Una ciudad sin coches

Arnaud Exbalin

Tal debate no es propio de nuestra época, ni de la aparición del automóvil. El coche en la ciudad como hecho social central se inscribe en una larga historia que, de forma temprana, plantea cuestiones esenciales: la corrección de las conductas, la gestión policial de las formas de movilidad y el derecho a la ciudad opuesto al privilegio de la prioridad y el poder de rebasar, entre otras. Por eso les invito a recorrer las calles de París en la época en que reinaba la tracción animal, más específicamente en plena Revolución francesa (1789-1799).

 

En 1790 un ciudadano anónimo manda a imprimir un folleto sorprendentemente moderno: Petición o moción de un ciudadano en contra de las carrozas y los cabriolés. Redactado con un estilo elocuente, ese texto de dieciséis folios es una mezcla de panfleto, tratado moral, relato policial y moción legislativa, ya que contiene propuestas para la Asamblea Nacional.

No se sabe casi nada acerca del autor. Es probable que perteneciera a la burguesía acomodada (tal vez un médico), ya que declara ser dueño de “un coche, un cabriolé y de cuatro caballos”, los cuales está dispuesto a “sacrificar en aras de la patria”, pues lo escandalizan la brutalidad de los conductores parisinos, así como “la ociosidad y la molicie de los ricos”.

A pesar de comulgar con los ideales de la Ilustración y de saludar los avances brindados por la Revolución, se pregunta: de qué sirven la libertad de la prensa, la tolerancia religiosa y la abolición de las cárceles de Estado si “no hay manera de caminar [en París] sin estar constantemente en peligro”. De allí el subtítulo que le dio a su panfleto: “No basta con ser libre, hay que ser humano”, el cual apunta a una paradoja. Mientras que, a diestra y siniestra, se proclama la universalidad de la igualdad de derechos, los parisinos siguen muriendo atropellados sin que a los legisladores les importe, razón por la cual propone llevar a cabo la Revolución (“concluir la obra”, como él mismo lo formula) prohibiendo que los coches particulares circulen en la capital.

En 1790 la situación política en París era inédita. En las calles, sin embargo, la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano no se concreta y la dominación de los peatones por parte de los usuarios de coches persiste más que nunca.

Los “entorpecimientos”

El “coche maldito” es un tema literario originado por el congestionamiento de las calles parisinas en los siglos XVII y XVIII, y que encontramos de Paul Scarron al Abate Prévost, pasando por la famosa sátira de Nicolas Boileau, donde un accidente entre una carreta y una carroza provoca un enorme “embotellamiento”:

“Al girar, toca la rueda de una carroza,

Y, con ese impacto, en un montón

de lodo la voltea:

Cuando, en ese momento, otro coche

intenta pasar,

En el mismo lío se viene a liar.

Pronto, otros veinte allí se ensartan

Y, en un santiamén, son más de mil

que se suman.”

A pesar de que los “líos” o “entorpecimientos” –como entonces se les decía– sirven de recurso literario a los escritores, no dejan de remitirnos a una realidad muy concreta: la de las calles durante el Antiguo Régimen francés. La mayoría de las crónicas urbanas, relatos policiales o de viaje la mencionan: salpicaduras, polvo, estruendo de las ruedas rodeadas de hierro que perturba el descanso de los enfermos, congestión provocada por alguna carroza o carretón incapaz de girar en una esquina, entre otros aspectos.

 

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Arnaud Exbalin. Doctor en Historia por la Universidad de Aix-Marseille (Francia) e investigador del Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos y de la Casa de Velázquez de Madrid. Sus ejes de investigación son los mundos urbanos, el control y las regulaciones sociales, las castas y el mestizaje, así como las reformas policiales en el siglo XVIII en ciudades latinoamericanas. Sobre estos temas ha publicado diversos artículos y coordinó la recopilación Collection de documents pour comprendre les Amériques. Le Mexique (v. 1, 2013).

 

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