda actividad nocturna debe terminar en punto de la media noche. Es el viernes 26 de enero y el magno foro tiene programado un concierto de jazz a cargo del trompetista Cecilio Chilo Morán –nacido en el pueblo de Concordia, Sinaloa– y su grupo integrado exclusivamente por mexicanos.

 

El público no se agolpa a las puertas de la sala de conciertos. Muchos pasan sin prestarle atención al concierto programado, otros escuchan la palabra jazz y aún resuena en ellos los rescoldos de las voces jazzófobas que a principios de siglo escribieran ríos de tinta para denostar a este género musical, al que peyorativamente vinculaban con la frivolidad, desparpajo, desorden, bajos fondos, drogas, estridencia y negritud. En 1921, el compositor de música tradicional mexicana Miguel Lerdo de Tejada –sobrino de los políticos del siglo XIX, Miguel y Sebastián– se refería a “esa infame música hecha con los pies para los pies. Es un horror. Desgraciadamente la invasión del jazz está consumada. Estamos perdidos irremisiblemente. Es una locura de sonido, de desafinaciones […] El éxito del jazz consiste en tocar mal, lo más mal que se pueda. El jazz ha absorbido todo el mundo”.

 

El germen del jazz

 

El concierto de aquella noche de 1962 se realizó sin pena ni gloria. Así lo atestiguó la prensa de la época. Sin embargo, dicho suceso es un punto de referencia en la historia de este género o estilo en nuestro país, y a la vez resguarda en sí mismo un robusto proceso histórico de la llamada música negra que llegó a estas tierras en las primeras décadas del siglo XX, proveniente de Estados Unidos, cruzando la frontera norte y el litoral del golfo de México, y que antes de 1962 solo se interpretaba en las calles, cafés, bares, burdeles, cabarés, hoteles de lujo (el periodista José Luis Durán había logrado llevar en 1961 el festival internacional de jazz de Newport, California, a un hotel lujoso en Acapulco), cines, restaurantes, prisiones (es famosa la orquesta de jazz de la cárcel de Belem de los años veinte) o centros nocturnos.

 

Este estilo fue introducido a México mediante un largo proceso de intercambio cultural en las primera décadas del siglo XX, luego de que en Estados Unidos fuera influido por muchos elementos, tanto históricos (la depresión económica mundial iniciada en 1929, el sistema de explotación y esclavitud imperante en los campos de cultivo y la industria) como sociales (las condiciones de trabajo de la comunidad negra y sus formas de expresión musical, ligadas a los cantos espirituales africanos o a las canciones para el trabajo o las marchas callejeras, en ejecuciones con pocos instrumentos) y musicales (el blues, el foxtrot, el swing, el ragtime como caldo de cultivo).

 

Apunta el investigador Gabriel Pareyón: “En los últimos años del Porfiriato, entre 12 y 15 bandas mexicanas profesionales recorrieron EU, ganando algunas de ellas primeros lugares en concursos musicales convocados por las exposiciones industriales. Al regresar a su país, muchos de los miembros de esas orquestas esparcieron el germen del reciente estilo de jazz y durante la Revolución (1910-1917) formaron los primeros conjuntos mexicanos con esta nueva música. Entre estos, los primeros que recorrieron México entre 1919 y 1924 fueron la All Nuts Jazz Band, Los Siete Locos del Jazz y la Winter Garden Jazz Band. Al iniciar los años veinte, muchas poblaciones del norte de la República Mexicana estaban compenetradas en la nueva música [sobre todo Tijuana y Ciudad Juárez]. […] Pronto, también la capital del país se vio colmada por músicos de jazz, pero junto con el furor que trajo esa música aparecieron los ataques contra la misma, al considerarla como ‘ritmo violento’, vinculado al consumo del alcohol y la marihuana y a la prostitución”.

 

Así, el jazz encontró carta de naturalización en México y comenzaron a proliferar las grandes bandas que lo interpretaban.

 

“Vulgaridad” y “embrutecimiento”

 

Es interesante escuchar lo que este género musical significaba para el hombre que había dirigido los destinos de la educación en el México de los primeros años posrevolucionarios, José Vasconcelos –quien, dicho sea de paso, en 1913 presenció en París el histórico estreno del concierto La consagración de la primavera del compositor ruso Igor Stravinski, obra sumamente vanguardista a la que tildó de exquisita y dedicó grandes elogios–: “El jazz lo prohibí, lo desterré de las escuelas. […] Proscribir exotismos y jazzes remplazándolos con jota española y bailes folclóricos de México y de la Argentina, Chile, etc. […] El día en que pusiéramos a todo el pueblo de México a ritmo de una música como la de Rimsky Korsakov, ese día habría comenzado la redención de México. […] los jazzes, los blues, los tangos y rumbas del mercado de Norteamérica. Arte de embrutecimiento, ingestión de vulgaridad sincopada, mecanizada, revestida al balar de las becerras, según ocurre en el canto de las que divulga el cine de Hollywood”.

