Estados Unidos y Francia. Al borde del estallido de una guerra internacional

Gerardo Díaz

 

Estos franceses que respaldaban al gobierno de un monarca europeo en México representaban la antítesis de Lincoln. Este era el temor del presidente estadounidense: que los monarquistas franceses y mexicanos encontraran en los aparentemente derrotados sureños un apoyo y nuevos bríos de guerra.

 

Tras años de mantener una postura decidida y poderosa en torno al continente al que pertenece, que se podía resumir con el famoso postulado “América para los americanos” de la Doctrina Monroe, el gobierno de Estados Unidos se debilitó internamente en 1860, luego de la elección de Abraham Lincoln, su décimosexto presidente.

Al año siguiente, la Unión Americana se enfrascó en un enfrentamiento entre los estados del sur y los del norte, que derivó en una de las guerras más sangrientas del continente. Esta costaría miles de vidas en cuatro años de lucha y al finalizar se reflejaría en un cambio en el modo de vivir y pensar, sobre todo en los territorios fronterizos con México.

Esclavistas y latifundistas, los sureños fueron derrotados en 1865, luego de no lograr contener a un vigoroso e industrializado norte que los obligó por la fuerza a permanecer en un pacto federal bastante desagradable. Mientras tanto, México, aquel vecino que a muchos parecía desdeñable, vivía interesantes cambios en su administración que bien podían dar un giro totalmente inesperado a la geopolítica americana. Dentro de su territorio se encontraba uno de los ejércitos más respetados del mundo: el francés. Si bien las fuerzas de Napoleón III no estaban de paseo, lo cierto es que, desde su victoria en la ciudad de Puebla en 1863, no habían perdido batalla alguna donde se hiciera presente su principal contingente.

Estos franceses que respaldaban al gobierno de un monarca europeo en México representaban la antítesis de Lincoln. Este era el temor del presidente estadounidense: que los monarquistas franceses y mexicanos encontraran en los aparentemente derrotados sureños un apoyo y nuevos bríos de guerra, respaldados por la expedición extranjera francesa. Por ello, la delicada situación fronteriza con nuestro país tuvo momentos de suma prioridad para los estadounidenses de la Unión, como los ocurridos en el puerto de Bagdad, donde favorecieron al gobierno juarista, aunque evitaron entrar en conflicto con el imperio francés.

Por su parte, los galos no contaban más con el brío de los primeros años de campaña en México. Una política crítica en Francia hacia el propio emperador, el desgaste moral de un ejército que no veía fin a la invasión y una Prusia cada vez más pujante en Europa, hacían moderar sus movimientos en América, territorio que tras años de ocupación traía más gastos que beneficios. Por otro lado, el ejército de Lincoln no estaba formado por improvisados hombres de armas como el de los republicanos mexicanos, sino que contaba con una fuerte industria bélica y, a fin de cuentas, había salido victorioso en la guerra civil.

No, la situación en América no era apetecible para los franceses que, si bien podían salir victoriosos, también era posible que terminaran pagando un precio que Napoleón III no estaba dispuesto a arriesgar.