Lisiado, cojo, medio ciego, enano, epiléptico... pero todos y cada uno listos para la batalla, al igual que su furibundo comandante manco. Son los años de la Guerra cristera en México y el cura del pueblo los ha azuzado para que integren una tropa que defenderá con vehemencia su causa en favor de la religión católica que profundamente guardan, alentados por su gran compromiso y la guía del Salvador. A pesar de haber sido menospreciados por sus condiciones físicas antes, ellos ahora han elegido que se convertirán en fortalecidos soldados de Dios.

Pero el Batallón de San Ignacio –porque el santo era cojo–, “héroes de hoy y del mañana”, pronto se transforma en un grotesco tropel cuyos integrantes terminan perdiendo el rumbo, en gran medida por la falta de pericia y estrategia militar, aunado a un mando dividido. Quizá la percepción que sobre ellos desarrolla uno que otro morador del Bajío que los ve pasar, es la de un desordenado contingente que regresa hambriento y desesperanzado del combate, otras furioso y buscando infundir miedo a diestra y sinistra.. Hay también quienes los señalan de ser infelices y mediocres, “una runfla de rateros” comandada por su “capitán chisguete”. Por su parte, los soldados se desbocan cometiendo fechorías durante su recorrido: roban, raptan, violan, depredan... para poder comer y en general sobrevivir.

La Guerra cristera en México aconteció en la década de 1920 y fue para no pocos críticos, de la época y posteriores, objeto de denostación incluso sistemática, lo que también refleja esta película en la que su director, Luis Alcoriza, convierte a estos minusválidos –o personas con discapacidad motriz, como los llamamos hoy de forma oficial– en unos cristeros claramente ridiculizados, y al padre que los acompaña en un embaucador, comodino y finalmente traidor. Con esto, además de imprimir su toque sarcástico, el director español para entonces avecindado en México vuelve a retratar el comportamiento humano de forma “fiel y mordaz”, quizá ello influencia de los directores Luis Buñuel y Fred Zinnemann, con quienes trabajó antes.

Tras iniciar rodaje en 1978 gracias al permiso, impulso y auspicios de la productora del Estado Corporación Nacional Cinematográfica, mejor conocida como Conacine (empresa filial del Banco Cinematográfico, creado en el sexenio echeverrista), A paso de cojo dividió filmaciones entre la calurosa Cuautla de Morelos y los Estudios Churubusco Azteca, estrenándose el 29 de mayo de 1980. Contó con un cartel histriónico de renombre, en el cual figuraban Bruno Rey, Luis Manuel Pelayo, Roberto Cobo, Rebeca Silva, Julio Lobato, Carmen Salinas y el carismático Tun Tun; todos bien acogidos por el público y algunos mejor posicionados en este nuevo cine setentero de vena estatal y presunción izquierdista.

Destaca sobremanera la adaptación que Alcoriza, junto con su paisano Antonio Monsell, hizo de la novela ¡Arre, Moisés!, escrita por el sevillano Eduardo Valdivia. En esta el protagonista es el mosén Alberto, un religioso del medio rural habituado a la rebeldía y a la moralización, quien integra un ejército de minusválidos que combatirá al Ejército Rojo durante la Guerra Civil española. Además, Valdivia escribió una historia grotesca, permeada de humor negro, que igualmente emuló Alcoriza. Y es un hecho que en ambas se cumple el conocido dicho de Ernest Hemingway de que el valor no es sino “una huida hacia delante y los lisiados reclutados avanzan hacia su inmolación en nombre de su afirmación personal”, como escribe Jesús Rubio Jiménez.

Pocas son las películas nacionales y extranjeras que abordan el conflicto entre el gobierno de Plutarco Elías Calles y la Iglesia católica, pero A paso de cojo, además de ser una de las primeras y aunque su calidad sigue dividiendo opiniones, es probablemente una de las más polémicas críticas al movimiento cristero. Por eso se la dejamos aquí, esperando que la disfrute.

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