 

Al término de la Revolución, en nuestro país proliferaron sobre todo las llamadas grandes bandas o big bands, a la manera de la de Duke Ellington –que se presentaría en Bellas Artes en 1968 y nos dedicaría una obra suya: Mexicancipation–, de entre las que destaca la comandada por Luis Alcaraz, quien recorrió gran parte de Estados Unidos y grabó soundtracks para varias películas en Hollywood. De esta banda salieron importantes músicos que pronto se desmarcaron para crear sus propios proyectos musicales, más cercanos al llamado “nuevo jazz” de los años cuarenta y que en EUA tiene su origen en el bebop, creado por músicos como Charlie Parker, Miles Davis y Dizzy Gillespie. Este estilo se parece más a las agrupaciones de jazz que hoy conocemos: ya no son grandes bandas, sino pequeñas dotaciones, a veces con un saxofón o trompeta, un piano y un contrabajo; también puede acompañarlas la voz.

 

Jazzistas mexicanos

 

De la orquesta de Alcaraz surgieron algunos de los más grandes músicos pioneros de este género en nuestro país. Ellos comenzaron a experimentar nuevas formas de hacer jazz estrictamente nacional. Tal es el caso del pianista Mario Patrón, nacido en Chihuahua, quien fue invitado a tocar con el célebre trompetista Louis Armstrong en una gira por Estados Unidos; el virtuoso trompetista Chilo Moran, que también tocó en las orquestas de Agustín Lara y de Dámaso Pérez Prado; el bajista veracruzano Víctor Ruiz Pazos, aclamado por el célebre guitarrista Charlie Byrd; o el percusionista y pianista chihuahuense Tino Contreras, quien grabó el primer disco nacional de este tipo (Jazz en México) y que ha tocado en los mejores lugares para esta música en el mundo, como el Blue Note de París. Estos dos últimos aún siguen vivos.

 

Dichos artistas experimentaron con nuevas formas nacionales e interpretaron a ritmo de jazz piezas del repertorio popular mexicano, como el Huapango de José Pablo Moncayo, La marcha de Zacatecas y hasta la pieza Estrellita, del zacatecano y jazzófobo Manuel M. Ponce, quien –según nos comparte el investigador Alain Derbez– se refería así al estilo musical sincopado: “México sufre el yugo del foxtrot [así se le llamaba muchas veces al jazz, aunque el foxtrot es más bien un tipo de baile de salón ‘suave y deslizante’] y nuestra juventud, que baila y se divierte, ignora o finge ignorar que este puede ser –Dios no lo quiera– el principio de otro yugo más doloroso”.

 

Todo el mundo bailaba

 

Pese a las restricciones conservadoras y las denostaciones que vinculaban a dicho género musical con la frivolidad, la noche, el desorden, lo “poco civilizado”, la baja cultura, lo estadounidense (entendido de forma peyorativa), las drogas y la libertad, durante todo el siglo XX el jazz tuvo en nuestro país una prolífica existencia; quizá no en los grandes escenarios, pero sí en numerosos bares y cafés destinados a su escucha.

 

Dice Agustín Lara en sus memorias: “En esa época [1923] México se vio de improviso completamente invadido por la ola del jazz, y el baile era la locura de la ciudad. No recuerdo que nunca se haya despertado en todas las clases sociales, y en una forma tan rápida y definitiva, una afición semejante. La transición del two-step al foxtrot obró el milagro. Todo el mundo bailaba… Yo recuerdo haber visto en la academia de Portillo viejos raboverdes tomando sus clases muy serios”.

 

Pero sería hasta finales de los años sesenta cuando comenzarían a abrirse foros especiales para la escucha de jazz, además de festivales internacionales y clubes. Por otra parte, a esta música también se le vinculó con vanguardias artísticas europeas como el existencialismo, cubismo o surrealismo; incluso, aparecieron espectáculos o centros especializados donde se escuchaba jazz a la par que se leía poesía o se elaboraba algún collage.

 

Hoy, pese a que erróneamente se le sigue considerando música de unos cuantos, el jazz ha permeado casi todos los géneros musicales. En la música clásica, por ejemplo, surgieron algunos compositores que se esforzaron por “escribirlo” y “componerlo”, como George Gershwin o Claude Bolling. También siguen existiendo agrupaciones que interpretan estrictamente este estilo bajo el precepto de la improvisación.

 

Asimismo, esta música ha incidido en múltiples manifestaciones artísticas. En nuestro país es clara la influencia o inspiración que ejerció sobre compositores como Carlos Chávez o Silvestre Revueltas y en pintores como José Clemente Orozco o David Alfaro Siqueiros, quien retrató precisamente a Gershwin. El jazz como fenómeno local se encuentra muy vivo y, aunque los espacios para su difusión son pocos, México cuenta con figuras de importancia internacional –Antonio Sánchez o Héctor Infanzón, por mencionar algunos–, como desde que comenzó su historia en estas tierras.

 

 

El artículo "La revolución del jazz" del autor Ricardo Lugo Viñas, que se publicó en Relatos e Historias en México número 108, se reprodujo íntegramente en la página web para obsequio de nuestros lectores.