¿Conocen el trabajo del historiador Atanasio G. Saravia?

Vivir para la historia
Andrés Lira González

 

“Necesitamos historia que sepa explicarnos con verdad cuáles han sido los sentimientos de los mexicanos, cuáles sus aspiraciones; no historia que tienda a rebajar o a menospreciar al adversario en ideas, cuando su ideología haya sido secundada por grandes partes de la población, pues que, indudablemente, ninguna idea puede extenderse y prosperar, ni tampoco ninguna revolución puede triunfar, si no es porque en la misma exista un fondo de justicia; que nunca ningún pueblo se destroza por solo la pasión de destrozarse, sino que siempre que en un país corre la sangre en guerra fratricida, indudablemente es que existe algún motivo bien grande, un motivo que lleva a esos terribles extremos, y ese motivo tiene que encerrar, forzosamente, una tendencia al mejoramiento de la colectividad”. Atanasio G. Saravia.

 

Atanasio González Saravia y Aragón nació en la ciudad de Durango el 9 de junio de 1888, vástago de una familia establecida en el estado a mediados del siglo XIX, cuyos varones ganaron reconocimiento como administradores y, andando el tiempo, como propietarios de haciendas ganaderas. Su padre, el licenciado Enrique González Saravia, le formó en ese desempeño. Atanasio le auxilió en la revisión de la contabilidad de la hacienda de Santa Catalina, propiedad de la familia Martínez del Río, y de la de San Isidro de La Punta, que en 1903 adquirieron en propiedad los González Saravia. En 1904 falleció el padre; de él heredaría el saber de administrar y el gusto por la historia de la región en la que vivían: historia manifiesta en testimonios que la familia atesoraba, comenzando por los títulos y documentos de la hacienda, en relaciones históricas, y libros de una biblioteca enriquecida con obras de historia de España e historia universal.

En las referencias biográficas de Atanasio G. Saravia –así firmó sus escritos– se insiste en que no recibió educación formal como historiador, pero lo cierto es que tuvo a su alcance obras historiográficas de diversa índole que conservó y cuidó de aumentar en la biblioteca que dejó cuando murió en Ciudad de México, el 11 de mayo de 1969. Gracias al buen sentido y generosidad de sus herederos, este selecto y rico acervo se conserva en la Biblioteca “Atanasio G. Saravia” de la Academia Mexicana de la Historia, así llamada en reconocimiento a la vida y obra de quien fue miembro de número de la institución desde 1920, como titular del sillón 17, y a la que sirvió como censor (1935-1938), secretario (1938-1941) y director, de 1941 a 1958, año en que se retiró y en el que, por acuerdo del 29 de septiembre fue nombrado Director Vitalicio Honorario.

El reconocimiento que mereció Atanasio G. Saravia como historiador de la Nueva Vizcaya y como director de la Academia se explica por su vocación, experiencia y dedicación. Vocación de historiador y de empresario, manifiesta en la experiencia consciente ambos desempeños, que ejerció con acertada ponderación. Profesó la historia, no hay duda, pues aunque no vivió de la historia, si vivió para la historia, desempeñando y aprovechando su oficio de administrador, de banquero ejemplar que fue y del que supo sacar medios para organizar e impulsar a la Academia Mexicana de la Historia.

Su adolescencia y temprana juventud transcurrieron en la hacienda de La Punta y en la ciudad de Durango. Eran años de crecimiento económico en la inmensa región del norte del país, beneficiada por el comercio con Estados Unidos. El mercado ponía al alcance de las familias de empresarios bienes culturales y tecnológicos que aprovecharon para la educación y disfrute de las nuevas generaciones y para el mejoramiento de sus industrias. Apertura del horizonte que Atanasio incorporó a su experiencia disfrutando el aprendizaje del inglés, del francés, de música, al tiempo que se dedicaba a la administración.

La inseguridad que se temió a fines de 1910 se hizo realidad a medida que se sucedieron los años. En 1913, cuando los maderistas asediaron y tomaron la ciudad de Durango, Atanasio, al igual que otros coterráneos, participó en las “Defensas sociales” que mantuvieron el orden y defendieron la capital del estado hasta que cayó en poder de los sitiadores. La familia enfrentó con buen sentido las dificultades y la inseguridad y Atanasio, con 26 años de edad, se dirigió a Ciudad de México, donde comenzó a trabajar para el Banco Nacional. Su experiencia en la administración, el trato personal y el conocimiento de otras regiones del país le situaron favorablemente en el medio financiero. Su desempeño en Durango, en San Luis Potosí y en la capital de la República le hizo merecedor de cargos de alta responsabilidad. Fue subdirector del Banco Nacional de México de 1934 a 1953 y director entre 1954 y 1955. La suya fue una carrera ascendente como funcionario e historiador.

