Este día el segundo virrey de la Nueva España, Luis de Velasco, cumplió el deseo que durante mucho tiempo procuró su antecesor don Antonio de Mendoza. Tras más de diez años de trámites, conjeturas sobre la conveniencia de que españoles y naturales invirtieran su tiempo “en ejercicios virtuosos y no la ociosidad” y la aprobación del príncipe Felipe, se instaló a un costado de la Plaza del Volador la primera Universidad de México, en lo que hoy es la esquina de las calles Corregidora y Erasmo Castellanos.
Una corporación de alumnos y maestros se instruiría en cánones y teología, pero también en el espíritu de lo mejor que trajo Castilla al Nuevo Mundo: gramática, filosofía y leyes. Personajes como fray Alonso de la Veracruz, Juan Negrete, Francisco Cervantes de Salazar, entre otros, constituirían esta primera comunidad que gozaría del beneficio de la Corona en cuanto a la manutención de mil pesos en oro, ya que el futuro monarca no desoyó: “No puede vuestra alteza tener acá mejor guarnición de armas, que esta universidad donde se enseñe la virtud y la ciencia”.
La universidad sería estructurada bajo el modelo de la de Salamanca, la más grande y prestigiosa de su tiempo, aunque sus estudios no eran reconocidos por El Vaticano. Hasta 1597 se le otorgaron condiciones de igualdad, pues fue el año en que el papa Clemente VII validaría sus estudios y se le agregaría el término de Pontificia.
Así, la Real y Pontificia Universidad de México continuaría su labor del saber. Más tarde, en ella se ubicaría la famosa estatua ecuestre de Carlos IV como último aliento de la agonizante monarquía en Nueva España. Tras quedar desprotegida por la Corona, después de la independencia consumada en 1821 fue clausurada y su inmueble utilizado para otras actividades, de acuerdo con los propósitos de los gobiernos mexicanos.
Durante el Porfiriato y en el marco del proyecto de una nueva universidad impulsado por Justo Sierra, el antiguo asentamiento fue demolido; sin embargo, se retomará en todo su esplendor la noble idea de educar en su más alto nivel a los jóvenes en una institución fundamental en cualquier sociedad moderna.
Para 1910 ya no quedaba rastro alguno de la antigua Universidad de México colonial. Incluso, una de sus portadas de estilo churrigueresco había sido trasladada a la puerta principal del antiguo Colegio de San Pedro y San Pablo.