Ida Rodríguez Prampolini, una extraordinaria historiadora del arte

Josefina Zoraida Vázquez

 

La doctora Rodríguez Prampolini se interesó especialmente en difundir el arte mexicano del siglo XX.

 

Muy querida y recordada por todos sus alumnos de la Facultad de Filosofía y sus compañeros del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM por sus conocimientos, generosidad y calidez, yo conocí a Ida Rodríguez Prampolini allá por principios de la década de 1950, cuando estudiaba en la Facultad todavía en Mascarones. Por entonces estaba casada con don Edmundo O’Gorman, al que en una ocasión sustituyó en una de sus clases, ausente seguramente por alguna intervención médica.

Me dejó una imagen inolvidable que se enriqueció con el trato posterior, ya en Ciudad Universitaria, y especialmente, en una convivencia en la década de los ochenta en Londres. Por entonces, se desempeñaba como agregada cultural y generosamente me albergó en su departamento hasta que encontrara uno propio. Durante los meses de investigación en la Public Record Office y la British Library, tuve un contacto cercano que me permitió conocerla de cuerpo entero, pues nuestras largas conversaciones me permitieron saber de sus aventuras y experiencias personales, dignas de una novela. La Chacha, como le decían sus amigos, estuvo casada tres veces; primero con el destacado historiador O’Gorman, después con un noble italiano y finalmente con el famoso escultor y arquitecto Mathias Goeritz.

 

Su formación

 

Ida nació en 1926 en el puerto de Veracruz, lo que explicaba algunos rasgos de su personalidad cálida. Allí cursó sus primeros estudios y, muy joven, su porte, personalidad y simpatía la llevaron a ser elegida reina del tradicional carnaval en 1946. Se trasladó a Ciudad de México para continuar su formación en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, donde obtuvo su maestría en Historia Universal y en 1948 su doctorado en Letras con especialidad en Historia, distinguiéndose al obtener la calificación de magna cum laude.

Entre 1948 y 1949, becada por el gobierno mexicano, hizo un posdoctorado de Historia del Arte en la Escuela de Verano de la Universidad de Santander, en España, y en este mismo país, uno más de Historia del Arte y Arte Abstracto en la Escuela de Altamira de Santillana del Mar, fundada, entre otros, por Goeritz. En la década de 1950, su formación en historia del arte continuó en la Universidad McGill Montreal, Canadá), en las universidades italianas de Perugia y Bolonia, así como en la Escuela de San Luca de Venecia y en otros centros de estudio europeos.

 

Experta en arte moderno y contemporáneo

 

Gracias a su capacidad y empeño, después de dar clases en diversos colegios privados, ingresó a la Facultad de Filosofía y Letras en 1954, y en 1957 se convirtió en investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas. En 1962 fue nombrada profesora adjunta de la cátedra de don Justino Fernández; empezó a disertar sobre arte moderno y contemporáneo, sin abandonar su afán de conocimientos haciendo investigaciones en el Museo de Arte Moderno de Nueva York.

En la Facultad de Filosofía, como profesora de Arte Contemporáneo, dirigió medio centenar de tesis de licenciatura, maestría y doctorado. Entre 1981 y 1983 amplió su docencia y no tuvo empacho en dirigir la investigación artística en el Centro de Estudios Económicos y Sociales del Tercer Mundo. Su fama la llevó a ser invitada a dar conferencias y como ponente en universidades y congresos en México y el extranjero.

Viajera incansable, sus saberes y simpatía la llevaron a conquistar la amistad de grandes artistas de la talla de Henry Moore, que la reconocían como conocedora de todas las corrientes del arte contemporáneo. De ello dan muestra sus publicaciones sobre arte abstracto, expresionismo, dadaísmo, surrealismo, muralismo, tanto en el arte contemporáneo mexicano como en el internacional. Artistas nacionales como Frida Kahlo, David Alfaro Siqueiros, Mathias Goeritz, Juan Soriano, Juan O’Gorman, Pedro Friedeberg o Sebastian fueron motivo de estudios enjundiosos.

Su destacada labor en torno al arte contemporáneo la llevó a ser elegida en 1967 jurado de la IX Bienal de Sao Paulo, Brasil, y en 1986 presidente del jurado de la II Bienal de La Habana, Cuba. Logró el emeritazgo de la UNAM en 1988, el Premio Universidad Nacional en 1991 y el Premio Nacional de Ciencias y Artes en la rama de Historia, Ciencias Sociales y Filosofía en 2001. Se hizo acreedora de la Medalla Calasanz, otorgada por la Universidad Cristóbal Colón del puerto de Veracruz en 2002. También fue designada investigadora emérita del Sistema Nacional de Investigadores y miembro de número de la Academia Mexicana de la Historia, de la Academia de Artes y de la Unión Académique Internationale, con sede en Bruselas, Bélgica.

Dueña de una voz cálida e insinuante, era una profesora y conferencista inigualable. Su fuerte fueron sus investigaciones profundas y originales en libros como La Atlántida de Platón en los cronistas del siglo XVI (1947 y 1992); Amadises de América. La hazaña de Indias como empresa caballeresca (1948, 1977 y 1991); La crítica de arte en México en el siglo XIX, 1810-1903 (1964 y 1999); El surrealismo y el arte fantástico de México (1969 y 1987); El arte contemporáneo, esplendor y agonía (1964); Pedro Friedeberg (1973); Una década de crítica de arte (1974); Herbert Bayer, un concepto total (1975); Dadá: documentos (en colaboración con Rita Eder, 1977); Presentación de seis artistas mexicanos: Gunther Gerzso, Kazuya Sakai, Sebastian, Mathias Goeritz, Vicente Rojo, Manuel Felguérez (1978); Sebastian. Un ensayo sobre arte contemporáneo (1981); Juan O’Gorman. Arquitecto y pintor (1982); Ensayo sobre Cuevas (1988); Variaciones sobre arte (1992); La memoria recuperada, Julio Galán (1994); El Palacio de Sonambulópolis, de Pedro Friedeberg (1999); Luis Nishizawa, naturaleza interior, naturaleza exterior (2000); Francisco Zúñiga y el canon de belleza americana (2001). Autora de más de cuatrocientos artículos en publicaciones del país y del extranjero, realizó también un centenar de presentaciones de libros y catálogos sobre temas artísticos.

 

El retorno a Veracruz

 

Su salud la llevó a residir en Veracruz, donde desplegó una actividad intensa. Fundadora y directora del Instituto Veracruzano de Cultura (1987-1993), inauguró 57 casas de cultura, once museos, dos escuelas de educación artística (música y danza) y doce archivos. También fundó y dirigió el Consejo Veracruzano de Arte Popular entre 2002 y 2007, en una destacada labor para difundir la cultura de la región que premió la Universidad Veracruzana con un doctorado honoris causa.

A pesar del traslado a su estado natal, sus males cardiacos, que le impedían venir a Ciudad de México, agobiaron sus últimos días. Por fortuna, su hijo Daniel Goeritz la siguió a Veracruz, de manera que no estuvo sola. En una entrevista en video que le hicieron para un homenaje a don Edmundo O’Gorman, se notaba el deterioro de su salud. Yo quise visitarla en Veracruz, pero no llegué a hacerlo, lo cual deploro profundamente porque le tuve un gran cariño, respeto y hasta envidia por su vida intensa, plena y extraordinaria. La muerte la sorprendió finalmente el 26 de julio de 2017, a los 91 años.