En 1916 ingresó a la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, en la que pronunció “La Nueva Vizcaya en el siglo XVI”, que recogió con otros trabajos referentes a la región en el libro Ensayos históricos, publicado en 1937. Para entonces, Atanasio G. Saravia era un historiador reconocido y miembro de la Academia Mexicana de la Historia, la cual presidiría, como hemos dicho, a partir de 1941. Contaba entonces la institución con dieciocho sillones, al igual que otras academias hispanoamericanas correspondientes de la Real de Madrid. El nuevo director consiguió la autorización de la Real Academia de Madrid para ampliar el número de sillones a veinticuatro, aduciendo la amplitud territorial y heterogeneidad regional de México.

Saravia también logró la colaboración de patronos y benefactores de la Academia y la publicación de las Memorias de la Academia Mexicana de la Historia, que aparecerían en volúmenes anuales de cuatro números trimestrales a partir de enero de 1942. En estos se recogerían trabajos de los académicos y de otros historiadores, reseñas, documentos y testimonios importantes, como los agrupados bajo el rubro “La Biblioteca” (publicado de 1943 a 1953) y la noticia y resultados de los trabajos de exploración arqueológica e histórica sobre Tlatelolco a través de los tiempos, dirigida por Pablo Martínez del Río (separatas de las Memorias que hemos agrupado en libro de ese título, editado en 2018).

Aconsejado por académicos conocedores de la historia de la ciudad, el director procuró y consiguió espacio y edificio propios para la sede de la institución. Fue necesario darle organización y personalidad jurídica propia como “Academia Mexicana de la Historia, Correspondiente de la Real de Madrid, A. C.” en escritura pública otorgada el 9 de agosto de 1951, para tener patrimonio propio y para recibir el predio en el que se construyó el edificio que actualmente ocupa en la plaza Carlos Pacheco, presidido por la magnífica fachada que donó a la institución el Banco Nacional de México. Hazañas del empresario que encaminó a la Academia hacia tiempos venideros, en los que valoramos su auténtico sentido de la historia.

En la obra de Atanasio G. Saravia se realiza el concepto de Edmundo O'Gorman: “la historia es un proceso de identidad”. Identidad que el historiador construye empleando testimonios y métodos convincentes para darle sentido y valor objetivos. Ahora bien, por objetivos que sean los documentos y los procedimientos, la preferencia temática y la exposición de los hechos muestran al autor el relato. En su larga obra de historiador, Atanasio G. Saravia pasó de la historia regional a la local, y llegó a la “ficción”, al menos en dos libros, para mostrar sin aparato erudito lo que quería compartir con sus lectores. Su obra extensa Apuntes para la historia de Nueva Vizcaya (1938) y La ciudad de Durango (1941), así como los Ensayos históricos (1937) y otros más sobre temas diversos, se recogieron en los cuatro tomos de las Obras de Atanasio G. Saravia que publicó la Universidad Nacional Autónoma de México entre 1978 y 1982, bajo el cuidado y con estudio preliminar de Guadalupe Pérez San Vicente, quien advierte que pese a la falta de estudios formales, el autor muestra cualidad científica (evidencia documental de los hechos y reflexión metódica precisa) convincente. En las obras históricas que enumera la maestra Pérez San Vicente, no están dos libros: la novela ¡Viva Madero!, escrita en 1934 y publicada por la Editorial Polis en 1940, y Cuatro siglos en la vida de una hacienda, publicado en edición privada en 1959 por la imprenta Aldina y, posteriormente, sin editorial ni fecha antes de 1982 (libros de los cuales afortunadamente hay edición posterior en Durango, 1992 y 2013, respectivamente, con estudios preliminares de José de la Cruz Pacheco Rojas).

En esos libros advertimos al historiador riguroso que “tratando de guardar el recuerdo […] de costumbres y cosas que no alcanzó a ver la generación” que siguió a la suya, halló “más fácil darles vida y forma de novela, que marcándolas con las severas formas de la historia”, dice en la “advertencia” de ¡Viva Madero!, fechada el 11 de febrero de 1934. Se hallaba entonces en pleno ascenso de su carrera de banquero e historiador, evocó la historia de la familia y la vida en la hacienda de La Punta dándole nombres de lugares y personajes distintos, pero el escenario sería siempre Durango.

Ya en proceso de retiro dictó don Atanasio a sus hijas Cuatro siglos en la historia de una hacienda, historia completa de La Punta y su región según el relato del Píndoro, cerro desde cuya cúspide se dominan la extensión que ocupa la propiedad, las salidas y las entradas a lugares lejanos en los que se definió la integridad de la hacienda, cuya casa y tierras aledañas conserva la familia González Saravia.

No digo más. Leer las obras históricas de Atanasio G. Saravia y estas dos de “ficción” resulta indispensable para dar una idea de su generosa personalidad, de cuya fortuna tenemos evidencia en sus libros y provecho en su herencia, pues además de sus páginas está el impulso a la historia regional de nuestro país que sus descendientes han sabido dar a través del Premio Atanasio G. Saravia de Historia Regional Mexicana, que en 2019 llega a su XVIII edición.