¿Un invierno despiadado jugó a favor de Estados Unidos?

Territorios perdidos en 1847
Javier Villarreal Lozano

 

Metido bajo “cuatro frazadas” y bebiendo sólo agua, porque “el licor de este país [México] es lo más infame” que conocía, el soldado John Fulton Reynolds tiritaba bajo su tienda de campaña en el campamento de Aguanueva, cuartel general del ejército de Zachary Taylor. Tres kilómetros al norte, en el altozano que domina a Saltillo, esa mañana, el primer teniente Isaac Bowen abandonó aterido el catre donde intentaba dormir. Era el mes de febrero y las tropas invasoras se alistaban para enfrentar al ejército mexicano que marchaba penosamente desde San Luis Potosí hacia la capital de Coahuila.

 

El invierno de 1846-1847 fue despiadado. Se dice que fue el más frío de todo el siglo XIX. Cerca de la fogata que le ayudaba a soportar la helada, un desesperado teniente Bowen escribió a su esposa Kate: “Durante los pasados cinco días he experimentado todos los caprichos del clima. El miércoles por la noche se formó una capa de hielo de una pulgada de espesor en mi cubeta. La noche del jueves nevó... Esta noche tenemos una lluvia helada y el viento sopla con suficiente fuerza para hacer jirones mi vieja tienda. Si tomamos todo esto en consideración, creo razonable que me sea permitido sentirme infeliz... Sí, bastante miserable”.

 

Reynolds y Bowen era nativos del norte de los Estados Unidos, donde las bajas temperaturas y nevadas son cosa de todos los días en la época invernal. Sin embargo, aun protegidos por gruesos capotes de lana y calzados con las fuertes botas del uniforme, mal soportaban el frío. ¿Cuál no sería el sufrimiento de los miles de soldados de Antonio López de Santa Anna, apenas comidos, vestidos de andrajos, que cruzaban el desierto en una marcha de más de trescientos kilómetros desde San Luis Potosí a Saltillo?

 

A estos soldados, oriundos de la Mesa Central mexicana, aquellos días de invierno les debieron resultar infernales. Se calcula que alrededor de diez mil murieron o desertaron durante la travesía de ida y vuelta de la capital potosina a La Angostura; una de las más grandes tragedias —y quizá la campaña más costosa en vidas humanas— en la historia de las guerras en México.

 

 

Esta publicación es un fragmento del artículo “La batalla que México pudo ganar a Estados Unidos” del autor Javier Villarreal Lozano y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 93.